Grano a grano, cargamento a cargamento, la isla indonesia de Nipah ha ido encogiendo hasta convertirse en un pedazo insignificante de tierra en el Estrecho de Malaca. Desde la distancia, en un día de tormenta, es imposible divisarla. Emerge al bajar la marea: un islote del tamaño de una cancha de fútbol defendido por los cañones de una patrullera de la armada indonesia. "Haremos lo que sea necesario para proteger nuestro territorio," dice un portavoz de la comandancia de Marina en la vecina isla de Batam.
Nipah está a punto de dejar de figurar en los mapas después de haber sido víctima de los ladrones de islas. Llegan de noche, extraen toda la arena que pueden y la cargan en grandes buques con destino al mercado negro que nutre los proyectos de reclamación de tierras de todo el mundo. La presencia militar en Nipah es un intento de defender las últimas 0,62 hectáreas de su territorio y evitar que sufra la misma suerte que otras 24 islas de este archipiélago asiático. Su desaparición definitiva.
Basta navegar unos minutos en dirección norte para encontrar el motivo de los problemas de las Islas Riau, situadas entre las costas de Malasia y Borneo y centro mundial del comercio de arena. El paisaje de rascacielos, hoteles cinco estrellas y casinos que adorna el horizonte pertenece a Singapur, uno de los 20 estados más pequeños del mundo con apenas 710 kilómetros cuadrados. La pequeña ciudad-Estado nunca se ha conformado con el tamaño de su territorio: lo ha aumentado un 22% desde 1960, reclamando terreno al mar con obras de ingeniería que requieren grandes cantidades de arena.
Singapur quiere seguir creciendo en los próximos años adquiriendo el material necesario en Camboya, Malasia o la propia Indonesia, donde cada año se extraen hasta 300 millones de metros cúbicos de arena, un gasto menor si se tiene en cuenta que el resultado son terrenos de gran valor inmobiliario junto al mar. El inmenso casino Marina Bay Sands ha sido el último proyecto levantado sobre un terreno artificial en Singapur, como lo fueron anteriormente el aeropuerto de Changi o la isla industrial de Jorong. Megalómanas obras como las Islas Palm en Dubái, que aumentará en unos 520 km su superficie, la extensión de la bahía de Hong Kong o los terrenos ganados al mar en Mumbai, Tokio o Bahrain también han alimentado el comercio de arena.
La desaparición de islas provocó hace tres años una gran revuelta en los portales internet de Indonesia, donde cientos de personas acusaron al gobierno de estar "vendiendo la patria". El furor alcanzó a los políticos cuando Yakarta se dio cuenta que la inminente desaparición de Nipah tendría algo más que consecuencias ecológicas: la frontera marítima entre ambos países cambiaría para siempre si su territorio más próximo al país vecino quedaba sumergido.
Los pescadores de la región de Riau aseguran que los piratas de islas utilizan ahora un mayor número de barcos, pero de menor tamaño para no llamar la atención. Atracan en costas no habitadas durante la noche y trabajan en la extracción hasta el amanecer, llevando después la arena al puerto de Singapur, donde intermediarios venden gran parte en el mercado local y trafican el resto con destino al extranjero. "Se está librando una guerra secreta por lo recursos naturales. Los traficantes operan con total impunidad", asegura Nur Hidayati, portavoz de Greenpeace en Indonesia.
El impacto ecológico va mucho más allá de lo que se ve a simple vista en islas como Nipah, donde toda vegetación ha desaparecido del terreno que todavía aguanta sobre el nivel del mar. Algunas de las islas expoliadas han dejado de cumplir su papel como muros de contención para posibles tsunamis, exponiendo a futuros desastres a islas más grandes y habitadas. La desaparición de unas islas ha acelerado la erosión de otras, aumentado las inundaciones. El cambio de las corrientes marítimas ha alterado el ecosistema en algunas de las zonas con mayor diversidad del mundo. "Especies tropicales y barreras de coral se están muriendo y la biodiversidad de esos lugares está bajo amenaza", dice Hidayati, de Greenpeace.
El informe de expertos medioambientales sobre lo que está ocurriendo en Camboya habla de un desastre irreversible en el que sus costas están siendo devastadas, decenas de especies puestas al borde la extinción y la vida de los pescadores locales arruinada. Se trara de un daño doble porque los barcos, que según Global Witness operan con total impunidad, están esquilmando también el agua del fondo de los grandes ríos camboyanos. La supuesta regulación en la exportación de arena, establecida en 2009, es ignorada y la policía no lleva a cabo ninguna detención porque la concesión de derechos es otorgada por algunos de los políticos más poderosos del país, incluidos dos senadores vinculados al todopoderoso primer ministro Hun Sen.
Indonesia está tratando de demostrar que los efectos del expolio no son irreversibles, al menos mientras las islas saqueadas mantengan un palmo de terreno sobre el nivel del mar. El gobierno ha lanzado una gran operación para tratar de salvar Nipah y cree que no es demasiado tarde. "Estamos tratando de revitalizar la isla con varios proyectos", asegura Arief Havas, director del departamento encargado de asegurarse de que la isla sobreviva y las fronteras indonesias permanecen invariables.
El plan de rescate de Nipah es en sí mismo una gran contradicción. Tras vender durante años su tierra al mejor postor, y ver cómo las sobras eran robadas por los piratas nocturnos, la isla se ve obligada ahora a comprar la arena con la que espera recuperar su tamaño original, cercano a las 65 hectáreas con la marea baja. El proyecto incluye levantar una base de abastecimiento para buques, plantar cientos de árboles para devolver la vida al lugar y establecer una pequeña base naval permanente para evitar que Nipah vuelva a caer en manos de los ladrones de islas. ¿El problema? Sólo Indonesia tiene otras 17.000 islas que proteger. Una misión imposible.