Es exactamente lo que ha ocurrido y hemos querido recordar esa predicción -a la que nadie dio bola- para ver si hoy, con algo más de crédito al menos en esta materia, se le da siquiera un poco a la que haremos al final de esta columna. Ninguno de ambos ejercicios, el augurio del pasado y el del presente, requiere una máquina del tiempo o que sea su autor maestro de la sico-historia como Hari Seldon, el personaje de la épica Fundación e Imperio, de Isaac Asimov; no necesita cálculo tensor sino simplemente la aritmética necesaria para sumar uno más uno, no meter la cabeza en un agujero ideológico y no cegarse ante la evidencia. Y evidencia es lo que sobra. Desde la fecha de esa columna en Qué Pasa al momento presente ha habido una cuenta acumulativa y ascendente de muertos y asesinatos -afortunadamente hasta ahora muy pocos- cientos de incendios intencionales de bosques, camiones, sembradíos y máquinas agrícolas, emboscadas a balazos a autos y buses, disparos contra helicópteros, atentados incendiarios a viviendas rurales y ahora también urbanas, amedrentamientos, manifestaciones, la aparición masiva de grupos de apoyo -los consabidos "combatientes" de las universidades, siempre disponibles para toda causa- y el desarrollo, en muchas áreas de la sociedad pero especialmente entre los jóvenes, fuente tradicional de reclutamiento para este tipo de batucadas, de un sentimiento de apoyo y solidaridad que implica hacer la vista gorda o hasta legitimar la violencia perpetrada por los protagonistas porque, dicen, estaríamos en presencia de "una lucha del pueblo mapuche por sus derechos". Ya se sabe: la fuerza pública es siempre reaccionaria y fascista, pero los crímenes de los revolucionarios nunca son culposos porque están autorizados y visados por LA HISTORIA.

De esos polvos, estos lodos...

Hace 15 años el movimiento mapuche era esencialmente -como son en los inicios todos los movimientos- una "cosa cultural", verbal, gestual. Se trataba de cantatas de damas mapuches tocando trutrucas, de rechazar la celebración del Día de la Raza, de hacerse reclamaciones jurídicas, de celebrarse seminarios sobre la historia de ese pueblo y de leerse altisonantes declaraciones de los intelectuales. Esto último, aunque de poca monta, ya era aviso de lo que vendría; los intelectuales, en especial su subespecie latinoamericana, son desde siempre mucho más dados al cantinfleo que al pensamiento, poco aptos y poco dados a analizar los hechos, pero tienen gran talento para olfatear a qué hora pasa el próximo bus al cual conviene subirse para obtener escenario, vigencia, resonancia y nombradía.

La situación es ahora muy distinta. Se acabaron hace rato los gestos y festivales y se inauguraron los incendios y atentados. Y principalmente se ha clarificado la agenda: la Coordinadora que encabeza y organiza el movimiento ya no se interesa, si alguna vez se interesó, en obtener tierras para los mapuches a título de propiedad individual, sino demanda un territorio para el "pueblo mapuche". Ya no ven, los líderes de dicha Coordinadora, a sus presuntos representados como ciudadanos chilenos cuyos antepasados habrían sido maltratados y merecen una compensación en tierras de cultivo; ven ahora a una entidad étnica y cultural, a un pueblo por derecho propio y merecedor, como toda nación, de un territorio autónomo, de hecho, de un Estado. Es, ni más ni menos, que la forma contemporánea, indigenista, del nacionalismo europeo del siglo XIX.

