El viejo reloj colgado en la pared quedó detenido cinco para las cuatro. Pudo haber sido una tarde o una madrugada. Lleva años así, al igual que muchos objetos de la casa del sacerdote Hugo Otaíza (83). Sólo los libros cambian de posición. Pasan de los estantes al sillón de lectura o al escritorio, unos metros más allá. Al igual que el viejo reloj, el tiempo en la austera vivienda pareciera que está quieto. Una atmósfera de paz lo invade todo.

"Estudié aquí cerca, en el Liceo Lastarria. En quinto de humanidades me decidí por el sacerdocio, y a los 18 años, en 1949, entré al Seminario, en la misma calle Seminario", cuenta el cura con una voz potente, como si estuviera haciendo misa en la Iglesia Nuestra Señora de Luján, la Parroquia San Isidro o en tantas otras capillas donde el sacerdote ha entregado una palabra de fe. Pero de aquello debió jubilarse. En febrero del año pasado, el Obispado de Santiago le comunicó que su actividad parroquial llegaba a su fin. Las misas, matrimonios y bautizos que lo mantenían ocupado diariamente llegaban a su fin. Pero no.

Hugo Otaíza es diocesano, es decir, no pertenece a ninguna congregación, como los franciscanos, jesuitas, dominicos o benedictinos. "Ellos son religiosos de convento, con diferentes grados de oración. Yo pertenezco al Obispado de Santiago", aclara.

El cura cuenta que su labor principal siempre fue la de catequista, tarea que profundizó con catequesis especiales para personas con distintos grados de discapacidad. "Mi gran pasión minis- terial", reconoce.

"Trabajé mucho tiempo con discapacitados mentales en diferentes lugares de Santiago. Logramos tener un equipo de atención en cada zona pastoral que aún funciona", añade. Así fue como hace más de 20 años comenzó a aprender el lenguaje de los sordos. Y lo hizo a la perfección. Tanto así, que, desde esa época, realiza misas especiales para personas con esa discapacidad física. Esto le permitió seguir activo a pesar de que la edad para jubilarse la superó hace bastante tiempo. "Atiendo una misa de señas para sordos en la Parroquia San Francisco de Sales todos los domingos, a las 10 de la mañana. Llegan en promedio unas 25 personas. Algunos oyen un poco; otros, nada", explica el cura.

Agrega que adaptó la eucaristía "a un lenguaje especial para ellos y de la manera más simple posible". El sacerdote conoce a sus fieles hace años. La mayoría de ellos son de clase media baja y viven en el sector sur de Santiago.

"Hago con ellos todo tipo de actividades religiosas, tanto así, que el próximo domingo tengo un matrimonio entre dos sordos. He realizado bautismos y primeras comuniones", cuenta dibujando una sonrisa en su cara.

Dice que la salud no lo ha acompañado últimamente. Atrás quedan los recuerdos de cuando en 1975 era el capellán de la Escuela de Aviación Capitán Avalos y lo criticaban por algunas opiniones.

"Es difícil decirlo, pero el general (Gustavo) Leigh me salvó de que no me echaran. Después, el general (Fernando) Matthei no pudo mantenerme y eso que era compañero en la Fach de mi hermano, que murió en un accidente aéreo. Me fui finalmente en 1980", cuenta Otaíza, que recuerda con agrado los días en que participó en campañas de supervivencia con los oficiales de la Fach.

Hoy se hace un tiempo para opinar sobre su pasión. "Se requieren laicos que atiendan a los sordos y más curas que se preocupen de ellos, no hay una política para atenderlos, para ayudar a las familias", concluye.