Este no fue un show de rock. Fue una celebración de luz y sonido, algo que se sintió de forma evidente durante With or Without You. Cuando un hombre adulto canta suavemente una de las canciones de rock más delicadas jamás escritas, mientras usa una chaqueta recubierta con punteros láser, ¿podemos hacer alguna otra cosa que mirar absortos?". La columna del comentarista Chris Richards, del Washington Post, resume la comunión que se genera en las miles de personas que asisten a los conciertos de la gira 360° de la banda U2, un evento que llegará a Chile la próxima semana y que servirá para demostrar, una vez más, que la música es uno de los fenómenos que más conmueven a un humano.
Un efecto que no se debe solo al hecho de bailar y entonar junto a miles de personas grandes éxitos del rock, sino que a varios procesos químicos y cerebrales que los científicos descifran poco a poco. ¿El objetivo? Explicar por qué actos tan dísimiles entre sí como un show metalero de Iron Maiden o un concierto de música clásica generan una potente sensación de bienestar entre los asistentes, y qué factores hacen que una presentación en vivo a la que asistimos cuando teníamos 15 años sea recordada de forma vívida varios años después.
Hasta ahora, se han identificado varias zonas cerebrales relacionadas con la elaboración de nuestra biblioteca musical personal. Por ejemplo, el área dedicada a analizar el tono de cada canción también participa en la percepción del habla, mientras la corteza frontal -donde se almacenan los recuerdos- actúa en el análisis de factores como el ritmo. Más importante aún es que zonas cerebrales ligadas al control de movimiento se activan incluso cuando la gente escucha una canción, lo que explica por qué imitamos a un director de orquesta al oír música clásica, o que nos sintamos impulsados a bailar frenéticamente junto a la multitud en un concierto.
Tal como dice en la revista Harvard Gazette el músico y neurocientífico de la U. de California, Mark Trumo, si a esto se le suma la contribución de la iluminación de un escenario, las expresiones faciales de los miembros de una banda y las emociones de los asistentes, es "posible apreciar las complejas señales que procesa nuestro cerebro mientras escuchamos e interactuamos con la música sentados en un concierto, o saltando junto a una muchedumbre de metaleros".
Música cerebral
Daniel Levitin, sicólogo cognitivo y director del Laboratorio de Percepción de la Música en la U. McGill (Canadá), es pionero en este campo y en uno de sus primeros experimentos analizó a 13 individuos mientras oían música clásica. Mediante el uso de máquinas de resonancia magnética detectó que el área frontal del cerebro es la que analiza la estructura y significado de cada tema. Esta es la zona más voluminosa y compleja del cerebro, lo que revela la importancia que le damos al procesamiento musical.
Luego otras dos áreas liberan dopamina -un químico que gatilla la sensación de recompensa- y posteriormente reacciona el cerebelo, zona asociada al movimiento físico y que intenta predecir el curso que seguirá una canción. Los estudios mostraron que a medida que esta área internaliza el ritmo de una canción va reaccionando de forma más intensa cuando se producen momentos de tensión, es decir, cuando detectan desviaciones sutiles en la melodía normal.
Esta sería la razón de por qué los shows en vivo cautivan tanto: incluso los más sofisticados artistas pop como Lady Gaga cantan sus temas con ligeras variaciones en cada concierto, lo que impulsa a que los más fanáticos no se pierdan ninguna presentación. El mismo Levitin halló otra pista al investigar las diferencias entre los procesos cerebrales que se dan al disfrutar de música en vivo y al escucharla en un equipo de mp3.
Su equipo mostró videos con conciertos de clarinete a tres grupos: uno escuchaba sólo el audio, mientras el segundo veía el video y el tercero recibía audio y video. Según dijo Levitin a New York Times, el test mostró que el lenguaje físico de los músicos en el escenario impacta de forma clara a la audiencia: por ejemplo, cuando el músico tocaba serenamente pero su cuerpo se mostraba sumamente animado, la gente que sólo veía el video sintió más tensión que los que solo lo escucharon.
En un test similar, el clarinetista guardó silencio durante unos segundos. Esto hizo que quienes veían el video mantuvieran un alto nivel de excitación, ya que veían que se preparaba para entrar en un nuevo pasaje de la canción. Quienes sólo escuchaban el registro no tenían esa referencia visual y calificaron el silencio como mucho menos emocionante.
En todos estos procesos, hay un elemento crucial para la huella permanente que deja la música en vivo: la dopamina, químico que envía señales de bienestar al cuerpo y que juega un rol clave en la adicción a las drogas. Según Valorie Salimpoor, neurocientífica de la universidad canadiense, la música genera una recompensa intelectual porque la persona debe seguir una secuencia de notas para poder apreciarla, lo que explica que la mera sensación de que la parte favorita de un tema se aproxima sea suficiente para liberar más dopamina y hacernos pensar "tóquenla de nuevo".
Las pruebas de Salimpoor mostraron un aumento de 6% a 9% en los niveles de dopamina, llegando en un caso a 21%. En comparación, tests con cocaína mostraron un aumento de 22%, y 6% en el caso de la ingesta de alimentos placenteros. Esto hace, según Levitin, que las canciones favoritas prácticamente se adhieran a nuestro cerebro: el experto ha demostrado que algunas personas pueden identificar una canción de Los Beatles o Elton John con sólo escuchar medio segundo.
Precisamente, expertos de la U. de Stanford (EE.UU.) comprobaron la capacidad única que tiene una canción para cautivar el cerebro y potenciar nuestra memoria, lo que explica por qué la sensación de euforia de un concierto permanece por años. Mediante resonancia magnética se mostró que la música atrae las zonas del cerebro que prestan atención a lo que nos ocurre, además de aquellas que analizan lo que puede pasar y que asientan un evento en nuestra memoria. Más importante aún, los peaks de actividad cerebral se producen en los momentos imprevistos de silencio de todo show en vivo.
"En un ambiente de concierto, por ejemplo, varios individuos escuchan una pieza musical con atención difusa, pero cuando hay una transición entre un pasaje de un tema, su atención se ve cautivada", indicó Vinod Menon, profesor de siquiatría y neurociencia de Stanford. Según Jonathan Berger, profesor de música y coautor del reporte, esto sugiere un posible propósito evolutivo de la música y los eventos en vivo: la música atrapa al cerebro durante cierto período de tiempo y el proceso de escucharla sería una técnica que tiene el cerebro para agudizar su habilidad de anticipar eventos y mantener la atención.