Parece una historia gótica de la vida real: Gabriela Mistral había sido, en sus años mozos, una poeta gurú y una celebridad en temas de educación. Sin embargo, en sus últimos años, fue una diplomática reservada, cuyas conexiones la llevaron a residir en tiempos de la Guerra Fría en California del Sur, México e Italia, antes de que su vida terminara en Long Island. Ella encontró más que una pareja en Doris Dana: una chica fiestera y lesbiana, 31 años más joven que ella. Doris Dana también era una empleada ocasional del Departamento de Estado. Apenas compartían un lenguaje común cuando se conocieron en Nueva York. Pero su relación íntima duró más allá de la muerte de la poetisa. Con la muerte de Gabriela, Doris se apoderó del papel de su vida: la apenada viuda literaria.

Fragmentos de la historia de amor entre Gabriela Mistral y Doris Dana han aparecido en la prensa chilena. Algunos han querido mostrar a la neoyorquina como una pervertida disoluta que sedujo a la Gran Gabriela, sobria poetisa de los niños y de la maternidad. Pero cuando se leen con detención las cartas de la poetisa, largamente escondidas, ellas cuentan una historia muy distinta. Doris era coqueta, y precavida para esconder sus huellas, de modo que la poetisa chilena creía que era ella, y no Doris, la que había dado los primeros pasos: "Tal vez fue locura muy grande entrar en esta pasión. Cuando examino los primeros hechos, yo sé que la culpa fue enteramente mía. Yo creí que lo que saltaba de tu mirada era a[mor] y yo he visto después que tú miras así a mucha gente. Loco fui, insensato: como un niño, D[oris], como un niño" (GM a DD, 20 de abril de 1949, Veracruz).

Cuando Gabriela y Doris se conocieron, Dana era un demonio de los quebradizos bordes de Nueva York. Su padre, que había sido adoptado por un millonario de Wall Street, había perdido la mayoría de la fortuna familiar en un divorcio, en el crash de 1929, en la bebida y en malas inversiones. El dinero que sobrevivió pagó la educación de la primera de sus tres hijas. Al igual que su hermana menor (quien se convirtió en estrella de las tablas y de la pantalla), Doris estudió para ser actriz. Más importante aún, la erótica de la medicina (que saturaría la relación de Doris y Gabriela) también era una legado familiar. La madre de Dana había sido enfermera. Su hermana mayor se convirtió en doctora. Por su parte, Doris tenía un historial de crisis que le daban una experiencia sin rival como consumidora de atención médica costosa, lo cual fue un atractivo clave para Gabriela, quien como Doris, era una hipocondriaca de toda la vida. Las dos mujeres se turnaban para estar o jugar a estar enfermas. Entretejidas con sus dramas de diagnósticos, píldoras, inyecciones y hospitales, estaban las frecuentes desapariciones de Dana. Ella era, como pudo verlo rápidamente Gabriela, una muchacha caprichosa: "Esta de hoy fue tu segunda escapada, después de la N[ueva] Y[ork]-Calif[ornia]. Por huir del psiquiatra. ¿Hay otras más? ¿Es un sistema?" (GM a DD, 10 de junio de 1949, Veracruz).

La delgada muchacha de 27 años conquistó a la chilena. Los huesos de la neoyorquina, su voluntad férrea y acento elegante recordaban a la actriz Katherine Hepburn, pero el rol principal de Doris era mucho más oscuro. Gabriela, quien creía en el karma, veía en la pálida piel y ojos oscuros de la joven un parecido muy grande con Juan Miguel, su sobrino recientemente fallecido, a quien ella apodó "Yin Yin" y crió desde niño. Gabriela escribió sobre Doris y Yin como si fueran gemelos: "Duerme, querida, cabecita de cobre, ojos de Yin, discreta y fina según el marfil, color de la flor del manzano, duerme. Dios te junte los párpados" (GM a DD, 26 de abril de 1948, Veracruz)".

Gabriela insistía, después de todo, en la semejanza emocional que tuvo Doris para con ella, relativo a Yin: "Eran tú y Yin, eran mis dos fracasos y mis dos pasiones; pasión con M mayúscula y con la otra…"(GM a DD, 29 de noviembre de 1949, Veracruz).

