Jacob Zuma es un tradicionalista zulú que dejó el colegio a los 12 años. Se ha divorciado dos veces, pero aún tiene cuatro esposas; y ha tenido, que se sepa, 18 hijos. En los seis últimos años se le ha acusado (sin que prosperara judicialmente) de violación y de fraude. La principal revista política de Sudáfrica, The Financial Mail, publicó en 2008 una foto de Zuma con una advertencia en letra grande: "Tengan miedo". Los responsables de la revista se acordaban, seguramente, de otra imagen que inquieta a muchos sudafricanos, sobre todo a los blancos: Zuma, sobre un escenario, vestido con un atuendo zulú de piel de leopardo, con una lanza en la mano y cantando la canción Tráiganme mi ametralladora.

En persona, Zuma es más gato casero que leopardo. Cuando entona su canción de la ametralladora lo hace con una sonrisa cómplice, no en plan amenazador, y cuando uno se encuentra con él descubre que es de risa fácil y actitud afable. A diferencia de Thabo Mbeki, su antecesor, de intelectual no tiene nada. Zuma es el primer presidente del Congreso Nacional Africano (CNA) -el partido gobernante de Sudáfrica- desde la creación de la organización en 1912, que carece de título universitario. No es un Mbeki, ni muchísimo menos un Obama. No tiene ideas claras sobre nada, salvo un apego a los valores fundacionales del CNA, de la justicia social y el no racismo.

No intenta pasar por lo que no es. "Soy dirigente del Congreso Nacional Africano porque sus miembros opinan que creo en los principios del partido", dijo. "¿Por qué voy a decir, cuando me elijan: 'Muchas gracias, ahora esta es mi idea? ¡No puedo hacer eso! Sería traicionar a los miembros del CNA".

En un país que, en general, observa las formas de la corrección política, cuyos anteriores líderes, como Mandela, eran ávidos defensores de los derechos de la mujer y en el que un tercio de los diputados y parlamentarios son mujeres, tener a un polígamo al frente resulta extraño, como poco.

El dilema de Zuma es la lucha contra la corrupción. En los últimos años, los medios han estado llenos de noticias sobre concesiones dudosas de contratos por parte de municipios del CNA. Y aunque el mensaje de su campaña electoral fue que se castigará con todo el peso de la ley la corrupción entre los cargos electos, Zuma ha pasado los últimos seis años librando una batalla legal tras otra, primero por una acusación de violación (fue absuelto) y segundo, por una de abuso de poder para enriquecerse.

Cuando lo acusaron de violación y fraude, era el vicepresidente del país. Sólo en una democracia "madura", según Zuma, se podía obligar a una persona con un cargo tan alto a dimitir y hacer frente a las acusaciones. "¡En otros países, para empezar, no se habría inculpado al vicepresidente del país!", exclamó en la entrevista, con otra de sus grandes sonrisas. "¡No se habría hecho! Ni mucho menos se le habría sometido a un juicio público... Si yo fuera periodista, diría que en la punta sur de Africa hay una democracia arraigada en la que nadie está por encima de la ley".