CON paciencia infinita, Alfredo Jocelyn-Holt archiva desde el 2009 todos los artículos de prensa -chicos o grandes, de diarios y medios digitales- que tengan algún tipo de relación con la educación. Fue gracias a este sistema que el historiador, que no usa celular ni ve televisión, fundamentó buena parte de su nuevo libro, La Escuela Tomada (2015). A partir de la toma de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile en 2009 -que entre los protagonistas tuvo al hoy diputado Gabriel Boric y al actual decano, Davor Harasic-, con experiencias de otras partes del mundo y con la realidad de la Casa de Bello, Jocelyn-Holt hace un análisis descarnado del estado de la educación en el país. El escritor cree que las actuales autoridades no dan el ancho, cree que la gratuidad es un retroceso en camino hacia la descomposición, y sigue insistiendo en que la bancada joven no exhibe nada nuevo. Según él, en las 642 páginas del texto menciona a 850 personas y a más de 90 instituciones. "La cosa va en serio", asegura.

n su libro La Escuela Tomada, usted afirma que la tesis del malestar que plantearon los estudiantes el 2011, y que cada cierto tiempo reaparece como crítica al sistema, es un "matiz táctico", un diagnóstico presente en Chile desde hace siglos, algo que carece de sustancia. ¿Sigue creyendo lo mismo a partir del deterioro de la política?

El diagnóstico crítico que se ha venido planteando a partir del siglo XX tiene sustancia, tiene validez. El problema se presenta en cómo se usa, y sí, creo que en el caso del 2011 tuvo una connotación meramente táctica, además, porque no se innova mayormente sobre eso y lo novedoso es la praxis que acompaña a eso. Ahí es cuando no tiene sustancia. No han dicho nada nuevo que no haya dicho Moulian, Bengoa, yo mismo contribuí algo o el mismo Gabriel Salazar. La primera persona que habló sobre asamblea constituyente a fines de los 80 fue Gabriel Salazar. Tampoco me llama la atención que estos procesos surjan del interior de las universidades. Lo que sí quiero falsear es que el 2011 fue algo meramente espontáneo, y por lo tanto, cifrar la atención en el 2009 con la toma de Derecho me parece que pone en cuestión esa pretensión de que el malestar hizo surgir esta eclosión. Yo menciono el caso de Tunick, que logró movilizar gente, y ese es un dato que habla de la capacidad que tienen las redes sociales para organizar, tienen una extraordinaria capacidad de efecto, pero no necesariamente contenidos. Básicamente, lo de Tunick es que se empelotaron y le pusieron, además, "la nueva cara de Chile", y eso era meramente un trasero.

¿Cuánto ha cambiado el país desde 2011? ¿Cambió en algo? ¿Maduró el movimiento social, evolucionó?

Noto una especie de desinfle, cosa que no pasa al interior de las universidades. En las universidades tiene que ver con una cosa de tradición, de compromiso activo que viene de los años 60. Esto hay que mirarlo en función de 1988-1989 con la derrota de la izquierda. Estas universidades se transformaron en una trinchera de humillados que quieren hacer el lugar solamente propio, lamer las heridas, cicatrizar y prepararse para el siguiente ataque. Aquí, estos desinfles pueden ser repliegues. La universidad es un centro de operación desde donde se repliegan, se reconocen, se concentran los humillados con el objeto de hacer ver lo malo que está el sistema. Véannos a nosotros y vean nuestro comportamiento. Y entonces las universidades pasan a ser un escenario de imagen de aquello muy potente, y los medios lo recogen porque son un lío, son un problema. Son siete meses en que se toman la Casa Central; son cinco meses las facultades, y por distintos medios por las cuales se toman las universidades, incluso a veces en colusión con las autoridades. Esa es la toma del 2009. O pueden llegar a través de elecciones como la reciente elección del decano Harasic, uno de los artífices de la toma del 2009, no le resultó hasta ahora y lo hizo electoralmente. Las autoridades, además, tienen ese discurso de que ellos son los humillados, como el rector Ennio Vivaldi, que el Estado no nos apoya. Entonces, hay una confluencia entre autoridades, profesores y alumnos de crear una universidad popular. Y eso es grave, porque la Universidad de Chile dejaría de ser una universidad nacional. Nos quieren convertir en una Universidad de Buenos Aires, o en su momento la Unam en México.

Respecto de la reforma en educación, la semana pasada se anunció el inicio de la gratuidad para el 2016. Los rectores piden el detalle y aún no deciden si serán o no parte del programa. ¿Cree usted que era este el impulso que necesitaban o se recrudecerán los problemas?

