Después de parar el cronómetro en 43"03 y derribar el último récord que le quedaba por batir a la velocidad en este milenio, el sudafricano Wayde van Niekerk corrió a los brazos de la abuela. No era su familiar, pero celebraba la hazaña como si lo fuera. En realidad, aquella mujer de cabellera cana que gritaba por el moreno era su entrenadora, Ana Sophia Botha, una ex atleta sudafricana, ahora tatarabuela con 75 años.
Ambos se conocieron en 2010, durante el Campeonato Mundial Juvenil de Moncton, Canadá. Hasta ahí todo bien, Van Niekerk mantenía buenas presentaciones, aunque muy alejado de ser el megavelocista que ahora es. Las constantes lesiones fueron siempre sus topes, estancándolo en marcas correctas, pero menores.
Fue en 2013 cuando definitivamente la veterana tomó a Van Niekerk como su pupilo. Ella era la encargada del equipo de atletismo de la Universidad del Estado Libre de Sudáfrica, al que él llegó como estudiante y posible proyección.
Van Niekerk es velocidad pura. Sus padres fueron dos ex velocistas y saltadores de altura y, aunque él quiso dedicarse al fútbol, rápidamente lo encaminaron por el rekortán. Odiaba los 400 metros, por lo que cuando Miss Botha le dijo que esa sería su nueva distancia, él se sintió abrumado, enfurecido.
Pero la experiencia de esta mujer pudo más que cualquier berrinche y rápidamente comenzó a trabajar. Las series de 800 y 1000 metros empezaron a ser habituales en el entrenamiento, además de un extenso trabajo de fortalecimiento muscular, para evitar que las lesiones continuaran apareciendo.
Y rápidamente llegaron los resultados. Al primer año de trabajo, un prometedor 45".09 en la fase eliminatoria del Mundial de Moscú dejó entrever lo que vendría.
La cosecha de triunfos no tardó en llegar y lo coronarían pronto como campeón sudafricano y segundo de África. La consagración de ambos llegó el año pasado, cuando Van Niekerk se coronó con el oro de los 400 metros en el Mundial de Beijing. Allí, el velocista acabó la prueba en 44".38.
Ya este año, el africano desató una revolución al transformarse en el único atleta en bajar de los 10 segundos en los 100 metros (hizo 9".89), de los 20 segundos en los 200 metros (19".94), y de los 44 segundos en los 400 metros. Tenía razón la anciana.
Por eso es que ayer ella gritó tanto, porque siente como suyo el acierto de su pupilo. Botha, una conmovedora anciana de 75 años, se transformó en el trampolín que llevó a Wayde de ser un simple velocista del montón, a ser el único capaz de rebajar los 43".18 que el '99 el norteamericano Michael Johnson consiguió en Sevilla.