Jeff Bridges era el favorito

El más previsible de los premios era el Oscar a Jeff Bridges como mejor actor. Su nombre recogió un consenso abrumador. Es como si recién este año la Academia hubiera reparado que lo había postergado cinco veces, a pesar de respetarlo, de quererlo y de apreciar sus sobradas calificaciones para entrar al Olimpo: talento, trayectoria, versatilidad, carácter. Bridges cultiva un estilo interpretativo de larga tradición en Hollywood para el cual -oh Cary Grant- tan importante como la escuela es el aplomo y la empatía. Hijo y hermano de actor, Jeff Bridges, tiene una voz inconfundible y una carrera notable que partió en 1971 con La última película, cinta de Peter Bogdanovich ambientada en un pueblo chico a fines de los años 50. Ha trabajado en títulos espléndid0s, como Fat City, Especialista en el crimen, La puerta del cielo, Tucker y El gran Lebowski, entre otros. En Crazy Heart, la película que terminó coronándolo anoche, interpreta a un cantante country, decadente y alcohólico, que se enamora de una joven periodista.

Argentina vuelve a ganar

El triunfo de El secreto de sus ojos, junto con cortar la racha ganadora de La cinta blanca de Michael Haneke, obra que se había impuesto en Cannes, en los Globos de Oro y en los premios del cine europeo, constituye un batatazo para el cine argentino y una consagración para su director, Juan José Campanella, realizador que ha trabajado por espacio de largos períodos en Estados Unidos. Argentina ya había ganado otro Oscar con La historia oficial en 1986.

El secreto de sus ojos -cinta proganizada por Ricardo Darín y Soledad Villamil- combina una historia de amor con una investigación judicial en el contexto de la turbulenta historia política argentina, durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón.

Dos buenísimos anfitriones

Volvió a fallar el ritmo de la ceremonia y la transmisión demoró más de la cuenta. Los discursos de los galardonados volvieron a dar en muchos casos vergüenza ajena, convirtiendo en letra muerta los resguardos "anti lata" previstos por los organizadores. Pero el desempeño de Steve Martin y de Alex Baldwin como maestros de ceremonia estuvo entre lo más grato, profesional y divertido de la 82 edición de los Oscar.

La Academia debería contratar a Steve Martin de por vida para estos menesteres. Tiene autoridad para echarse a medio Hollywood al hombro y lleva tanto tiempo en la comedia que pocos actores pueden hablar de Hollywood con tanta propiedad. Alex Baldwin también estuvo divertido y fue raro verlo como anfitrión de la mayor fiesta de la industria del cine precisamente poco después que declarara su intención de retirarse del cine, por pura decepción con las cintas en que le ha tocado actuar en los últimos años. Si mirara con serenidad lo que hizo anoche, debería reconsiderar su decisión.