Fierro, fibra de vidrio, cuerdas, ruedas y hasta un barril y una manguera. La anatomía de esta mano es diferente, pero se mueve, articula, apunta y sangra casi como una común. Salvo porque mide seis metros. Y es ella la que tiene el control en El hombre venido de ninguna parte, la obra con que la Gran Reyneta volverá a usar la calle como escenario.

Esta compañía chilena de teatro callejero nació el 2004 bajo la tutela del Royal de Luxe, el grupo francés que trajo a Chile La pequeña gigante. Su fundador, Jean Luc Courcoult, dirigió los dos montajes anteriores de la Gran Reyneta: Roman photo (2005) y Las pesadillas de Toni Travolta (2008). Ahora el grupo apuesta por su independencia. "Nos desligamos del Royal de Luxe en buenos términos. Era importante vernos enfrentados a un proceso creativo de manera independiente", dice Mario Soto, director de El hombre venido de ninguna parte.

Cinco integrantes originales y cuatro miembros nuevos forman esta etapa de la compañía. Son actores, bailarines, músicos, constructores y técnicos que debutarán el 8 de diciembre en Lo Prado, comuna en la que han estado desarrollando la obra desde abril. Ahí darán tres funciones. En enero el grupo regresará como parte de la oferta de calle del festival Stgo. a Mil, coproductores del montaje junto al Centro Cultural de Lo Prado.

La inspiración de la obra es Un cuento de Navidad, de Charles Dickens, con su idea del personaje malvado que tiene una oportunidad de redimirse. "Partimos por la idea del viaje como metáfora de la vida, donde se va descubriendo y aprendiendo de los errores. Y para que pudiera ser más productivo el viaje, el personaje tenía que venir por mal camino", explica Soto.

Pablo Sepúlveda y Luis Catalán elaboraron la idea original del montaje. Todo comienza en un restaurante al que su despótico dueño entra a pesar de que le advierten que hay una fuga de gas. Y el local estalla. Luego aparece un huevo metálico de más de dos metros, del que renace el dueño del restaurante, pero sin saber quién es ni dónde está. Ahí entra la mano a guiar sus pasos. La estructura de 700 kilos necesita hasta cinco personas tras ella para lograr sus movimientos más complejos. En su construcción participó Harold Guidolin, el único francés que colaboró en este montaje, quien fue uno de los constructores de La Pequeña Gigante.

Explosiones y tormentas de agua y de arena aparecen en este viaje. El protagonista se encuentra con sus familiares en el cementerio, se enamora y pierde a la chica, es detenido en una ciudad y queda solo en el desierto. Debe enfrentar a sus fantasmas. Despertar, recordar y entender.

"Lo que nos movió es la aventura y el sentido mágico de las cosas. Trabajar materiales brutos, como soldadura, fierro, madera, y encontrarles el sentido poético. Nos sentimos llamados a rescatar el sentido más ingenuo y poético del teatro", cuenta el director.