De eso se hablaba ya hace 15 años, pero hoy además sus profetas actúan en función de tales dichos. Los profetas devinieron en Redentores y estos, a su vez, están preparados para convertirse en mártires. Por eso las acciones de los "combatientes mapuches" -o más bien de los entre 200 a 500 individuos que dicen ser combatientes y representantes de esa etnia- recuerdan a los partisanos yugoslavos o rusos luchando contra las fuerzas de ocupación del ejército nazi. La única razón por la cual el conflicto no ha escalado a nivel mucho más alto de violencia y derramamiento de sangre es la cautela que ha tenido el Estado, por no decir su pasividad y temor, actitud que ha asumido con el propósito de no empeorar las cosas. Esa reserva y espíritu de quietud deriva del profundo debilitamiento de la doctrina básica de todo Estado, cual es mantener su integridad territorial y su monopolio del uso de la fuerza. Por razones políticas, hormonales y morales, hoy el uso de aquella parece no sólo inaceptable en ninguna circunstancia, sino además contraproducente. Y al menos hasta el año pasado las autoridades consideraban que el sentir popular, sin cuyo apoyo es difícil gobernar, mucho menos reprimir, no habrían consentido en la inevitables tácticas de inteligencia y captura que en todas partes del planeta son usadas para combatir estos movimientos.

El resultado: se han comprado algunos años de relativa paz -haciendo abstracción de quienes viven en la zona- sin hacer uso de la fuerza, pero al precio de elevar el nivel de hostigamiento y fuerza que hoy la propia Coordinadora considera necesaria para ocupar una posición protagónica en un país repleto de figuras estelares del conflicto y la revolución. De esos polvos, estos lodos…

Nuevo escenario

Considerando el talante de las nuevas autoridades, 95% gente de izquierda y 5% de la Democracia Cristiana, esta última una atormentada postura política que no sabe ni nunca ha sabido dónde verdaderamente se encuentra, no cabe imaginar que el Estado vaya, en los próximos años, a tomar seriamente las acciones que supone inevitablemente luchar contra esa clase de grupos. Eso iría contra el meollo mismo de su alma ideológica, valórica y visceral. Al mismo tiempo, sin embargo, no podrá continuar la política del mal menor, esto es, mantener las cosas como están, porque las cosas ya dejaron de estar como estaban. Con 200 ataques incendiarios al año, hoy también a pequeños agricultores de la zona y no sólo a las grandes forestales, emboscadas y perdigonazos a las autoridades, quema de casas, amenazas a jueces y policías, amedrentamiento del mismísimo pueblo mapuche por el que luchan -si no los apoyan son catalogados de traidores y se convierten en blancos de la venganza- y además, como fruto del hastío de quienes se sienten abandonados, una creciente tentación de ciertos sectores de agricultores no mapuches de hacerse justicia y/o defenderse con sus medios, las cosas están ahora en un estado que podríamos llamar de proto-guerra civil en miniatura y ante el cual no basta con esconder la cabeza en la arena ni los tours por la zona, con cara de circunstancias, del ministro del Interior de turno. Bastará un agricultor no mapuche que ultime a un activista o combatiente para que, con esa chispa, vuele el entero polvorín. Los de la pareja Luchsinger fue apenas un lamentable pre-estreno.

Nostradamus

Entonces, ni queriéndose luchar contra el grupo ni pudiéndose no hacer nada al respecto, lo que veremos es una rendición del Estado chileno en cómodas cuotas anuales. El movimiento mapuche obtendrá la autonomía estatal que desea, aunque con otro nombre para disimularlo y facilitar la rendición; no se hablará de Estado Mapuche sino de zona autónoma o zona especial o comoquiera lo palabreen los publicistas políticos a cargo de la tarea. El despeje de gente no mapuche -limpieza étnica- ya va bien encaminado; muchos están abandonando hoy mismo sus tierras antes que se las quemen o los baleen. A los que insistan en quedarse se los persuadirá con plomo o con oro. A los que pretendan defender lo suyo con armas en la mano se les aplicara "todo el peso de la ley". A los que reclamen por el corte de Chile en dos partes se les dirá que sólo se ha hecho justicia y que hay "las mejores relaciones entre Chile y ese Chile a Medias. A los que aleguen que la "causa mapuche" no involucra a un millón de personas sino sólo a 500 activistas se les dirá -yo se los diré ahora mismo- que no hay revolución o movimiento nacionalista que no haya sido obra de un grupo organizado y decidido, jamás de las masas.

Todo esto comenzará a suceder a más tardar el 2016. Nostradamus no les diría otra cosa.