Sería especular. Está de por medio si se puede financiar la gratuidad universal. Los que no quieren sumarse a la gratuidad tienen toda la razón. No están dispuestos a aceptar los términos que hacen acompañar la gratuidad. La gratuidad puede significar modificaciones en cuanto al tipo de gobierno, pero la toma del 2009 demostró que no necesita haber una ley o el DFL2, ahí hubo cogobierno. En la Universidad de Chile hay cogobierno, sin duda, en una instancia como el Senado Universitario. El Senado Universitario ha sesionado bajo la Casa Central tomada, o sea, la colusión existe. El punto que más me preocupa son los eventuales otros condicionamientos: qué se puede enseñar, si el Estado va a establecer una especie de currículo uniforme. La gratuidad es el caballo de Troya.

Giorgio Jackson hablaba la semana pasada de la vocación pública que tienen que tener las universidades para ser parte de la gratuidad, que las universidades tienen que "hacer un compromiso".

Ellos se refieren a un compromiso social, igualitarista, con compromiso político, no lo dicen, pero tiene que sonar bien pensante y políticamente correcto. Eso es una mera plataforma ideológica y que es algo muy complicado con la universidad. La universidad tiene la misión de ser instancia pública, no necesariamente tienen que ser estatales, el mejor ejemplo es la Universidad Católica, que terminó siendo pública en los años 60, porque se volvió imprescindible. A lo que ellos apuntan es a un orden social equitativo que termina con la selección, que termina con la universidad meritocrática. Siempre me critican porque tengo una visión aristocrática, o de elite, bueno, terminan con una universidad que premia y da un espacio a la aristocracia del intelecto, de la inteligencia, digámoslo así para que quede claro. Entonces, tenemos instituciones chatas, y su propósito es aplanarlas, y significa un componente masivo de gente que viene a la universidad y no tiene el capital cultural.

Usted afirma que en las universidades hay "gestores que han querido hacer converger la vida universitaria con la empresa". ¿A quiénes se refiere?

La frase surge a partir de una discusión que se ha dado en España producto de la crisis económica. Se preguntan qué es la universidad, en qué se han ido transformando, y se ha planteado que las empresas se han tomado las universidades, hacen sus negocios ahí y entran en colusión con los académicos, que siempre han vivido en un mundo que tiene plata, pero no la suficiente. Entonces, esto viene de perilla. En Tolerancia Cero dije que no sólo las universidades privadas son las que lucran, paremos el cuento, en la Universidad de Chile hay gente que tiene ingresos por $ 14 millones. Yo no recibo $ 14 millones, alguien sí los está recibiendo, nunca había visto tanta plata, pasa por delante de mí, la veo circular. En el caso de la Universidad John Hopkins, en Estados Unidos, donde estudié, el diagnóstico es que lo que ha aumentado son los administrativos. Es decir, las casas centrales, el aparato administrativo. Son ellos los que hacen negocio con las empresas.

¿Lo que usted relata dónde se ve, realmente, en la Universidad de Chile?

En la Facultad de Derecho, en Economía y Negocios y en Ingeniería. Y recordemos que hay una facultad como Medicina que es muy costosa, debe significar casi la mitad del presupuesto de una universidad. Es una empresa también, es la privatización y ocurre en las públicas y en las privadas. Hay que poner ojo en las fundaciones, que reciben exenciones tributarias y donde hay corrupción. Lo hemos visto, hay muchos casos, y no necesitamos recurrir a la Universidad del Mar. A veces identificar un chivo expiatorio desvía la culpa. Y no es sólo en Chile, en Francia, en Inglaterra. ¿Qué significa que una universidad quiebre? Que se transformó en otra cosa, uno pone plata en las universidades y genera descomposición.

En el libro usted concluye que "la universidad es lo que es porque no puede ser mejor que lo que la rodea". ¿A qué se refiere?

Es una variante de aquello de que tenemos el gobierno que nos merecemos. A veces hago reír cuando digo que la historia de la Universidad de Chile se resume diciendo que va desde don Andrés Bello a Víctor Pérez o Ennio Vivaldi. Eso lo dice todo. Es decir, el rector de la Universidad de Chile era un personaje prestigiado, un académico de primer nivel que merecía no una, dos estatuas. A nuestros rectores no les van a hacer un monumento, no se lo merecen, lo que me preocupa es que en las estatuas de la gente que lo merece los perros hacen sus necesidades y también a veces los alumnos hacen sus necesidades como perros. Tenemos las universidades que corresponden a nuestra época, por lo tanto, hablar de universidades es hacer una crítica para efectos de tratar de entender la época que vivimos.

A esto hay que sumar su crítica respecto de que los alumnos que ingresan a la universidad tienen que exhibir "otras excelencias", cosa que no estaría pasando. ¿Hay caminos de salida?

