Aunque posee una de las 20 fortunas más grandes del mundo -según la revista Forbes- y es la mujer más rica del planeta, no es frecuente ver la imagen de Liliane Bettencourt, de 87 años, en las "revistas del corazón" o en eventos del jet set europeo. Sin embargo, la hija del fundador de L'Oréal, que rehuyó las cámaras durante toda su vida, ahora es la protagonista de un escándalo que amenaza con hacer tambalear al gobierno del Presidente francés, Nicolas Sarkozy.

La historia de Bettencourt tiene todos los elementos de un capítulo de la serie Dinastía: su única hija Francoise Bettencourt-Meyers -con quien no se habla y quien es su heredera-, interpuso en 2008 un recurso en tribunales alegando la "fragilidad mental" de su madre, luego de enterarse de que ella le regaló US$ 1.200 millones a su amigo, el fotógrafo Francois-Marie Banier, de 62 años. Según la hija de Bettencourt, el profesional manipuló a la mujer para quedarse con obras de arte, propiedades y una isla en Seychelles. El patrimonio de Bettencourt supera los US$ 21 mil millones.

En tanto, Pascal Bonnefoy, su mayordomo de toda la vida, reveló haber grabado por un año conversaciones de la mujer y sus asesores más cercanos, donde se descubren cuentas no declaradas en Suiza y consejos para que la empresaria evada el pago de millonarios impuestos al fisco galo. Peor aún, una ex contadora de Bettencourt, Claire Thibout, afirmó que Sarkozy y otros políticos del oficialista partido Unión por un Movimiento Popular, recibieron dinero ilegal para financiar sus campañas electorales. Además, los vínculos de Florence Woerth, esposa del ministro de Trabajo, Eric Woerth, quien manejó inversiones de la empresaria, han levantado las sospechas de presuntos conflictos de interés dentro del gabinete presidencial. Precisamente, ayer, la justicia francesa anunció que investigará las declaraciones de Thibout, mientras aumentan las presiones para que Woerth dimita.

En medio del vendaval de acusaciones, Bettencourt ha mantenido su carácter firme y ha asegurado que "pueden investigar todo lo que quieran", agregando que "regularizará" la evasión de impuestos si es que se ha cometido. En relación a la disputa con su hija, se ha limitado a decir que son sólo celos y que Banier no la ha obligado a nada. Antes, en 2008, había declarado: "Mi hija debe darse cuenta que soy una mujer libre".

El quiebre con su hija se habría hecho evidente a mediados de los 90, por la fuerte injerencia que tenía Banier en la vida familiar. Según dijo Francoise Bettencourt-Meyers al diario galo Le Figaro, a fines de junio pasado, fue durante una cena en 1993 que Banier "se burló de mi padre. Encontré su comportamiento desagradable. Pero en ese momento no dije nada". Pese a que la relación se enfrió cada vez más, la hija asegura que junto a su padre no hicieron nada, porque él "estaba completamente enamorado de ella y no quería perturbarla".

Bettencourt-Meyers insistió en que emprendió la acción judicial genuinamente preocupada por el bienestar de su madre y no por dinero y declaró que "estoy segura de que ella me ama a pesar de la forma en que se impone. Quiero decirle que quiero encontrarla y que sepa que no he dejado de amarla".

Lo cierto es que Bettencourt no es ajena a la controversia. Tanto su padre, Eugene Schueller, como su esposo, André Bettencourt -fallecido en 2007-, tuvieron fuertes lazos con movimientos nacionalistas de extrema derecha. Incluso, en 2005, debió enfrentar la demanda de una familia judía alemana que exigió la devolución de la propiedad donde estaba la sede central de L'Oréal en Alemania y que habría sido tomada ilegalmente por los nazis.