Dos jóvenes se besan. Dos jóvenes con pantalones pitillos se besan apasionadamente. Pulseras fosforescentes se aferran como golletes a sus muñecas. ¿Qué quieren? Lo que la mayoría de los jóvenes en la noche santiaguina en los últimos dos años: "perrear". Es la una de la mañana de un sábado y la discoteque Kmasú, en General Holley, arde al ritmo de los contoneos del reggaetón. Este local es una de las pocas luces que se encienden en la noche del barrio Suecia, mermado y dañado por haber dado de comer a la crónica roja.

Su peak fue en los 90, pero no tuvo la misma suerte que Bellavista -que va y viene de la apertura de noticiarios y cada cierto tiempo logra dar tranquilidad al transeúnte-. En la Kmasú se mata la noche. Lo mismo que en otros lugares de moda: Sala Murano, en la Plaza San Enrique; Club Amanda, en Vitacura; el restaurante El Ciudadano, en Seminario, y el galpón Víctor Jara, en la Plaza Brasil.

En el último tiempo se ha sumado a la noche el Bar The Clinic, en Monjitas, que está a pocas cuadras de donde empezó la fiesta pública en el Santiago republicano: en La Chimba.

El sector donde luego nacería Bellavista fue el epicentro de la diversión a comienzos de 1800. Las chinganas, especies de fondas de la época, eran un lugar donde había alcohol y cuecas. La más famosa fue El Parral, de Teresa Plaza. "Estos lugares eran visitados por todas las clases sociales. Un cliente habitual fue Diego Portales, aunque eso fue después de la Independencia", cuenta Carlos Donoso, historiador de la U. Andrés Bello, quien además comenta que en la época también era frecuente ver locales clandestinos y casas de remolienda: "Estos lugares estaban donde confluían muchas personas, generalmente en los arrabales de la ciudad, donde hoy está Providencia o La Granja. (Esta última estaba) en el sector sur y habían caseríos… Uno tiende a idealizar el período, a verlo como heroico. Pero eso es una caricatura. La realidad era muy distinta, era un Chile tremendamente oscuro, limitado culturalmente y polarizado socialmente".

La diversión en el siglo XIX no sólo se ocultó en la clandestinidad. También vio la luz: los parques se transformaron en verdaderas zonas de relajo. En el año 1820 se inauguró la Alameda de Las Delicias y se convirtió en un polo de atracción junto al Parque Cousiño (donde hoy está el Parque O'Higgins). "La gente iba a pasear a esos lugares porque no había espacios abiertos donde poder sentarse o, simplemente, a hacer vida social", cuenta Donoso.

Ya en el siglo XX se abren nuevos lugares: aparecen las más famosas quintas de recreo, como el Rosedal, en Gran Avenida 6515, que en ese tiempo transmitía su show por radio Quinta Santa Lucía y donde ahora funciona una fuente de soda.

Reconocidas eran también las noches de bohemia intelectual. "El Hércules era famoso en los años 20 ó 25, porque era un sitio donde iban mucho Neruda y sus amigos escritores y poetas. Quedaba en la última cuadra de Bandera antes de llegar a General Mackenna", cuenta el escritor Ramón Díaz Eterovic.

El Teatro Opera, donde funcionaba la compañía de revistas Bim Bam Bum, en la calle Huérfanos, fue un ícono de mediados de los 50: "Yo fui a París y no me gustó tanto, lo encontré fome porque ya todo lo habíamos hecho en el Bim Bam Bum; las plumas, todo. Fue lo más grande, después venía el Goyesca", recuerda Isabel "Pitica" Ubilla, la primera vedette chilena.

"En los años 50, los hombres salían más a los locales nocturnos. Mientras que hacia fines de los 60 comienza a desarrollarse una industria de la diversión (y a sumar mujeres). Las Brujas, los carretes cerca del Pollo Stop (aparecido a fines de los 60 en las calles Apoquindo y Vitacura). Los jóvenes comienzan a tomarse la noche", agrega datos Osvaldo Torres, antropólogo de la U. Central. En esta década, la gente deja atrás los malones puertas adentro para ir a la peña o las discoteques. Los años siguientes, la historia nocturna se paseará por diferentes barrios.

Los 80 no fueron precisamente dulces para la bohemia santiaguina. El régimen militar impuso toques de queda y una nueva forma de relacionarse. "A principios de la década surge El Trolley, un local del centro liderado por Ramón Griffero, quien venía llegando de Bélgica. Ahí se arma la primera movida under que es contracultural, pero que no es ideológica. Este país era una tumba, pero ellos traspasan ese eje y dicen 'vamos a hacer fiestas'", cuenta Oscar Contardo, autor del libro La era ochentera.

La década se movió al ritmo del toque furibundo de cacerolas, la trova del Café del Cerro, en Ernesto Pinto Lagarrigue y lugares dedicados al sector alto, como la discoteque Gente. "Tocábamos música de los 80 y los 70. Billie Jean de Michael Jackson y Madonna estuvieron por muchos años sonando. El lugar era el mejor de esa época", recuerda Iván Bovinic, DJ de esa discoteque, ubicada en el subterráneo del Omnium en Vitacura.

También estaban la Eve, la Casa Milá y bares como el Gato Viudo. Los lugares dieron paso a nuevas formas de divertirse, al redescubrimiento de los malones en el siglo XXI, a los pubs y restaurantes. También a los jóvenes reggaetoneros, que creen que pueden perderse cualquier noche al ritmo del perreo.