Porque duele mucho pegarse en el dedo, porque otros autos nos hacen estancarnos en la luz roja, porque se cortó la luz, el agua o el gas, porque estamos en un mal día o porque sí, porque es justo la palabra que andábamos buscando...El tema es que, como sea, decimos más garabatos de lo que pensamos. De hecho, según un estudio de la U. de California en Davis, los pronunciamos en un número casi equivalente a los pronombres y preposiciones.
Mala educación, falta de lenguaje, facilismo... Sí, claro, también eso, pero además un detalle que importa: los garabatos se procesan en un área específica del cerebro, llamada zona límbica, en donde se coordinan también los actos de habla automáticos, como las letras de canciones y los números.
Y así, automáticos, nos han acompañado desde siempre, pero en diferentes contextos y con distintos significados. Seguramente los garabatos que decía su abuelo hoy no tendrían sentido, porque la gracia de ellos es que le ponen nombre a lo que la sociedad esconde.
Esto es lo que concluye la escritora Melissa Mohr en su libro Holy Sh*t: Una breve historia del garabato. Tras un estudio exhaustivo del lenguaje a través de los años, la autora logró reconstruir la forma en que los garabatos han ido evolucionaNdo a través de la historia. En su obra recorre la brecha desde cuando los insultos predominantes eran los religiosos, como holy (santo), hasta los más íntimos como shit (mierda)... Pasaron siglos entre uno y otro.
En la Edad Media, las palabrotas religiosas fueron inicialmente mucho más ofensivas de lo que conocemos hoy. En la época teocéntrica, el lenguaje más ofensivo era el que violaba el tercer mandamiento: "No tomarás el nombre de Dios en vano". De hecho, juramentos como "por la sangre de Cristo" se tomaban muy ofensivos porque se creía que podían dañar a Dios mismo. Mencionar algo así podía significar un castigo severo. En esos términos, a Mohr le sorprende que algunas palabras religiosas sigan siendo ofensivas en español y explica a Tendencias que en estos países, la religión sigue siendo sustancial. No así en los países de habla inglesa, donde la reforma protestante pegó con más fuerza y en donde los juramentos en nombre de Dios se hicieron cada vez más comunes.
"Las palabras se vuelven obscenas y se ocultan en el lenguaje cuando lo que significan también está oculto en la realidad", explica la autora. En la Edad Media, el espacio privado casi no existía y la imagen pública de las funciones del cuerpo era algo totalmente normal (como comer o dormir). Nada de lo que se refería al cuerpo era obsceno. Sin embargo, esto cambió en el siglo XVI, cuando la arquitectura "inventó" la privacidad y surgieron los espacios individuales (como el baño). Entonces, las funciones corporales pasaron a ser privadas y, por lo tanto, públicamente ofensivas.
La transición del feudalismo al capitalismo, durante los siglos XVII y XVIII, fue quizás el paso más determinante en la historia del garabato. En este tiempo, el uso "civilizado" del lenguaje se convirtió en un elemento de diferenciación social. Y en ese contexto, la incipiente privacidad del cuerpo fue acompañada por la privacidad del lenguaje alusivo al cuerpo. Según Melissa Mohr, la "obscenidad" del lenguaje corporal fue fundamentalmente un invento de la clase burguesa y definía la posición social.
Finalmente, en el lenguaje moderno, las obscenidades guardan relación con los temas tabúes en la sociedad. Los epítetos racistas y homosexuales, según Mohr, abundan, impactan más y se califican como las palabras más ofensivas disponibles para el hablante moderno.
Ahora, si usted no es de insultar sino de garabatear al aire, siéntase con permiso: un estudio de la U. de Keele, en Inglaterra, dice que los garabatos están atados con nuestro sistema nervioso simpático y son útiles para aliviar el dolor.