A vuelo de pájaro, todo parece igual: los adolescentes siguen siendo los mismos jóvenes que cuando les gusta alguien, frente al pánico al rechazo, se atarantan y se vuelven aún más torpes. Pero en vuelo rasante, las diferencias en la conquista entre los adolescentes de hace 20 años y los de hoy son más grandes de lo que un padre ingenuamente confiado en la inamovilidad del sistema romántico-juvenil podría pensar. Para partir, un detalle: ahora ninguna pareja adolescente sale la primera vez a solas. Tampoco la segunda. Tampoco la tercera. De hecho, puede que ni la cuarta... Porque todo dependerá de cómo piensa y reacciona el grupo que los rodea.

Así de complicado. Así de interdependientes.

¿Un ejemplo? Después de casi un mes de directas e indirectas por el chat de Facebook, Xamanek (16) invitó a salir a Valentina (15). Fueron a ver Harry Potter al cine del Alto Las Condes. ¿La idea? Obvio, concretar en romance el inquietante coqueteo. A la hora acordada, ambos llegaron al lugar; ambos con sus respectivos amigos. Tal cual, fue una cita de a dos, pero en grupo. "Me llamó para que lo acompañara, porque estaba nervioso y quería que todo saliera bien. Al principio uno no tiene la confianza para juntarse solo y con un amigo uno evita quedarse sin tema de conversación. Yo también he pedido que me acompañen", solidariza Jorge, el chaperón de turno.

Sólo 20 años antes que Xamanek invitara al cine a Valentina, cuando un joven de 15 convidaba a una "chiquilla" a salir, lo primero era ingeniárselas para conseguir el número de teléfono de la niña que le gustaba. Luego, armarse de valor para llamarla, muchas veces desde un teléfono público para tener privacidad (a quién no le levantaron el otro teléfono de la casa cuando estaba hablando en plan de conquista). Y en la pregunta "soy fulano de tal, ¿te acuerdas de mí?", pronunciada disimulando el pánico al rechazo, se ponía en juego todo el orgullo. A cambio, y tras el sí, conseguía la primera salida a solas. Completamente a solas.

Era otro el concepto de intimidad.

"Las generaciones anteriores estaban más acostumbradas a eso. Tenían más pudor. En este tiempo, en cambio, lo privado se expone públicamente, porque eso genera un sentido de realidad. Para sentir que su experiencia es valorada, tienen la necesidad de hacerla pública y de que sea reconocida por el resto", explica Genoveva Echeverría, sicóloga de U. Central sobre los adolescentes que hoy se desenvuelven en un espacio donde lo privado se hace público sin complejos.

Eso explica, por ejemplo, que los jóvenes publiciten sus citas, encuentros y desencuentros por las redes sociales.

Como la canción

Con todos. Así funciona hoy la conquista. Y un sondeo realizado por La Tercera a 100 adolescentes de entre 13 y 17 años da cuenta de que las salidas en grupo son el sistema validado entre ellos: el 57% dijo que conquistar rodeado por los amigos es más cómodo, menos comprometedor y evita aislarse.

"Cuando estoy en grupo, me siento resguardado. Es como una forma de decir: "si no me pescas, no me importa, porque los tengo a ellos". Es un cambio que se da por la necesidad de resguardarse, protegerse y de quedar menos expuestos al rechazo, algo que los adolescentes no saben manejar", dice Raúl Carvajal, sicólogo de Clínica Santa María y especialista en adolescentes.

Así funciona. Aunque haya a quien no le gusta. "Los niños no cachan que las relaciones son entre dos. Para jugársela, necesitan que los amigos les den la aprobación. Siempre están los amigos al medio", dice con tono de queja Camila (14). Incluso, cuenta que una niña tiene que tener el visto bueno de los amigos para convertirse en andante o polola. Para eso está Facebook: si una adolescente es candidata, los amigos la buscan y entregan su opinión antes de cualquier decisión.

Es que a esta edad la influencia del resto es demasiado fuerte. Los adolescentes construyen su identidad a partir de sus grupos de referencia -los amigos ejercen una influencia mayor a los padres, por ejemplo- y eso hace que incluso las relaciones estén mediatizadas por la opinión de ese entorno.

