Oscar Hahn estaba sentado en su living, en la calle Holanda, con su novia de cuatro meses de relación. El tiene 72 y ella 38. El teléfono fijo sonó por tercera vez, pero, de nuevo, nadie habló por la otra línea. Nervioso, Hahn se levantó a calentar una taza de leche; el teléfono avisó por cuarta y última ocasión.
-Oscar Hahn, lo quiero felicitar por ganar el Premio Nacional de Literatura -dijeron desde el otro lado de la línea.
El ministro de Educación, Harald Beyer, le informó que ese 3 de septiembre había ganado el mismo premio que obtuvieron Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Nicanor Parra, entre otros grandes escritores nacionales, desde 1945.
El poeta cortó el teléfono y se sintió aliviado porque, hoy lo reconoce, quería ganar el premio.
Ese mismo día, un poco más tarde, bajó inmediatamente del séptimo piso de su edificio con la misma ropa que llevaba puesta. Tomó un taxi y viajó a recibir su premio. "Cuando llegué del ministerio, los taxistas que se ponen debajo de mi edificio gritaron, se bajaron de sus autos y saltaron".
Se detiene en medio de su departamento, se gira y observa a través de la ventana.
-Ellos son mis amigos -reconoce.
Después de vivir por 38 años en Estados Unidos, Oscar Hahn decidió regresar a Chile. Era el año 2008. A pesar de trabajar como profesor en la Universidad de Iowa, y de ser un escritor reconocido en el mundo intelectual norteamericano -llegó a ser el encargado de incentivar el voto latino en la campaña de Barack Obama durante todo 2007-, Hahn sintió que no había razón para seguir viviendo allí; sus dos hijos, de 22 y 24 años, comenzaron a alejarse y se independizaron del padre. Oscar Hahn pensó que en Chile podría comenzar una nueva vida, lejos de las clases y enfocado en su trabajo como poeta.
-El problema es que acá la soledad es más dura que en Estados Unidos -explica-. En Santiago la gente no sabe estar sola.
El año que llegó a Chile vivió por tres meses en un apart hotel. "Me di cuenta de que era ridículo acostumbrarme a un lugar que jamás sería mío, así es que busqué un edificio", afirma Hahn. Encontró un departamento de 90 metros cuadrados en la calle Holanda, comuna de Providencia. Sin nada más que una cama, se puso a vivir donde hoy pasa la mayoría del tiempo solo.
Su vida ha sido un desarraigo permanente. Durante la Unidad Popular participó con sus amigos en la campaña de Salvador Allende. En 1973, Hahn vivía en Arica con su primera esposa. Luego del golpe militar, fue detenido y estuvo preso por 11 días en la cárcel pública de esa ciudad. Cuando fue liberado, un amigo le dijo que se fuera de Chile porque lo iban a encarcelar de nuevo. Hahn decidió irse a Iowa, Estados Unidos, a estudiar un diplomado. No sabía inglés. "Tuve que aprender a la fuerza el idioma, pero fueron tantas mis ganas de quedarme ahí que hasta logré enseñar en inglés".
Mientras estaba en Estados Unidos, su publicación Mal de amor se transformó en el único libro de poesía prohibido durante el régimen militar. También se convirtió en un hito de la literatura chilena. Sin embargo, era un poeta ausente de su país, hasta que regresó.
-¿Es usted el que sale en el diario de hoy? -preguntó Leonardo, conserje del edificio de Hahn, en agosto de 2008.
-Sí, ese de ahí soy yo -respondió el poeta, nervioso.
-¿Y por qué, si lleva tiempo acá, nunca nos contó quién es?
Hahn llevaba un mes viviendo en el piso 15 de ese edificio y nunca le dijo a nadie cuál era su trabajo. Desde el día en que los conserjes se enteraron, Hahn comenzó a abrirse más con ellos.
"Yo he trabajado en edificios donde viven famosos, futbolistas, artistas, políticos; pero para mí, Don Oscar es el más importante de todos, porque es humilde, cercano. Incluso pasa las tardes con nosotros", afirma Leo, el jefe de los conserjes del edificio del poeta.
En 2011, Hahn tuvo un problema de presión sanguínea y le contó a Leo, el conserje, mientras intentaba con dificultad salir de su edificio. El hombre lo tomó del brazo, se subieron a un taxi y lo acompañó hasta que un médico lo atendió. Leo llamó a la hija mayor de Hahn y esperó a que ella llegara, para poder volver a su trabajo.
