Partieron juntos pero luego tomaron caminos separados. Y hoy nuevamente sus trayectorias comienzan a entrecruzarse. Aquel zigzagueante recorrido es el que han trazado a lo largo de más de un siglo el cine de ficción y el cine documental. La reflexión marca la pauta de la última publicación de uno de los más importantes investigadores del cine latinoamericano, el uruguayo Jorge Ruffinelli, quien hoy, en el marco del Festival de Cine Recobrado de Valparaíso, presenta su más reciente volumen, América Latina en 130 documentales. Al igual que en su libro anterior, publicado el 2010, el académico de la Universidad de Standford seleccionó arbitrariamente 130 piezas audiovisuales representativas de la región, aunque, si en esa ocasión eran obras de ficción las convocadas, esta vez el catálogo asoma desde la vereda de la realidad.

El texto evidencia en su prólogo que desde comienzos del siglo pasado, mientras las películas fabulaban a través de realidades inexistentes, el registro documental se preocupaba de exhibir al hombre y su entorno. Para ilustrar tal fenómeno, el libro arranca con El corazón de una nación (1928), registro con que el realizador chileno Edmundo Urrutia mostró los cimientos de un Santiago moderno, y cómo en el cruce entre el ciudadano urbano y el rural se fue gestando la nacionalidad. Este tipo de cine se reflejó otra vez entrada la década de los cincuenta, cuando "ideología, política y técnica permitieron que el documental floreciera", detalla el autor, dando paso al registro de denuncia social, reflejado en trabajos como Tire dié (1958) y La hora de los hornos (1968) de los argentinos Fernando Birri y Fernando "Pino" Solanas, respectivamente.

Así, el documental latinoamericano comenzaba a articular su identidad, basada en la serie de dictaduras en progreso y democracias en retroceso de algunos de los países del territorio. Ahí están Hombre marcado para morir (1964-1984) del brasileño Eduardo Coutinho, México, la revolución congelada (1970) de Raymundo Gleyzer y La batalla de Chile (1974-1979) de Patricio Guzmán. Mientras varios de los mejores registros coincidieron con las luchas políticas, Ruffinelli señala que "luego de los autoritarismos, empezamos a mirar otra vez atrás, ya que aunque algunos dictadores no fueron en su momento puestos en juicio, por lo menos aquí tienen el juicio de la mirada". Aparecen entonces obras más actuales como Los rubios (2003) de la argentina Albertina Carri y Calle Santa Fe (2007) de la chilena Carmen Castillo, ambos retratos críticos que desde el presente procesan el pasado.

La selección cierra con Sibila (2012) de Teresa Arredondo, ganador de la reciente edición de Fidocs. El autor destaca el rupturismo de la obra, al incluirse la misma realizadora dentro del relato. "Ya no se le puede exigir al documentalista que sea objetivo. Sobre todo en historias como esta, que funcionan como instrumento para conocerse a uno mismo", explica.