Los adolescentes están evitando estar en la relación uno a uno y el grupo, real o virtual, está tomando un rol muy importante, dice Carvajal. ¿Por qué? "Hay más miedo a la soledad que antes. Y ese miedo surge porque tienen mayor conciencia de que están más solos, a diferencia de generaciones anteriores. La tecnología ocupa un espacio que los mismos adultos fuimos permitiendo, y que los mantiene en contacto con sus redes de amigos", agrega Carvajal.

"Para mí, mis amigos son sagrados. No los voy a dejar botados por estar con un gallo. No me parece lógico dejar de lado algo de mi vida que ya tenía por un pololo", dice Catalina (15).

Mejor andar

La lealtad es hacia el entorno. ¿El compromiso? También. O, al menos, no está del todo radicado en la pareja. Los jóvenes, en la actualidad, prefieren evitarlo, porque si salir solos es mucho compromiso, pololear son palabras mayores.

De acuerdo al sondeo de La Tercera, consideran que ese tipo de relación es demasiado comprometedora para lo que ellos buscan: "Estamos en edad de probar", dicen. En otra época, pololear era una conducta a imitar y bien mirada. Hoy no. El compromiso que implica un pololeo podría alejarlos de su grupo de amigos y eso no cabe entre sus posibilidades. De hecho, en el extremo, hay quienes prefieren terminar su relación antes que dejar a los amigos de lado.

La alternativa es "andar". Un concepto nada nuevo, sus padres lo practicaban, pero ellos lo radicalizaron. Muchas veces -más de las que sus padres se enteran- es eso o nada, porque es menos formal y comprometedor que pololear. De hecho, andar es la forma de relacionarse más común: 52% eligió esta opción.

Eso cuando la intención que subyace es la de tener cierta continuidad. Porque, como siempre, está la modalidad de "agarrar" o el ya clásico "atinar", es decir, sólo pasar un rato con alguien. El 44% dice que es la moda que se impone. Y el número de "agarradas" por salida de mujeres y hombres depende de cada quien y puede ser de dos hacia arriba. Eso, a pesar de que en ellas aparece como una tendencia más común el querer una relación más estable.

"Siempre vamos a escoger algo más serio, pero atinar no nos desagrada. Todo depende", dice la Cata. "Atinar es más divertido que estar soltera", agrega.

Quizás este es uno de los planos que más los distancia de la generación de sus padres, para quienes el pololeo era una conducta a imitar, bien mirada.

"Mis papás se pusieron a pololear cuando tenían 13 años. No pololearon con nadie más. Terminaron casados. Y hoy están separados. Yo no haría lo mismo. No te deja conocer qué pasa con el resto. Al final, te acostumbras a una persona, pero no sabes que hubiera pasado si conocieras más cosas. Además, estamos en la edad de conocer… y probar", dice convencida.

Y es que está convencida. Porque de acuerdo a Carvajal, la niña que no quiere probar, que no "atina" con nadie o que prefiere quedarse con el pololo, pasa por pava y se queda aislada del resto. "Eso, en términos sociales, tiene un costo muy alto para ella y también para el pololo", dice el especialista. Y un reciente estudio holandés refuerza esa idea: ser excluido por los amigos provoca más estrés en niños que el bullying, lo que quedó en evidencia en experimentos al registrarse un aumento en el cortisol (la hormona del estrés). "Hoy el gran temor de los cabros entre sexto y primero medio es ser el perno o el rechazado del grupo de referencia", comenta el sicólogo.

En este escenario, el rol femenino se ha vuelto cada vez más similar al de los hombres. El 51% de los encuestados dice que ellas son más activas y que no esperan que el hombre tome la iniciativa. Y el 35% dice que, incluso, pueden ser más protagónicas que los hombres. "El hombre siempre sigue las señales que le da la mujer, si no, no atina. No saben llevar la situación solos. Las mujeres tienen que hacer que la situación se dé. Los hombres lo único que saben hacer es insinuarse para darte un beso", dice Constanza (15).

