Que en sus clases no vuela una mosca; que para resolver los ejercicios de matemáticas enseña un método para tontos y otro rápido, sólo reservado para inteligentes; que es autor de varios libros; que estudia matemáticas en francés; que lo puedes parar en el pasillo y es capaz de solucionar mentalmente un ejercicio de cálculo avanzado; que saca a sus alumnos a punta de gritos al pizarrón; que no sólo sus estudiantes, sino también los otros profesores, le llaman "el cabezón", no por el tamaño de su cabeza, sino por lo que sabe.

Tan múltiples son las historias que corren en los pasillos del Instituto Nacional sobre Orlando Ceballos (65), como los videos que los alumnos graban con sus salidas y suben a YouTube. Y es que, según los propios escolares, "cuando entras en séptimo sabes que hay dos profesores secos: Belfor Aguayo y Orlando Ceballos, y verlos en acción es impresionante".

A fines de abril, Orlando Ceballos (65) dejó de ser material para las historias legendarias o YouTube. Decidió jubilar y pasar su primer invierno en casa, después de casi dos décadas en el edificio de calle Arturo Prat.

No le duró mucho, ya que fue convocado para liderar una misión de la que, sentía, no podía restarse: con motivo del Bicentenario nacional y del propio Instituto, que se cumple en dos años más, el colegio más antiguo de Chile se autoimpuso celebrar la fiesta en grande, obteniendo más de 60 puntajes nacionales en la PSU, su récord histórico. Y es Ceballos el encargado de liderar la tarea.

Desde entonces, el ex jefe del departamento del área hace clases en los cuartos medios y en el preuniversitario, al que, pese a funcionar los sábados en la mañana y ser voluntario, asiste más del 90% de los 720 alumnos de cuarto medio.

Este es uno de los motivos por los que se levanta a diario. El otro: su sueldo no lo paga la municipalidad, sino los apoderados, comprometidos tanto como los profesores y los alumnos en el logro de la meta autoimpuesta. "A mí me ofrecieron muchas veces irme, pero nunca quise", confiesa.

Su perfil coincide con el de casi todos los 170 profesores del Instituto: altamente comprometidos, con una edad promedio que bordea los 55 años, de los cuales, al menos, 15 los han pasado en el colegio (la edad promedio de los docentes del país es de 48 años, según la última Encuesta Longitudinal Docente) y muy especializados. El 80% tiene un postítulo y el 15% un magíster (contra el 21% y 7% de docentes de todo el país, respectivamente), y mientras en promedio, a nivel país, un tercio de los docentes presenta alguna licencia médica en el año, en el Nacional no lo hace más del 6%. Además, el 90% egresó de una universidad tradicional.

Mal pagados

Pero en otras cosas son bastante parecidos con sus pares: no pasan ninguna selección más que los concursos que hace el municipio para llenar las vacantes de maestros de todos sus colegios, ni son mejor pagados.

Por un acuerdo con el municipio, los docentes de la comuna perciben un sueldo un 30% superior al definido por el estatuto. Así, un profesor con 30 horas de contrato a la semana parte en $ 522 mil brutos al mes. A ello le agregan un bono de excelencia trimestral, que llega a $ 240 mil para los profesores con 30 horas; y los ingresos extras por los talleres que se dictan en la tarde.

Para ellos, la fórmula del éxito del colegio, que ha logrado que 14 de sus alumnos sean presidentes de la República, no pasa ni por sus salarios ni por su especialización ni por su compromiso. Sino por el nivel de exigencia que imponen los propios alumnos. "Son muy demandantes y los profesores tienen que estar a su altura", dice el rector, Jorge Toro.

Es una opinión consensuada entre los docentes: "Los alumnos son una motivación. Si me voy a otro colegio, es probable que no obtenga los resultados de acá", dice Silvia Acevedo, evaluadora de la Unidad Técnica Pedagógica.

José Sánchez, profesor de Historia, quien llegó al Instituto en 2008, relata una historia que lo dejaría impactado. Mientras hacía una clase a un octavo básico sobre el Renacimiento, un adolescente se levantó y le dijo: "A mí me gustaría poder disertar la próxima clase, porque este tema me gustó y me interesa profundizarlo".

"Si la clase es aburrida o no haces participar a los alumnos, te acusan", agrega Sánchez.

Así, mientras en la mayoría de los colegios del país cuando suena el timbre los escolares y profesores se fastidian por volver a clases, acá se entusiasman. Por eso, aunque a muchos docentes los llaman para irse a trabajar a otros colegios, la mayoría prefiere sólo coquetear. Después de todo, tienen que mantener a sus familias.

Según datos del Instituto Nacional, el 70% trabaja en otros establecimientos. Gran parte se desempeña en colegios privados, otros en preuniversitarios y un tercer grupo en universidades y colegios subvencionados.

Igual que el resto, apenas tienen tres horas a la semana para preparar las clases, cuando debieran ser 10. Pero la estructura ordenada del colegio permite que esas debilidades se subsanen. "Acá nadie hace su clase solo. El departamento automáticamente te impone una línea de trabajo", dice Sánchez.

Además, todos los martes los propios profesores deben ir a clases: un colega expone sobre un tema y los docentes deben resolver guías.

Los arrepentidos

Entre tanto coqueteo con colegios particulares, entre 2008 y 2010 renunciaron 11 profesores. Pero muchos de los que se van, regresan.

Le pasó, por ejemplo, a un docente que, luego de dos décadas en el Instituto, decidió aceptar una oferta de un colegio inglés. "Me pagaban cuatro veces más", dice. Pero luego de cinco años, decidió volver: "Allá, los alumnos lo tienen todo: si fallaron en una nota, al día siguiente tienen profesor particular, tienen la empresa de su padre y auto propio. Por ello, no necesitan estudiar. No les interesa. Allá nadie tenía menos de 5,9 de promedio, las notas se regalan. En el Nacional, en cambio, los alumnos se esfuerzan, porque saben que la educación es el motor del progreso", dice.

Hoy hace clases en las tardes en otro colegio privado, donde, dice, los alumnos carretean todo el día.

La misma experiencia vivió otra profesora, aunque ella partió en la educación pagada. "Los rectores pedían ajustar la escala de notas, los alumnos se transforman en clientes y eso me fue desmotivando". Llegó al Nacional hace 10 años. "Acá me reencanté y me interesa mantenerme así, porque acá puedo hacer lo que estudié".

Con ella coincide Belfor Aguayo, jefe del Departamento de Matemáticas, quien, con sus 32 años en el Instituto, es otra de las leyendas vivientes que también tiene registro en YouTube. "Aquí se viene para ser el mejor. En un mundo donde todos son de primera, es imposible ser malo, porque el que no se adapta se va. Yo escogí ser profesor porque quería dejar una huella. Y espero que mis alumnos digan: 'Yo fui discípulo de Belfor Aguayo", afirma.