Décadas antes de que la historia del forajido del Oeste Jesse James llegara al cine (de hecho, mucho antes de que el género del western existiera como tal), su figura alcanzó tal estatus de ícono en los periódicos que inspiró a adolescentes de todo Estados Unidos a formar bandas armadas que imitaban sus pillerías. Una de ellas fue mencionada en un artículo del New York Times en marzo de 1884, en lo que debe ser uno de los registros más tempranos de la ambigua relación que la cultura popular ha tenido con el crimen.
Casi un siglo después, en un barrio de San Diego, California, en una hermosa mañana del 29 de enero de 1979, la adolescente Brenda Spencer disparó desde la ventana de su casa hacia el patio del colegio de enfrente, matando a dos adultos e hiriendo a ocho niños. Tras ser detenida, afirmó: "Odio los lunes. Esto me alegró el día". La frase inspiró al líder de los Boomtown Rats, el cantante Bob Geldof, quien ese mismo año grabó el single I don't like Mondays.
La canción fue un hit en Inglaterra.
En esa zona extraña donde se cruzan los medios de comunicación y los archivos policiales, ningún aspecto ha sido más debatido y analizado como la influencia del cine, la televisión y la música en la mente de quienes perpetran asesinatos en masa.
Hace más de quince años, la matanza en el colegio de Columbine cometida en abril de 1999 por los estudiantes Eric Harris y Dylan Klebold despertó la última gran discusión sobre la influencia negativa que el cine de terror, los videojuegos o el heavy metal podían tener en la mente de un chico impresionable. Harris y Klebold efectivamente escuchaban heavy metal, vestían ropa negra y pasaban horas con sus juegos de video. También usaban íconos nazis en sus ropas. Y por cierto eran fans de Asesinos por naturaleza, la violenta comedia de Oliver Stone que hizo correr ríos de tinta en su estreno en 1994. Pero eran fans de la película de la misma forma que lo eran muchos de los compañeros a los que terminaron matando. Los ribetes absurdos de esa discusión -que dejaron fuera el fácil acceso a armas semiautomáticas que tuvieron los pistoleros- fueron una de las bases para Bowling for Columbine, el documental de Michael Moore que puso en tela de juicio esas y otras muchas simplificaciones.
El 20 de julio del 2012, en una sala de cine de Aurora, Colorado, donde se estaba presentando la primera función de medianoche de El caballero de la noche asciende, un hombre llamado James Eagan Holmes abrió fuego con armas semiautomáticas y mató a doce personas. Holmes tenía su departamento lleno de memorabilia de Batman y lucía el cabello anaranjado, lo que llevó a muchos medios a reportar que su crimen estaba modelado a semejanza de los cometidos por el Joker en la anterior película del Hombre Murciélago. Pero Holmes -con severos problemas mentales- nunca confirmó la tesis y tampoco supo explicar si había elegido esa sala con premeditación o había entrado a ella por casualidad.
Sin embargo, ahora la discusión sobre la ecuación cine + hombres perturbados + pistolas ha vuelto a reflotar a raíz de un nuevo reciente tiroteo masivo en Estados Unidos: en Isla Vista, California, un muchacho de 22 años llamado Elliot Rodger apuñaló a tres chicos en el departamento que compartía con dos de ellos. Luego montó en su auto deportivo y recorrió la zona disparando y embistiendo transeúntes. En total, asesinó a seis personas e hirió al menos a otras trece. Herido y perseguido por la policía, Rodger se suicidó de un tiro en la cabeza. Antes de cometer los asesinatos, subió a YouTube un video de siete minutos en el que dio algunas pistas de sus motivaciones. En el video, Rodger dice "Durante los últimos ocho años de mi vida… he sido forzado a soportar una existencia de soledad, rechazo y deseos insatisfechos todo porque las chicas nunca se han sentido atraídas por mí. (…) Tengo 22 años y todavía soy virgen. Nunca siquiera he besado a una chica. No sé por qué no les atraigo, pero las castigaré a todas por eso". Cuatro de las seis víctimas de Rodger eran hombres, pero es bastante común que en crímenes de esta naturaleza el asesino ataque a quien interfiera -o se relacione- con sus blancos originales.
Rodger, se informó rápidamente, había sido diagnosticado con una enfermedad mental. Había estado bajo tratamiento y supervisión psicológica por años, para lo cual contaba con el apoyo financiero de su padre, un reputado director de segunda unidad entre cuyos trabajos se cuenta el primer episodio de Los juegos del hambre.
