Un nombre como los que nos pusieron a nosotros? No, demasiado común. ¿Uno de la época de nuestros padres? No, demasiado aburridos. ¿Y de la de los abuelos? Menos, suenan a viejo. Ya sé, mejor un nombre de la de los bisabuelos: conocido, pero distinto.
Este es el razonamiento que suele primar en cada vez más parejas a la hora de elegir un nombre para sus niños. Laura Wattenberg lo sabe bien. Esta escritora estadounidense se ha dedicado por años a analizar los nombres que se escogen para los hijos y las combinaciones más adecuadas para conseguir diferentes efectos. Que Martina o Sofía, Benjamín o Vicente sean los nombres más usados por los chilenos, no es sólo moda. Actualmente lo es, de eso no hay duda, pues se llaman así el 8% de las niños nacidos en 2009. Pero recurrir a nombres que habían caído por décadas en desuso tiene mucho que ver con buscar la originalidad.
"Como nunca hemos estado rodeados por esos nombres, pues pertenecen a varias generaciones atrás, nos suenan familiares, pero a la vez interesantes y originales", explica Wattenberg, quien asegura que también se trata de un fenómeno que se ve en Estados Unidos, con el resurgimiento de nombres de bisabuelos, como Emma, Sophie, Oliver, Jacob y Leo. En la novedad está la base de todo: según la autora, lo que más le interesa a los padres a la hora de elegir un nombre para sus hijos, es que los haga distinguirse de todos los demás.
Hoy se ha llegado al extremo de esta tendencia, pero, según Wattenberg, todo empezó en la década de los 60, "cuando la individualidad fue elevada a una virtud cultural muy preciada". Antes de eso, explica la autora, lo 'normal' era la norma, y el nombre era simplemente una manera de hacer que las personas encajaran dentro de un determinado grupo. Hoy, muy por el contrario, lo que se busca es que los niños tengan la posibilidad de ser únicos.
Wattenberg realizó un análisis de los nombres que los estadounidenses han elegido para sus hijos en los últimos 125 años y se dio cuenta de que a mediados del siglo pasado, los 25 nombres más usados para los niños y los 50 primeros para las niñas, daban cuenta de la mitad del total de recién nacidos. Esto significaba que un niño promedio recibía un nombre ampliamente usado, que no comunicaba mucho sobre la familia que lo elegía. Pero según este mismo análisis, hoy es necesario incluir 134 nombres de niños para alcanzar a la mitad de los recién nacidos, y 320 en el caso de las niñas.
Lo mismo ocurre en nuestro país. Según cifras proporcionadas por el Registro Civil, en 1970 los 50 nombres más populares de niños daban cuenta del 40% de los varones inscritos y del 30% de las mujeres. En 2010, para llegar al 40% deben incluirse 102 nombres de varones y 70 de mujeres para llegar al tercio.
La razón, en Estados Unidos y en Chile, donde el año pasado incluso hubo un niño inscrito con el nombre de Tsunami, recae en el carácter de la actual generación, competitiva y preocupada de los méritos individuales. Los nombres, a la larga, sostiene esta autora, tienen más que ver con la necesidad de diferenciarse en un momento determinado que con la tradición. Con esto concuerda Mónica Peña, coordinadora del Programa de Protagonismo Infanto Juvenil de Psicología de la UDP, quien asegura que los padres siempre buscan distintas cosas, "pero todos quieren que los nombres de los hijos e hijas reflejen algo personal y especial: eso puede ser originalidad, pero también puede ser una aspiración social, encajar en un medio particular, mantener viva una vieja tradición".
La tecnología tiene mucho que ver con esta tendencia. Si bien el fenómeno de la originalidad comenzó en los '60, se vio acrecentado, según Wattenberg, por el alcance que ha tenido internet. La aparición de los "nombres de usuario" hizo que la gente empezara a inventar nombres para diferenciarse de los demás, y, además, internet, en general, ha dado la posibilidad de "googlear" cualquier nombre, lo que permite saber hasta qué punto algunos se han vuelto demasiado populares.
"Los padres tienen más información sobre los nombres que nunca antes. Piensa en el número que una persona promedio puede haber escuchado en los últimos 100 años y compáralo con el que podemos escuchar hoy, con un número interminable de canales de televisión, equipos de fútbol, medios y cultura de las celebridades", explica Wattenberg, y agrega que nuestro mundo globalizado ha ampliado las ideas de los padres sobre los nombres. "Nos ha vuelto más abiertos a los nuevos y ha hecho mucho, mucho más difícil encontrar uno que sobresalga. Eso empuja a algunos padres a elecciones extremas".
Es en este punto donde hay que tener cuidado, pues si bien un nombre reciclado o, derechamente, inventado no tiene nada de malo en sí, podría traerle consecuencias impensadas a la persona que le toca llevarlo. Mónica Peña estima que "el nombre, al denotar clase social, podría influenciar procesos como el educacional o el laboral, donde la selección tiene un lugar preponderante. En otros países se ha estudiado la diferencia de trato que reciben los niños y niñas según sus nombres, entonces podríamos preguntarnos si en Chile se trata igual a un Kevin o a un Clemente".