romediando el primer tiempo, mientras el cuerpo médico atendía a Pinilla por un golpe en la cabeza, se armó un conciliábulo rojo para buscar soluciones al enredo en que estaban metidos. Venezuela, sin mucho más que un remate de distancia y un error de Herrera, tenía sometido a un Chile errático, incapaz de hilvanar juego ofensivo.

En la charla los referentes asumieron que debían tomar las riendas, plantarse en campo contrario y demostrar las amplias diferencias que existen entre el campeón de América y el colista de las clasificatorias.

El diálogo surtió efecto rápidamente, porque aparecieron las sociedades, por el lado derecho en la primera mitad y por la izquierda, en la segunda, y la Selección tomó el control de la situación.

Con Sánchez, Vidal, Isla y el propio Pinilla enchufados por fin, Chile generó riesgo, consiguió el empate e instaló la sensación de que podía obtener un premio mayor.

Olvidado durante el ciclo de Sampaoli -que lo buscaba en el extranjero-, el 9 referente de área volvió con Pizzi a través de Pinigol y éste demostró el valor que significa disponer de un hombre de esas características para algunas ocasiones. No fue sólo por los dos goles -propios de un centroatacante-, sino también por su refriega, las distracciones que generó y su cooperación en labores defensivas.

Pinilla resultó clave en el triunfo. Su atención médica provocó ese respiro que cambió el rumbo del partido y, después de mucho tiempo esperándolo, volvió a las redes cuando más se le necesitaba, demostrando que aún le quedan algunos cartuchos por quemar en la Roja.

Si antes de esta fecha doble, cuatro puntos eran el botín ideal, la derrota frente a los transandinos impuso la obligación de, al menos, rescatar tres para mantenerse con posibilidades en una tabla muy estrecha, donde lo importante es sumar como sea, porque cualquier traspié es una forma de cavar tu propia tumba.