Y quien hizo esta vez el nexo entre el apetito por la destrucción y la cultura popular fue Ann Hornaday, la prestigiosa crítica de cine del Washington Post. En una columna que atrajo la furia de estrellas como el director Judd Apatow, Hornaday se preguntó si no sería hora de poner en cuestión la influencia que el actual cine de Hollywood tiene sobre chicos impresionables o inestables como Rodger: "¿Cuántos estudiantes ven infladas fantasías universitarias como Buenos vecinos y se sienten, como Rodger, injustamente aislados de una vida que debería estar llena de sexo-diversión-y-placer?".
Hornaday estaba lejos de justificar la tragedia a partir del cine. Pero sí puso el dedo en la llaga al definir que las películas "tal vez no reflejen la realidad, pero condicionan poderosamente lo que deseamos y sentimos que merecemos de ella". Seth Rogen, el protagonista de Buenos vecinos, respondió furioso a través de Twitter y desató la esperada ola de acusaciones cruzadas que hoy son el pan y la sal de las redes sociales.
Desde luego, millones de personas a lo largo del mundo disfrutan películas de alto contenido erótico y violencia extrema sin que eso las impulse a matar a nadie. Y reglamentos de control moral como el famoso Motion Picture Production Code (una serie de reglas sobre qué se podía ver o no en las pantallas estadounidenses que fue utilizado en Hollywood desde 1930 hasta 1968) han demostrado ser no sólo ineficientes sino ridículos en su afán de reglamentar los límites de una ficción. Pero el comentario de Hornaday era también un llamado desde la corrección política para revisar lo que hoy es la mayor parte del producto en las pantallas: un cine comercial principalmente controlado por hombres blancos entregado a la producción de fantasías masculinas de destrucción, control y poder sexual que van desde thrillers como 3 días para matar hasta comedias negras como El Lobo de Wall Street.
Es dudoso que una cultura popular más diversa y menos sexista pudiera contribuir a evitar tragedias como la de Isla Vista. Pero el reclamo de Hornaday está a años luz de la absurda campaña que hiciera Tipper Gore a fines de los 80 para obligar a la industria de la música a etiquetar aquellos discos de contenido "objetable para menores" (y que eran en su gran mayoría, seamos francos, discos de hombres blancos deseando o insultando mujeres). Esta vez, la pregunta radica en hasta dónde puede ser penetrada por políticas públicas -como la participación de género- un sistema de producción privada tan exitoso como el cine industrial de Hollywood. Que, dicho sea de paso, es la usina que en ciertos meses del año provee más de dos tercios de la cartelera en circuitos comerciales de países como Chile.
Pero hay un nombre que algunos recordamos al ver el video de Rodger en su canal de YouTube y que ha sido escasamente mencionado en las notas de prensa: Marc Lépine. Nacido en Canadá en 1964, Lépine saltó dramáticamente a la fama la tarde del 6 de diciembre de 1989, cuando entró a una sala de clases de la École Polytechnique de Montreal cargando un rifle semi-automático. Según testimonios de los sobrevivientes, Lépine separó a los alumnos por sexo y luego apuntó al grupo de las mujeres. "Odio a las feministas", dijo y abrió fuego. Seis chicas murieron en la sala y otras ocho cayeron baleadas en los pasillos del edificio.
Lépine había sido rechazado por el ejército y tenía un historial de bajos resultados académicos. También venía de una infancia conflictiva, marcada por un padre autoritario y distante. Pero no era un adicto al porno, ni al heavy metal ni al cine de terror. En su departamento se hallaron libros de historia, filosofía, poesía y juegos de computadora. Hasta hoy, no se han encontrado pruebas de que Lépine haya sido influenciado en forma alguna por su entorno a la hora de desarrollar el odio homicida que le cobró al género femenino. Como Rodger, parecía creer que las mujeres eran inferiores y que le debían sumisión a los hombres. Pero, a diferencia de los adolescentes que rodeaban al muchacho de Isla Vista, Lépine no basaba su mirada del mundo en la lógica de las comedias de Apatow o en las fantasías multicolores de las películas Marvel, sino en una ideología personal de odio de género que describió sucintamente en la carta suicida que le envió a un amigo: "Las feministas siempre me han indignado. Quieren mantener los beneficios propios de las mujeres, pero adquiriendo además aquellos que son propios de los hombres".
¿Cómo había llegado Lépine a esa conclusión? Según uno de sus amigos, lo hizo a partir del desagrado que le cobró a su hermana menor durante la infancia.
Como dice Hornaday, la cultura popular influye en nuestra percepción de lo que creemos merecer del mundo. Pero las películas, discos y libros no despiertan un deseo que ya no estuviera sembrado en nuestras cabezas ni ponen en acción una fantasía que no haya rodado en nuestra mente mucho antes de verla recreada en una sala de cine.