Montesquieu escribió un libro muy importante que se llama El espíritu de las leyes. A él le interesaba el espíritu de las leyes y no las leyes. ¿Dónde está el espíritu de las leyes? Eso hay que trabajar. El tipo de persona que va a la universidad es un ser privilegiado y tiene que responder a ese privilegio. Eso no calza con el modelo actual, que es que alguien tiene un derecho a ir a la universidad, y si no tiene los medios o la capacidad, se le debe compensar porque de esa manera se corrige la historia para atrás. Es una especie de reivindicación sobre la base de resentimiento aletargado que finalmente queda en evidencia. Hay que trabajar el espíritu. El sujeto-alumno y los profesores deberíamos estar manejando la universidad, no unos administradores profesionales. Tenemos que tener muy claro qué es lo que tenemos que estar haciendo, y eso es el conocimiento, la razón, el saber, los talentos y la honestidad intelectual. Uno de los problemas que tengo con la Universidad Católica es el sectarismo. Una universidad que tiene enorme potencial, que es la única universidad en la que yo apostaría, es la Universidad de los Andes, pero el compromiso religioso hace muy complicado su desarrollo, que no es el caso de la Universidad de Chile, que siempre ha sido plural, pero que ahora la quieren convertir en una universidad popular, y caería en el sectarismo. Hay que tratar de corregir, poner acento en recuperar la idea de universidad no mercantil, no masificada, que no pretenda ser un laboratorio sociológico para la corrección social.

Otra de las reformas que hoy están a punto de ver la luz es lo relativo al proceso constituyente. ¿Cuál es el rol que tiene que ejercer la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile? ¿Protagónico?

No me parece que sea razonable que desde la universidad o alguna facultad en particular se escriban las cláusulas de una nueva Constitución. Esto, sin perjuicio de que necesitamos una nueva Constitución, eso dejémoslo de lado. La universidad tiene que proporcionar el conocimiento que tenemos sobre el tema constitucional, y deberíamos estar abocados a reflexionar qué es una Constitución, qué ha pasado con las constituciones. Hay que ilustrar sobre ese tipo de cosas. Si la Constitución de 1980 se hizo, en buena parte, en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, no deberíamos repetir eso con ninguna otra Constitución. Sin perjuicio que me parece que Jaime Guzmán, como constitucionalista, cada vez que se habla de la Constitución, crece. Independiente si nos gusta o no. Esta Constitución nunca me ha gustado, pero los remedios, pasando por la asamblea constituyente, me parecen peores.

Su nuevo decano, Davor Harasic, ha manifestado su adhesión a la asamblea constituyente. A Harasic usted en la toma de 2009 lo ubicó en colusión con los estudiantes que pedían la salida del entonces decano Nahum. Hoy ha dicho que Harasic no teme en "usar un doble discurso" o apelar "demagógicamente" a los estudiantes.

Le agregaría a eso que Harasic siempre ha sido un abogado del foro, que no tiene ningún fundamento académico. No le reconozco ningún texto, ningún libro, ninguna presentación de peso. De hecho, cito una en la cual se plantea la posibilidad de que sea un plagio. El decano de Derecho, si decide entrar en estos temas, debe hablar a partir de su autoridad, y eso lo da el conocimiento. No puede hablar desde el poder, que significa haberse tomado una escuela, incluso electoralmente. En el colofón del libro me remito a cómo ganó Harasic, y no digamos que fue una manera muy decente.

¿Tampoco ha cambiado su percepción sobre Gabriel Boric, el líder de la toma del 2009?

En nada. Y todo está latamente escrito. En el libro saltan muchos nombres, uno puede tener la impresión de que este señor tira con ventilador, ese soy yo. No, no, no, si escribí y fundamento con fuentes, es porque esto va en serio. Lo que me interesa decir es que esto es sistémico. Pero no quiero empantanarme con ese señor, hay otros personajes, como Francisco Martínez, un personaje relativamente desconocido, pero que juega así por razones tácticas.

¿Son proyectos serios la Izquierda Autónoma y Revolución Democrática, que trabajan hoy por incorporarse al sistema político como fuerzas inscritas? ¿Han demostrado, a su juicio, tener sustancia?

El 2011 puede ser visto como un relevo de elite, sin perjuicio de que tengan un discurso antielite. Es una alteración de la política, a pesar de que tengan un discurso político. Eso no tiene nada nuevo, son puras tácticas. Así como ellos entran en el sistema para tomarse el sistema, entran a la universidad para tomarse la universidad. Si se transforman en partido van a ser similares a los partidos que han surgido de movimientos sociales, como el caso del peronismo. Uno podría decir que hay una contradicción, pero les importa poco eso. La contradicción está en que ellos están por tomarse los espacios, y puede ser una facultad, la universidad, puede ser el Parlamento, puede ser la calle -no les cuesta nada-, pueden ser los medios, etc. Acá no hay ningún ideólogo de peso, no hay. Se pueden servir de alguien como Fernando Atria, pero me parece que es un sofista, y como es un sofista, es contradictorio, no tiene una línea. Tiene un discurso para posicionarse en un determinado momento, y si la universidad es una excusa, el cambio a la Constitución también puede serlo. El tema educacional también es excusa, es una manera de aparecer en los medios copar la agenda y constituirse en interlocutor.