El rostro se envuelve con un paño caliente que se dobla para dejar la nariz descubierta y permitir que el cliente pueda respirar. Así se reblandece la barba y los poros de la piel se abren. La crema de afeitar se aplica con un hisopo, mientras el barbero suaviza el filo de la navaja en una correa de cuero que cuelga del sillón. Luego, la desliza en sentido del pelo. En caso de un pequeño corte, se usa una piedra lumbre para cicatrizar, que tiene un aspecto similar al cuarzo y es rica en sulfato de aluminio. Más que una técnica, antigua y elaborada, es un ritual.

Quedan pocos lugares donde todavía un hombre puede afeitar su barba a la usanza de antaño. Los hermanos Gracia, Jorge (61) y Robinson (58), llevan una vida perfeccionando esta labor. Trabajan en la peluquería Don D' Gracia, ubicada al interior de un pasaje en calle Santo Domingo 1160, donde cortan la barba por $ 3.000.

El oficio lo heredaron de su ya fallecido padre, Jorge Gracia Salinas. En 1953, el patriarca abrió un salón sólo para caballeros en el local 14 del subterráneo de la Galería Edwards, en pleno centro de Santiago. A su pulso experto se entregaron personajes conocidos de la política y el deporte: "Mi padre afeitaba a Salvador Allende antes de que fuera presidente, o al ídolo del Mundial del 62, Leonel Sánchez, a Julito Martínez, Gabriel Valdés y muchos otros", explica Robinson. Mientras, tijeras en mano, apunta hacia la prueba de esos recuerdos: un cuadro lleno de fotografías donde aparece su padre junto a sus clientes ilustres. Ahí figuran sentados en el sillón de barbero cubiertos por una capa.

Hace siete años dejaron el salón de la Galería Edwards. El arriendo era muy caro y el negocio no daba para cubrir los costos. "Además, con la llegada de las tiendas de compra y venta de oro, se llenó de maleantes. Después de robar joyas, los delincuentes las venden ahí", cuenta Jorge.

En la nueva peluquería de Santo Domingo todavía quedan algunos vestigios de la época dorada de esta dinastía de peluqueros, que "reinó" 49 años. Hay un retrato del abuelo, un escudo enorme de metal, un televisor, una radio y una pila de casetes sobre una repisa. Pero en la decoración destacan dos sillones marca Reliance, fabricados en EEUU. Alguna vez pertenecieron a la Peluquería Real que, durante los años 40, funcionaba en calle Compañía. "Mi padre compró ahí los muebles que datan del 1800. Estos eran los que se usaban en la época de Capone. Seguro tienen la sangre de más de algún gángster", bromea Robinson.

Según cuenta, en la antigua Peluquería Gracia, llegaron a tener hasta nueve sillones, tres estaciones de manicure y un sector de podología. "Ellos se preocupaban de todo: de cortar las uñas de las manos, los pelos de las orejas, de la nariz y las cejas", explica Manuel Figueroa, un periodista, quien es cliente y amigo de los hermanos Gracia. "Hubo una época en que éramos muchos los reporteros de tribunales que pasábamos a afeitarnos acá. Algunos, como yo, todavía venimos, porque ya somos como de la familia", agrega.

Robinson y Jorge se criaron entre tijeras y navajas. "Cuando niños, acompañábamos a mi padre. Nos daba 1.000 escudos y partíamos al Cine Baquedano o al Plaza, mientras él trabajaba", cuenta Jorge. Pero no sólo mirando aprendieron el oficio que ellos consideran un arte. Colgado de un muro está el diploma de graduación de la Escuela Profesional Mixta de la Sociedad de Unión de Peluqueros. En la parte superior figura el membrete del Ministerio de Educación. "Esta era una profesión digna. Para aprobar el curso teníamos que afeitar un globo sin que se reventara", cuenta orgulloso Robinson. "Ya no es lo mismo. La peluquería actual es la versión chatarra de la comida de mantel largo", dice. La fecha del diploma data de 1974.

"Cuando había toque de queda, era habitual que los hombres se encerraran en los clubes y restaurantes del centro hasta el día siguiente", dice Robinson. Para los hermanos Gracia y su padre esta costumbre significaba que debían afeitar y lavar el pelo a los caballeros que pasaban la noche al interior de los cabarets. La idea era que aparentaran en sus oficinas haber dormido en casa. "Después se iban a trabajar, pero nosotros sabíamos quién se había portado mal y quién no", agrega.

Luego del traslado a Santo Domingo, comenzaron a recibir público femenino. "Hubo que adaptarse para poder sobrevivir", explica Robinson. Pero la barba sigue siendo cosa de hombres.

En días de antaño, hasta el subterráneo llegaban banqueros, ministros de la Corte de Apelaciones y grandes empresarios. "Todavía atendemos a don Félix Blumenthal, dueño de las antiguas Sastrerías Rex. Tiene más de 90 años y una vida cortándose el pelo con nosotros", dice Robinson. "Conservamos clientes de toda la vida, pero algunos han fallecido, como nuestro padre", agrega su hermano. Ahora son sus hijos y nietos los que visitan a los Gracia.