Para Kant, su alma tenía "una sensibilidad de una perfección inigualada". En cambio para Voltaire, un ilustrado como él, fue "un monstruo de vanidad y vileza". Se acabarán las piedras, no así la división de opiniones en torno a Jean-Jacques Rousseau (1712-1778).
El filósofo suizo fue un dechado de contradicciones: pasó del protestantismo al catolicismo y de ahí a la religión natural, para volver al comienzo; escribió un célebre volumen sobre la educación de los hijos (Emilio), pero abandonó a los suyos.
Pero el también autor de un voluminoso set de ideas políticas, tuvo una faceta menos recordada, la de novelista prerromántico. Y no sólo eso. Fue el autor de unos de los mayores bestsellers del siglo XVIII, Julia o la nueva Eloísa (1761), que a su vez dio lugar al primer caso documentado de correspondencia masiva de los lectores a un autor. Al decir del historiador Robert Darnton, Rousseau "transformó la relación entre el escritor y el lector, así como entre el lector y el texto".
Reeditada en español hace cuatro años, esta no es precisamente la obra más recordada del autor de Las confesiones. Pero sí un hito de la historia de la literatura, que en 2011 cumple 250 años.
Negar la autoría
Invitado previamente por sus amigos ilustrados a escribir algunas entradas de la Enciclopedia, Rousseau presentó en 1755 su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, que lo enfrentó a la concepción ilustrada del progreso, considerando que los hombres en estado natural son por definición inocentes y felices, y que son la cultura y la civilización las que imponen la desigualdad.
Al año siguiente el quiebre se dio también a nivel personal y el ginebrino, que nunca vivió mucho tiempo en el mismo lugar, se instaló en la casa campestre de su amiga madame D'Epinay. Allí buscó la esquiva felicidad en un fallido amorío con una cuñada de su amiga, que a su vez daría pie a la elaboración de una obra sentimental, donde se harían presentes los temas que lo convocaban.
Así surgió la historia de Julia, tierna y hermosa joven de cabellos rubios, y Saint-Preux, su preceptor. Una historia de amor imposible, dadas las diferencias sociales, pero donde la pasión se inflama a través de las cartas entre ambos: de los llamados a la virtud, de las conminaciones a la resignación, de la implacabilidad del deber.
Pero además de relatar una historia del corazón, el libro hace un recorrido por el pensamiento rousseauniano, así como por los usos y costumbres del siglo XVIII: las artes, las letras, la política, la educación de los hijos; también la moda en el vestir, la cocina, el trabajo del campo, el paisajismo y los jardines.
Eso sí, todo en forma de novela, género denostado por los enciclopedistas, por el clero -aparte del propio Rousseau- y consideradas en la época un peligro moral. El ginebrino se presentaría, así las cosas, como el editor de unas "cartas de dos amantes que viven en un pequeño pueblo al pie de los Alpes". No como autor de nada, aunque en los prefacios jugaba con la ambigüedad.
Esta no era, cabe agregar, la primera novela espistolar que consiguió éxito en su siglo. El género apelaba a una íntima complicidad con los lectores y prendió en distintas latitudes. Las islas británicas ya se habían estremecido con Pamela o la virtud recompensada, de Samuel Richardson (1740), mientras Werther, de JW Goethe (1774), hizo lo propio en Alemania y el resto de Europa.
Pero algo más pasó con Julia. Rousseau, hablando de jóvenes inocentes y puros, dirigió el modo en que debía leerse (en lo que llamó la lectura "moralmente eficaz") e hizo caer las defensas de sus lectores, muchos de los cuales no sólo romperían en lágrimas o pasarían noches sin dormir girando las páginas. También enviarían sentidas cartas al autor, donde revelaban sus experiencias. Y muchos de estos lectores realmente creyeron en la autenticidad de las cartas y le preguntaron a Rousseau por este punto.
Caso notable es el de Marie-Anne Alissan de la Tour, que le escribió 103 cartas a lo largo de 15 años, siempre a propósito del libro. En ellas exige que Rousseau la llame Julia y que él sea Saint Preux. Incluso, tienen algunos encuentros en París.
Con un título basado en el caso de Abelardo y Eloísa, historia de amor entre un filósofo y una monja en la Francia del siglo XII, la lectura de esta obra "requería de un acto de fe", al decir de Darnton. "De fe en el autor, que de alguna manera debió haber sufrido con las pasiones de sus personajes, convirtiéndoles en una verdad que trascendía la literatura".
Leída hoy la obra "es ilegible", agrega Darnton sobre un texto sentimental sin asomo de sexo ni violencia. Cuesta en efecto sobrellevar su solemne pesadez, empatizar con los lectores de hace 250 años o identificarse con unos protagonistas que no quieren "morir sin haber vivido". Pero, ya se sabe, el pasado puede ser un mundo muy extraño.