La primera vez que Andrea escuchó hablar de Belén fue a principios de julio. Veía televisión cuando apareció la nota de una niña de 11 años de Puerto Octay, que había sido violada por su padrastro y tenía tres meses de embarazo. La madre de la escolar, al salir de la formalización, no la apoyó. "Es una injusticia contra mi pareja", dijo.

Andrea estaba en el comedor de su casa en Alto Hospicio cuando vio la noticia. "Pobrecita", recuerda que se dijo, más de dos mil kilómetros al norte de donde eso ocurría. También pensó en sí misma: en 2004 tenía 11 años cuando quedó embarazada, tras ser violada por su padrastro. De acuerdo a un peritaje efectuado por una especialista del Centro de Protección Infanto Juvenil (Cepji), en las primeras entrevistas, la madre de Andrea tendió a "responsabilizar a la menor, a pesar de que ésta le contó que era el sujeto" quien la había forzado.

"El gallo le dijo a mi mamá que yo tenía la culpa", asegura Andrea. Su historia recuerda a la historia de Belén, pero nueve años más tarde. Hoy tiene 20 y su embarazo terminó a las 38 semanas, con el nacimiento de una niña que pesó 2,9 kilos, midió 51 centímetros y que hoy tiene ocho años: "Cuando la vi por primera vez lloré mucho", cuenta Andrea. Ese es uno de los pocos momentos que asegura recordar del parto. Del relato de esa parte de su vida, quien más habla es su madre, Ana Muñoz, quien luego la apoyó y con quien sigue viviendo. Andrea, de sonrisa fácil y ojos tristes, prefiere hablar de sus amigos, o de su plan de irse de Alto Hospicio y estudiar Enfermería cuando termine cuarto medio en un liceo nocturno. Repite que no se acuerda de muchos detalles de ese período, pero, de vez en cuando, suelta en la conversación: "Había veces en que me preguntaba: 'Por qué me pasan las cosas a mí'. Pensaba en eso como a los 13. Nunca tuve depresión, pero igual lo pensaba. Aunque ahora me afecta hablar del tema, ya no es tanto como antes".

En septiembre de 2004, Andrea comenzó con mareos y vómitos, que la tuvieron una semana hospitalizada. Ana Muñoz cuenta que pensó que su hija podía tener un problema hormonal y pidió al pediatra que la examinara una matrona. Tras realizar la ecografía, el resultado no fue el esperado: Andrea tenía dos meses de embarazo.

Ana Muñoz, de 45 años y paramédica en Alto Hospicio, relata que se desmayó y que, al despertar, vio a su hija llorando en la camilla. "Tiritaba, era flaquita como un pajarito. Le pregunté si había sido alguien del colegio, un hermano, le pregunté hasta por su papá, pero nunca por Leonardo".

Leonardo Sierralta, argentino de 25 años, convivía con Muñoz y sus tres hijos desde noviembre de 2003, en la casa de la mujer. "Mi pareja era, se podría decir, excelente", dice Muñoz con pesar. Ante la pregunta de "quién era el hombre que le había hecho daño", la niña respondió: "El tío Leo". Ese día, Sierralta esperaba el diagnóstico en la sala de espera. "Sentí que el mundo se me caía, pero le dije al doctor que era una violación, que necesitaba que lo metieran preso", dice Muñoz, quien tenía 36 años y cinco meses de embarazo.

Sierralta fue detenido en el hospital. En su declaración, responsabilizó a la menor. La madre de Andrea asegura que no dudó de su hija y que "aquí la culpa es del mayor".

El fiscal jefe de Alto Hospicio, Raúl Arancibia, considera que la madre "puede que haya tenido algún minuto de confusión. La situación era muy dura también para ella, pero siempre apoyó a su hija y siguió con la denuncia". De acuerdo a la investigación, los abusos comenzaron en marzo de 2004, cuatro meses después de que Sierralta comenzara a convivir con Muñoz.

"Cuando me hacía eso, siempre decía que no le dijera nada a mi mamá. Yo le tenía miedo, porque a veces tenía reacciones fuertes con ella", recuerda Andrea. "No tomaba ni fumaba, pero sí era muy celoso", dice Muñoz. En el juicio, el fiscal planteó que la niña había sido abusada en al menos tres oportunidades. Sierralta fue condenado a 10 años de reclusión, que cumple en la cárcel de Alto Hospicio y que concluirán en dos años.

Desde el momento en que supieron del embarazo, Muñoz fue quien tomó las decisiones. "No soy partidaria del aborto", dice la paramédica, aunque en un minuto pensó que éste podía ser una opción. El embarazo fue definido de riesgo. Andrea sólo recuerda las molestias físicas: "Sentía que me enterraban algo en las costillas".

La adopción tampoco fue una alternativa. "¿Por qué iba a estar conmigo mi hija y no mi nieta? Independiente de cómo haya sido, las niñas son hermanas del mismo papá", recalca Muñoz.

Actualmente, Muñoz, Andrea y las hijas de ambas, que sólo tienen dos meses de diferencia, viven juntas. Ana asumió el rol de madre de ambas, quienes, hasta hace poco, creían que eran gemelas. Son del mismo porte, tienen el mismo color de piel y usan peinados similares. Hace dos años les dijeron que Andrea era la mamá de una de ellas, pero siguieron tratándose como hermanas. Hoy sólo obedecen a Muñoz: "Tuvimos que decirles, porque en el colegio una profesora preguntó cómo es que eran hermanas si tenían distintos apellidos. Es triste y complicado para nosotras".

La hija de Andrea es la que tiene más confusiones. "El sicólogo la hizo dibujar a su familia y no supo quién era su mamá ni sus hermanos", dice Andrea. El enredo para la menor aumentó luego de que, hace cuatro años, Andrea fuera nuevamente mamá con una pareja de su edad. Hay partes de la historia que ella también asegura no comprender: "No sé por qué, pero el amor que le tengo a mi segunda hija es distinto. A la primera la quiero como hermana". En todo este tiempo, dicen, lo más difícil han sido los prejuicios y la falta de dinero. "Todos me miran, hablan de lo que nos pasó y ni les importa que escuchemos", cuenta Andrea, mientras que Ana recuerda, con pesar, que "nadie nos ayudó. Hubo un tiempo en que andábamos pidiendo por las casas".

Andrea trabaja algunos fines de semana haciendo aseo en una casa vecina. Tras el nacimiento de su primera hija, volvió a estudiar. Cuenta que recibió un bono por excelencia académica, "porque tengo promedio 6,9". No pololea. Cuando termine el colegio quiere estudiar Enfermería e irse de Alto Hospicio con toda su familia.

"Todo esto me cambió harto la vida", reflexiona Andrea. Aún así, si pudiera hablar con Belén, "le diría que si yo pude, ¿por qué otra niña no puede? En el momento uno sufre y lo pasa mal, pero después los niños crecen y uno madura y se va dando cuenta de que la vida es así. Yo salí adelante gracias a la ayuda de mi mamá. Pero cada uno toma sus propias decisiones".