Clave en el rol central de Doris Dana al final de la vida de la poeta fue que Gabriela no tenía, en efecto, más familia que Emelina, su media hermana, medio loca y medio inválida. Como siempre, sus muchos amigos vinieron a rescatarla. Sin embargo, Doris tuvo que enfrentar la dura competencia de rivales. Ninguno era más inteligente que Palma Guillén, quien estuvo junto a la poeta por más de 30 años. Como ocurría a menudo cuando estaba involucrado Yin, Palma corrió para estar al lado de Gabriela. Luego de la muerte del muchacho, Palma dirigió a los asistentes. Junto a la asistente personal de toda una vida de la poetisa y ex estudiante, Consuelo "Coni" Saleva, una portorriqueña, cuidaron a Gabriela Mistral las 24 horas del día, orquestaron un encubrimiento parcial en Brasil, hasta que la vida de la poetisa y su salud parecían estar fuera de peligro. Una vez que el fin de la guerra hizo que viajar volviera a ser fácil, Palma y Coni no se demoraron en volver a sus propios países. Sabían muy bien que las crecientes demandas de asistencia doméstica y secretarial de la poetisa las tragarían. Su escape y retorno es central para comprender por qué Gabriela Mistral se quedó sola, como una ciruela madura para que alguien la recogiera, cuando llegaron las noticias de los anuncios de los Premios Nobel de 1945.

La poetisa estaba curiosamente sola, en Estocolmo. Ella lo explicó, más tarde, a un amigo como un simple asunto de programación. "Me embarcaron como quien dispara un cohete en el barco sueco que estaba en la bahía, casi sin ropa, porque yo estaba en Leblón y no en Petrópolis" (GM a Carmela Echeñique, 8 de abril de 1946, Vuestra G. 85).

El cónsul chileno en Los Angeles, un cercano a Gabriel González Videla, hizo todo lo posible para que la nueva Premio Nobel no fuera bienvenida, ya que había sido escéptica durante años de González Videla. Pero Mistral tuvo un importante protector estadounidense: su presencia en California captó la atención de Eleanor Roosevelt. La ex primera dama quería a más mujeres en las recién creadas Naciones Unidas, de modo que invitó a Mistral a Nueva York. Eleanor Roosevelt incluyó una recepción en Barnard, el college para mujeres de la Columbia University, donde Doris Dana se fijó por primera vez en Gabriela Mistral.

Cajas dentro de cajas

Gabriela Mistral llevaba muerta 25 años cuando conocí a Doris Dana. A ella no le interesaba acusar recibo o responder su correo. Sin embargo, mostró ser cordial, después de haberle escrito y telefoneado en los Hamptons. Quizás nuestros mutuos lazos con el Barnard College influyeron. Quizás importó mi edad, ya que por entonces superaba las dos décadas, como Doris cuando conoció a Gabriela. Quizás esta mujer de 60 años era curiosa. En cualquier caso, respondió al teléfono y me escuchó. "Llámame cuando pases por Nueva York", me dijo. "Cenaremos en el Village".

Apenas podía creer en mi suerte: parecía ser una entrevistada alegre e inteligente, aunque miró en forma poco feliz la grabadora que coloqué sobre la mesa.

-"¿Me permitirá traducir la poesía y publicarla en mi trabajo?", pregunté.

-"En tanto no haya dinero involucrado, desde luego".

-"¿Tiene planes para los materiales de Gabriela después de que usted muera?".

-"Tengo una sobrina", dijo amablemente. "Ella los administrará". En contraste con la apertura para hablar de la propiedad e incluso de su propia muerte, estaba su negativa a reconocer su sexualidad.

-"¿Qué debería decir cuando la gente, los estadounidenses, pregunta si Gabriela Mistral era lesbiana?".

-"¿Por qué colocarla dentro de esa caja tan pequeña?", dijo.

