Antes de volarse los sesos, en Potsdam, en las afueras de Berlín, Heinrich von Kleist le disparó a Henriette Vogel, el gran amor de su vida. Así se lo había prometido el dramaturgo, poeta y novelista alemán cuando ella le confesó que estaba desahuciada de un cáncer. Sentados en la orilla del lago Wannsee, el 21 de noviembre de 1811, los amantes escribieron: "Nos encontramos aquí, en una situación dolorosa y precaria. Yacemos muertos ambos". Acto seguido, Kleist le dio un balazo en el corazón, y con la misma pistola se suicidó. Tenía 34 años.

La tragedia también marcó la obra de Kleist. Considerado junto con Goethe y Schiller una de las principales figuras del romanticismo alemán, según el chileno Pablo Oyarzún fue, al igual que Hölderlin, un incomprendido. El filósofo, seguidor del dramaturgo desde que era alumno del Colegio Alemán, está encabezando en Chile los homenajes que también en Europa le están rindiendo a Kleist a 200 años de su deceso. Acaba de traducir la obra El cántaro roto que publicará la Editorial UDP a mediados del segundo semestre. Y su hija, la actriz Manuela Oyarzún, llevará a escena el mismo texto a partir del 29 de julio en el Centro Cultural Matucana 100.

"El cántaro roto es la única comedia que escribió Kleist, pero en esta hay una corriente profundamente dramática", afirma el decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile. "Su hipersensibilidad provoca que sin ser filósofo, nos lleve a los problemas fundamentales de esta disciplina. Me refiero al dilema eterno entre el conocimiento y la verdad", agrega.

Todo se derrumba

Nacido en 1777, en una familia aristocrática en Prusia, el breve paso que Kleist tuvo por el ejército también influyó en sus narraciones. Durante las Guerras Napoleónicas, vio hombres al borde de la muerte. "Uno de los temas típicos de Kleist es la caída, pero no pensada meramente como el mito del pecado original o como espectáculo, sino como lo que determina lo humano", apunta Pablo Oyarzún.

Esa pulsión catastrofista es la que lleva a Kleist en 1808 a escribir El terremoto en Chile. La novela nació luego de que el autor atravesara una crisis existencial a los 22 años. Inmerso en la intelectualidad europea, esta todavía estaba golpeada por el terremoto que en Lisboa, en 1755, mató a 90 mil personas. Los ilustrados se daban cuenta que el conocimiento no alcanzaba para comprender las leyes físicas de la naturaleza y que esta siempre se saldría con la suya. Kleist, que confiaba ciegamente en que se podía llegar a la verdad a través del conocimiento, colapsa. Investigando llega a una tragedia peor que la de Lisboa, el terremoto de 1647 en Chile. Entonces, sin haber puesto un pie aquí, comienza a escribir la historia de un profesor condenado a prisión por tener relaciones con la hija única de un noble.

Castigada también por el padre, a Josefina la encierran en un convento, pero cuando presenta dolores de parto, deciden ejecutarla. En esa situación límite están ambos personajes cuando se desata el terremoto en una ciudad que Kleist llama "St. Jago". Liberados a causa de la emergencia, y mientras el Mapocho se desborda, el lector siente por un momento que la catástrofe que arrasa con la mitad de la población podría salvarlos. Una ilusión óptica, porque como afirma el mexicano Juan Villoro en un ensayo incluido en el libro 8,8: el miedo en el espejo, "quienes no hemos elegido una bala como la del poeta Kleist, enfrentamos la principal lección de la supervivencia: 'falta un día menos' para que el mundo se vuelva a terminar".

La segunda crisis que enfrenta Kleist se conoce como la kantkrise. Porque es en los libros del filósofo Kant que el poeta confirma lo que venía intuyendo: la verdad absoluta no existe. Había que construirla. "Por eso se vuelca al arte y la literatura. Para, desde la crítica, acceder al problema que lo desespera", afirma Pablo Oyarzún.

Escribe entonces El cántaro roto, que busca reflejar esa relatividad y que en Chile se montará por primera vez. La obra es un gran juicio público donde cada personaje tiene su versión de los hechos. Dirigido por Francisco Pérez-Bannen, el montaje comienza cuando una mujer (Roxana Campos) llega donde el juez rural (Andrés Céspedes) para denunciar al pololo de su hija (Manuela Oyarzún) por haberle roto su jarrón más preciado durante la noche. A través de personajes como el ministro en visita (Jaime Vadell), su escribano (Aldo Parodi) y la tía del acusado (Francisca Gavilán) se revela que lo que realmente se rompió es algo más íntimo y preciado que el jarrón. Y que el juez es el principal implicado.

Escrita entre 1802 y 1804, a través de temas como la impunidad y el abuso de poder, alcanza universalidad. "Parece una nimiedad lo del cántaro, pero en el fondo representa la memoria y la inocencia quebrada", señala Manuela Oyarzún sobre un montaje donde los personajes son víctimas y victimarios. La acción fue trasladada desde un pueblo holandés a un caserón del Chile de 1800. "La casa llega hasta nuestros tiempos afectada por el terremoto como una proyección de otras estructuras que están destruyéndose", dice Pérez-Bannen sobre la única obra que el dramaturgo vio estrenada. Dirigida por el mismo Goethe en Weimar, en 1807, el poeta esperaba que la recepción del texto le diera sosiego. Pero los resultados fueron desastrosos. Abucheado por la crítica, a Kliest no le quedó más que volver a los textos dramáticos. Su última puesta en escena la protagonizó él mismo, a orillas del Wannsee, hace 200 años.