Corría agosto de 1977 cuando la Nasa lanzó al espacio el Voyager 2, una sonda del tamaño de un bus provista de una antena parabólica y varias cámaras de fotos y televisión. Junto con el Voyager 1, lanzado unas semanas antes, las naves gemelas tenían la difícil misión de soportar el embate de rayos cósmicos, erupciones solares, rocas y arena del cinturón de asteroides, además de una fuerte radiación.

Aprovechando un alineamiento planetario, la sonda 1 se dirigió en su primera misión a los dos gigantes Júpiter y Saturno. El Voyager 2 se encargaría de los planetas más alejados del sol: Urano y Neptuno. Ambos no sólo cumplieron su objetivo, sino que hasta hoy continúan enviando a la Tierra señales de lugares nunca antes explorados. Y lo harán hasta el año 2020 aproximadamente. Si no fuera por el consumo de las baterías, se podría mantener el contacto, a pesar de la distancia, por uno o dos siglos.

Naves de otra era

Los años 70 y 80 eran otros tiempos para la Nasa. Se vivía una era dorada en la investigación planetaria con asesores científicos, como Carl Sagan, que eran cuasi estrellas de televisión. El astrónomo asumió la vocería de la misión y fue parte activa del equipo creativo. De él fue la idea de incluir un mensaje en una botella interestelar: un par de discos con imágenes y sonidos de la Tierra.

El equipamiento era representativo de su tiempo. Ambas sondas llevaban detectores de plasma y radiación, tocadiscos montable y un sensor que asegura que las antenas apunten permanente a nuestro planeta. La precisión de las cámaras infrarroja y ultravioleta era tal que eran capaces de leer un titular de un diario a un kilómetro de distancia.

El Voyager 1 hizo historia con prontitud, cuando capturó a la Tierra y la Luna en una sola foto. Como última acción, el 14 de febrero de 1990, miró atrás y fotografió al sol con seis planetas.

En este minuto ambos Voyagers se encuentran en la última frontera del sistema solar, la heliósfera, donde los vientos solares agotan su impulso para dar lugar al espacio interestelar. Ya no envían imágenes, sólo datos sobre aspectos propios de los confines del Universo, como el viento solar, la materia de la que está compuesto el límite del sistema. Si el Voyager 1 pasa esa frontera, se obtendrán las primeras mediciones directas de las condiciones del espacio interestelar, las que podrían proveer datos del origen y la naturaleza del universo. Mientras que el Voyager 2 mantiene intactos sus equipos para medir la velocidad, densidad y temperatura del viento solar

Se acerca el fin de viaje de tres décadas que le ha costado a la Nasa US$ 865 millones hasta el reconocimiento de Neptuno y US$ 5 millones al año desde que sus cámaras se apagaron. La agencia los justifica con la información científica que siguen aportando las naves: han descubierto, entre otras cosas, posibles océanos de agua en una de las lunas de Júpiter y que el Sistema Solar no es esférico, como se suponía, sino que tendría una forma "abollada" y que está siempre cambiando sus fronteras.