La Navidad de ese año, el poeta escribió dedicatorias en sus libros y los regaló a los conserjes. Ya había confianza. Antes, en 2010, luego del terremoto, los conserjes lo habían ayudado a buscar un departamento en un piso más abajo que el 15. "Como no conozco a tanta gente en Santiago, si no es por mis amigos conserjes, quizás seguiría buscando dónde vivir", dice.
Son las 14.30 y Oscar Hahn termina de comer el plato de lasaña que su nana le dejó preparado el día anterior. Ella va los martes y jueves, pero le deja la comida para toda la semana, armada y puesta en el refrigerador. Hahn se sienta en su sillón blanco y prende el televisor. Ve la teleserie Dama y obrero, como todos los días, y en la noche, Reserva de familia. Tiene claro por qué le gustan tanto: "Las teleseries muestran un mundo en que, a pesar de los conflictos, todos se llevan bien. Eso me agrada".
Oscar Hahn nació en Iquique, luego vivió en Valdivia, Rancagua y Arica. Sólo conoció Santiago cuando estudió Pedagogía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. "Para mí, Santiago es un lugar extraño. La ciudad no es nada amable, pero me he adaptado. Como no salgo de mi casa, no es tan terrible", explica, mientras ordena los cojines de su sillón.
Las únicas fotos que hay en el departamento de Hahn son dos retratos donde él sale con su novia, de la que no quiere decir ni siquiera su nombre. Después de estar casado tres veces y pasar un tiempo largo sin pareja, un amigo le presentó en Santiago a una mujer que quería que le autografiara su libro. Ella nunca lo había visto en persona, pero tenía Mal de amor desde 1988. Ahora llevan cinco meses juntos. Pero viven separados.
Hahn no celebra sus cumpleaños. Tampoco Navidad, a excepción de cuando vivía con sus hijos en Estados Unidos. En Año Nuevo se duerme temprano, como si se tratara de cualquier otro día. "Mis hijos de 22 y 24 años ya no me necesitaban como antes. Es el paso lógico de la vida, pero duele igual. Ellos se quedaron en Iowa. A veces me arrepiento de haber venido a Chile, pero ya estoy acá".
En un pequeño estante tiene todos los libros publicados con sus poemas y un par de Enrique Lihn, su único amigo poeta. "No tengo muchos amigos, casi nada, por mi carácter. Soy ermitaño y siempre he sido así. Mi vida es cero bohemia, ese no es mi mundo. Tengo un carácter retraído, muy de interior. Por eso prefiero conversar con mi nana, los conserjes y los taxistas. A ellos los veo siempre y les cuento mis cosas".
Leonardo, el conserje de su edificio, sabe que todos los días Oscar Hahn bajará a conversar sobre fútbol o lo que ha visto en la televisión. "A Don Oscar le gusta la 'U' y yo soy del Colo, pero respeta las opiniones de todos. El nos trata como amigos, pero yo sé que conoce a gente realmente importante. A mí me mostró el correo que Michelle Obama le mandó cuando él estuvo de cumpleaños".
La rutina diaria de Hahn no cambia mucho con los días. Se despierta a las seis de la mañana y prende la radio. "Me siento menos solo cuando escucho los programas y la música", afirma. Luego, revisa sus documentos, escribe un poco y responde correos. Se levanta de la cama y la hace inmediatamente, aunque quiera quedarse acostado. "Me deprime la suciedad, el desorden. Mi nana me dice que casi no trabaja en mi casa, porque todo está siempre impecable".
El lugar donde vive Hahn parece un departamento piloto. Ni siquiera sus barcos hechos a mano tienen polvo, porque él se preocupa de que estén limpios. Tiene una carabela de Cristóbal Colón, al lado de un premio Altazor que no recuerda cuándo lo ganó. Tampoco sabe dónde está el otro que recibió. En las paredes blancas de su departamento tiene un autoadhesivo de un pez o de una mariposa, los que compró en un supermercado cerca de su casa. De un clavo cuelga una máscara blanca y azul. "Este es mi territorio y tengo que hacer lo posible para que parezca un hogar. Aunque ni en Iowa ni aquí me he podido sentir realmente en casa".
Luego de recibir el Premio Nacional de Literatura, las invitaciones para exponer su obra han aumentado, pero a Hahn no le gustan. "Me molesta tener que hablar en público. Nunca he leído una entrevista mía porque me da lata. Me invitaron a la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, pero tampoco tengo ganas de ir. Odio los aeropuertos y ya no me gusta viajar. Quiero quedarme quieto aquí".
Suena el teléfono. Oscar Hahn lo mira, sin contestar.