No sabía que se llamaba Plaza Kyiv. No sabía que tuviera un nombre. No sabía siquiera que fuera una plaza. Ni que la escultura fuese una escultura. Había pasado por allí mil veces, rumbo al trabajo, a velocidad luz, pensando en cualquier cosa, esperando que el suelo dejase de temblar como si ahí, a la altura del Metro Los Héroes, arriba de la Panamericana, el terremoto nacional fuera eterno.

Repito, no tenía idea que esa pequeña explanada que está en la calzada norte, sobre la autopista, fuese algo más que eso: un lugar vacío, una isla entre los autos. Pero caminando por el lugar, me enteré que se llamaba, se llama, Plaza Kyiv y la estructura metálica llena de grafitis que hace de centro es, en realidad, una escultura de Francisco Gacitúa; un arco negro doblado y retorcido que simula quizás los huesos de algún robot del futuro, o lo que queda de una casa luego del estallido de una bomba atómica. Ahí, los rayados parecen tatuajes sobre la piel del metal. No hay demasiada vegetación en las cercanías. Uno sospecha que entre tanto cemento y esmog casi nada puede crecer, apenas un par de jardineras medio destruidas, apenas un par de árboles sin hojas. El único color es la luz blanca insoportable de los lugares vacíos. En la plaza Kyiv, la única sombra es la del paradero de micro.

Pero es una plaza, me digo, y todo lo que importa de ella está explicado en una placa conmemorativa casi invisible, que nadie limpia hace años. La placa no dice mucho. Inauguraron la plaza el año 2000, vino el alcalde de Kyiv -un tal Sandr Omelchenko-, el cónsul honorario de Ucrania y Jaime Ravinet, que era alcalde de Santiago. Se mencionan, además, un par de aportes privados y hasta ahí nomás llegamos. El enigma brilla como un misterio frívolo del urbanismo contemporáneo: ¿Por qué ahí? ¿Por qué a la altura de Los Héroes? ¿Cómo llegaron a la conclusión de que ese lugar, tan inhóspito como surreal, podía contener una plaza, podía ser un homenaje a algo?

Es difícil de responder. Las ciudades están hechas de esa condición irresoluta, de esos enigmas triviales. El urbanismo siempre es una ciencia del azar, la verdad. En realidad, Kyiv es Kiev, la capital de Ucrania, donde, por ahora, debe andar algún futbolista chileno medio perdido. En Kiev, Chernobyl queda cerca, a apenas 100 kilómetros, y sus postales son tan imposibles como esta plaza santiaguina: terrorismo, mafias tatuadas, bombardeos del siglo pasado, arquitectura decimonónica y la sombra feliz y extraña de esos viejos cuentos rusos que leímos en la infancia. Es difícil ver el lazo entre ambos lugares, encontrar los rastros de una hermandad, pensar en alguna clase de simetría.

Porque la plaza está acá, en Santiago, en un lugar que alguna vez fue escogido como una de las esquinas peligrosas de Santiago, aunque eso, lo del peligro, sea un lugar común para referirse al mapa completo del centro. En realidad, nadie descansa en la plaza Kyiv: sus bancas a veces las ocupan indigentes o vendedores ambulantes, o ciudadanos. A veces, hay chicos repartiendo volantes de locales de comida, de institutos profesionales, de ofertas medicinales. Cerca, los muros están llenos de afiches de recitales, de convocatorias de movimientos sociales. Cruzando la Alameda, está la embajada de Brasil, que alguna vez fue apedreada por los hinchas chilenos en la noche idiota en que el "Cóndor" Rojas se cortó la frente. Más acá, desde la plaza se puede contemplar ese muro donde la Brigada Chacón pegó sus carteles por años y el dueño de La Tuna inundó con afiches de esos recitales/parrilladas, donde La Noche quemó sus primeros fuegos como banda y Zalo Reyes resucitó mil veces. A veces, desde la plaza -sin que yo supiera que era, efectivamente, una plaza- era posible mirar ambas cosas como una: la tipografía urgente de la brigada y las caras brumosas y mal impresas de cantantes de cumbia o sound o la Nueva Ola.

Eso es lo que vemos desde la plaza. Buses pasando a toda velocidad, afiches que duran un segundo, caminantes veloces que cruzan la encrucijada del centro. Una colección de historias que nadie va a contar, porque van demasiado rápido.

La plaza es una de esas historias.S