Entusiasta ángel guardián

Aunque hay muchos motivos para ser escépticos, descubrí que los archivos presentaban contradicciones insospechadas tras la máscara de Doris Dana. Detrás de la aparentemente devota semi-hija y desinteresado ángel guardián de la poeta senescente había una cuidadosa confabuladora. Era extraordinariamente exitosa en obtener la completa atención de la poetisa, una vez que las tres (ella, Mistral y Coni, la enfermera-secretaria) volvieron a vivir a México, donde Doris reclutó a Palma para deshacerse de Coni. Sin embargo, tan pronto como Doris logró que Gabriela quedara sola, ella se embarcó a Nueva York, dejando a la poetisa a su propio cuidado. La joven aludió a problemas médicos por su ausencia. Describió síntomas que parecían problemas cardiacos que la poetisa había experimentado recientemente. Lo que Doris no dijo fue que su hermana Leora tenía un estreno en Broadway. Ciertamente, habría fiestas y Doris no se las perdería.

La respuesta de la poeta a la ausencia de su amada fue escribir cartas, actuando el papel de su propio deseo y celos. Un día caliente en Veracruz, por ejemplo, Gabriela se sacó su camisa de dormir de franela y escribió: "Te escribo, pues, en Madre Eva" a la joven, que ya estaba en Nueva York. La poeta revelaba cómo se arriesgó a propósito de una foto de Doris, parte de "una colección, una serie, del clan Dana... Y con c/u de todos ellos coqueteabas, y con una dicha que no te he visto nunca en mi casa... Se necesita de toda mi ceguera para que yo crea, y espere." (10 de abril de 1949, Veracruz).

Siguiendo en su papel de amante celosa, Gabriela describía cómo había usado las tijeras en las fotos dejadas por Doris. La poetisa recortó las caras de sus competidoras hasta que sólo quedó la de la amada. Gabriela entonces concluía sobre su aventura: "Yo recé por ti, para que seas feliz donde estés y con quien estés". (10 de abril de 1949, Veracruz).

Gabriela y Doris también intercambiaron notas en una pequeña libreta negra. La letra de Gabriela aparece en lápiz grafito, mientras que Doris usaba tinta azul. Gabriela abre con uno de sus temas favoritos, "lo subterráneo", en el que reflexionaba sobre su teoría acerca de los sentimientos no dichos y de las conspiraciones. Gabriela jugaba a la maestra sabia, y Doris, a la estudiante ávida.

GM: "Tengo para ti en mí muchas cosas subterráneas que tú no ves aún (todavía)".

DD: "Quiero conocer (saber) estas cosas subterráneas y tú sabes bien que tengo confianza, muchísima confianza en ti. He dado a ti la prueba de mi confianza!".

GM: "Lo subterráneo es lo que no digo. Pero te lo doy cuando te miro y cuando te toco sin mirarte".

DD: "¿Y piensas tú que en mi mirada a ti y mi MANERA de tocar a ti no hay cosas que yo pueda decir o mostrar?... He vivido siglos buscando a ti".

En la última página, arriba, se lee: "Dr. Sorenzen" y una dirección en México. Debajo de ella, agregado en un fecha posterior, con la letra de Doris Dana: "Soy tuya en todos lugares del mundo y del cielo."

La poeta vivía en Long Island cuando una noche abrió su boca y la sangre salió a borbotones. Doris Dana fue precisa al anotar el evento: "14 de noviembre 1956: Hemorragia a las 9 pm". Corrieron al hospital, donde se le diagnosticó cáncer al páncreas. Doris cuidó constantemente a Gabriela Mistral, quien entró en coma, recibió los últimos ritos y murió sin recuperar la conciencia. Cuando el coche fúnebre vino a recoger el delgado cuerpo de su amiga, la herencia pagó para que Doris Dana se mantuviera detrás. No solo tuvo una pieza en el hospital para sí, sino que su papel como albacea y principal heredera le dieron la libertad para hacer cuanto quisiera, con la enorme cantidad de manuscritos. La decisión final de Doris Dana (mantenerlos como un monopolio) la hizo adentrarse más profundamente en la locura frenética de esconderse y acaparar que tuvo que soportar su sobrina cuando la visitaba en Naples. El legado provocó que la vida de Doris Dana se redujera al extremo opuesto de la loca y extravagante posibilidad que la acercó a Gabriela, seis décadas antes. Sólo cuando las cartas se presenten completamente, sin editar, en forma digital, de acceso libre, como ha acordado hacerlo la Dibam cuando tomó posesión de ellas, se volverán evidentes los verdaderos trazos de la relación entre estas dos mujeres notables.