Para cubrir, en 1961, el juicio al jerarca nazi Adolf Eichmann, la revista The New Yorker envió a Jerusalén a la filósofa judío-alemana Hannah Arendt (exiliada en Estados Unidos). Sus artículos causaron admiración e ira, la que no hizo sino amplificarse cuando los publicó después como libro: Eichmann en Jerusalén. Arendt acuñaba el concepto de "banalidad del mal" para referirse a una forma de malignidad que no se ajusta a cómo se ha representado. Años más tarde, en La vida del espíritu diría que le impresionó la superficialidad de Eichmann: "Los actos fueron monstruosos, pero el responsable -al menos el responsable efectivo que estaba siendo juzgado- era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso".
Reconocida estudiosa de Hannah Arendt y de los fenómenos totalitarios, la filósofa italiana Simona Forti (1958), replantea en su último libro, Los nuevos demonios, la idea del mal. No se remonta al genio maligno que tentó a nuestra madre común, Eva, sino que parte desde Kant, sirviéndose, entre otras herramientas de análisis, de la literatura.
La profesora de la Universidad del Piamonte Oriental, expondrá el martes 24 de noviembre sobre su libro Los nuevos demonios en la Universidad Adolfo Ibáñez (Sede Errázuriz, desde las 19 horas). El miércoles 25 de noviembre impartirá una conferencia en el Centro de Estudios Públicos (Monseñor Sótero Sanz 162), a las 18 horas.
¿Cree en el mal?
El concepto de mal ha tenido, y todavía tiene, diversos significados. Entre las categorías filosóficas es, sin duda, una de las que tiene más historia y, en consecuencia, muchos y contrapuestos estratos de sentido. El mal es, para mí, el nombre que mejor expresa la situación en la que las relaciones de poder se intensifican y rigidizan al punto de convertirse en dominio, una dominación que implica sufrimiento innecesario.
¿Qué es el "paradigma de Dostoievski"?
Lo que llamo "paradigma Dostoievki" ha sido durante mucho tiempo un esquema dentro del cual se ha pensado el enlace mal-poder. Los autores y las interpretaciones que entran en este "paradigma" son muchos y distintos, pero tienen algo en común: subsumir el mal del poder bajo el signo de la pulsión de muerte. Ahora, esta forma de pensar, que une mal-transgresión-nada, ya no es suficiente para pensar y entender el mal de la dominación. Porque el mal es una complicada red de subjetividad en la cual sólo algunos desean la destrucción.
¿Hay todavía demonios absolutos?
Siempre los ha habido y siempre los habrá. Es parte de la pluralidad constitutiva de la realidad humana. Poner en discusión el "paradigma Dostoievski" no significa afirmar la inexistencia de la pulsión de muerte o del deseo de destrucción. Significa cuestionar una interpretación teórica que opera a través de este único criterio.
¿Cuáles son los demonios "mediocres"?
Los "demonios mediocres" son de muchas especies, pero con un fuerte rasgo en común: se atienen a una norma, a una sola forma de vida, absolutizándola. En nuestra "western way of life", en que se ha consolidado como hegemónica la idea de la sociedad como una empresa, conformada por muchas otras sociedades-empresas, dentro de la cual el individuo es pensado como empresario de sí mismo, no hay espacio para la percepción de lo "negativo" y de la "reflexividad". Por tanto, lo negativo, en sus diversas modalidades, puede prosperar sin fricciones. Por otra parte, incluso los que ahora producen muerte y destrucción, de forma terrorista, a menudo son jóvenes, sin capacidad reflexiva, ejecutantes necesitados de un guía, de algo o alguien que les impone una norma para dar sentido a sus propias vidas; un sentido absoluto que se realiza en la muerte de otros.
¿Cómo ve los recientes ataques terroristas en París?
Veo el horror. El horror de las víctimas elegidas totalmente al azar, en una grotesca y trágica reproducción de la lógica de los juegos de video: la consigna no es ni un objetivo político ni liberarse de los enemigos que se oponen a ese objetivo, sino matar, matar de cualquier modo, a cualquier persona, y el mayor número posible. Esto no significa que la situación actual no sea también el resultado de los errores de parte de Europa y Estados Unidos, pero si tengo que describir las escenas que vimos no me viene otra palabra que horror.
¿Por qué piensa que es mejor hablar de la normalidad más que de la banalidad del mal?
Hannah Arendt fue la primera en comprender la complejidad de un sistema de mal, en entender que no se vive sólo de intenciones malvadas. A partir de Eichmann en Jerusalén, ella ya no habla de la "radicalidad del mal", sino de su banalidad. Arendt ha puesto a disposición nuestra una constelación de conceptos que aún no han tenido tiempo para instalarse en una reflexión filosófica completa. Me gustaría decir que, si no suena demasiado presuntuoso, mi trabajo comienza donde Arendt se detuvo. El término banalidad, en mi opinión, no es filosóficamente apropiado. No porque sea irrespetuoso de las víctimas, como a menudo se ha señalado por sus opositores, sino porque no va más allá de la provocación lingüística. Diferente es, en cambio, el término "normalidad", que indica la paradoja de un resultado atroz que para Arendt era el nacionasocialismo, pero que para nosotros puede ser también otra realidad, obtenida a través de la normalidad de los actores involucrados .
¿El mal es algo constitutivo de todo poder?
El poder, en general, es una acción que se ejerce sobre otras acciones buscando influirlas, limitarlas, desviarlas. Por eso es inherente al poder intentar limitar el espacio de libertad de las acciones de otros. Pero siempre existe la posibilidad de una respuesta, de una reacción que pueda hacer cambiar la dirección de los intentos del poder. El mal, como yo lo entiendo, es una situación en la cual el juego de acción, reacción, imposición y resistencia se cierra en una dominación que limita los espacios de libertad y resistencia. Para decirlo con Foucault, es un dispositivo en el que el juego dialéctico entre libertad y poder se reorganiza.