¿Qué les pasó a las niñas? "Ellas pueden ver en su casa a una mamá que, a lo mejor, se separó y que se ha permitido tener un par de parejas, sin mayores rollos. También tienen a su alrededor referentes muy distintos a los niños de hace un par de décadas. Hay una conexión con el mundo adulto exacerbada. Las niñas son cada vez menos niñas y los niños, menos niños", explica Carvajal.

La independencia no se transa

Y no es un decir. De hecho, no lo dicen, la practican directamente. A esta edad, entre los 14 y 17 años, cada quien sale de su casa con sus amigas y amigos, y se encuentra con la pareja en el lugar en que van a pasar la noche.

No se pasan a buscar y a dejar. "Es como ñoño", dicen. Y listo. A esta edad no hay temas prohibidos, sí actitudes que antes parecían las más apropiadas.

"Al principio cuando te gusta la persona y luego te pones a andar, no se pasa ni a buscar ni a dejar. Cuando la cosa se pone más seria, cuando uno empieza a ir a la casa (después de varios meses) y conoce a la familia, ahí ya se puede pasar a buscar. Se hace cuando hay más confianza y cuando la cosa va en serio", cuenta Jorge (17).

Estos códigos son parte de la conquista, claramente más controlada por lado y lado. Ellas llegan juntas; ellos también, pero una vez que se encuentran se mantienen unidos. "Nunca nos separamos, nadie queda solo en ningún momento, cuando uno se pierde es lo peor", agrega Jorge.

Eso cuando el plan es salir juntos. Y no ocurre siempre. En ellos es muy común -marcando una distancia abismal con sus padres- salir solos con sus respectivos amigos. La confianza, dicen, existe. Las escenas de recriminaciones no son comunes, básicamente, porque los dos hacen lo mismo.

"Hay algunos que llaman para avisar todo lo que hacen. Si yo estoy con una persona, espero que confíe en mí. Uno sólo comenta qué hará en la noche; de hecho no se pregunta, se afirma, se hace libre", describe Jorge. Y Victoria (16) lo confirma: "Si salgo con mis amigas, no lo llamo ni nada, le cuento cuando me pregunta al otro día. Lo que sí, si salgo a carretiar le cuento antes".

Chao, de lejos

Los que crecieron en los 80' deben recordar lo incómodo que resultaba terminar una relación. Había que tener un discurso bien armado (no se había inventado aún el "no eres tú, soy yo"). Si pololo y polola eran del mismo grupo, se seguirían viendo, pese a la incomodidad. Pero todo se hacía cara a cara. ¿Terminar por carta? Mal. A menos que fuera un pololeo a distancia. Pero aun así, era bien feo ese mecanismo. Hoy eso es historia.

"Tengo un amigo que terminó con su polola por mensaje de texto. Es entre chistoso y raro, pero pasa harto. Hoy los problemas no se arreglan cara a cara, sino a distancia para resguardarse. Uno nunca sabe si ella va a llamar a los amigos para que te peguen", cuenta el amedrentado Julio (16). Parece un caso extremo. Y seguramente lo es, pero no hace falta que a alguien lo amenacen con golpes para que ponga fin a lo que sea a través de internet. "Yo me llevo mejor con algunas personas por Facebook o messenger que en persona. Como que fluye más la conversación. Basta un 'hola, cómo estas'. Hoy las redes sociales pueden ser más importantes que el contacto cara a cara", insiste Julio.

Los adolescentes se enteran de muchas cosas por las redes sociales. Y le dan la misma importancia que enterarse de la propia boca del involucrado. Un comentario en el muro de Facebook puede provocar un quiebre. "Muchos 'me gusta' en el muro de otra persona pueden producir un 'no me gusta'. Puedes terminar por Facebook o messenger y después, si se encuentran en el colegio, no se hablan. Como si nunca se hubieran conocido. Si te borran de alguna red social, es como que no existes más", cuenta Julio.

Como juegan un rol tan importante, estar atento al Facebook de la pareja es clave. "Es común que los niños y niñas se aprendan las contraseñas de sus pololos y pololas para meterse a su Facebook", dice Daniela (16). De esa manera, ella descubrió que su pololo le puso el gorro. "Yo me sabía la contraseña de mi pololo, me metí a su página y caché que me ponía el gorro". Terminó la relación, lo borró de su lista de amigos. "Lo sepultó".