Es el mediodía del 4 de enero de 2012. El sacerdote Pierre Dubois camina con dificultad desde su habitación en el primer piso de su casa de la calle Esfuerzo de La Victoria. Son sus dominios compartidos. Arriba, en el segundo piso, está la habitación del matrimonio de María Rojas y Gerardo Insunza, quienes viven con él desde mayo de 2010. María se encarga de atenderlo. El espacio es estrecho y los muebles sencillos: una pequeña repisa con libros religiosos, un par de sillones, una mesa de comedor. En un muro, una fotografía del sacerdote André Jarlan sonriente. En otra pared cuelga la imagen del mismo sacerdote, aquella que se transformó en un ícono de La Victoria y que muestra a Jarlan de espaldas sentado con la mitad del cuerpo tumbado boca abajo y sin vida sobre su escritorio, luego de recibir un balazo de carabineros en 1984. Detrás del sillón al que intenta acercarse Dubois, una arpillera decora el ambiente. El paño tiene bordado el mapa de Sudamérica y la leyenda "otro mundo es posible".
El sacerdote llega hasta la salita y busca el modo de sentarse. El sofá es demasiado bajo para su condición actual. Este Pierre Dubois parece no ser el mismo hombre de porte erguido, enfrentándose a la represión policial en los 80. Ahora es un anciano con la columna forzada a inclinarse como si llevara un peso enorme al que tuvo que ceder. El rostro pálido, el pelo blanco, los brazos resistiéndose a los temblores del Parkinson. El cuerpo puede ser una cáscara incómoda, una armadura cruel.
No es la primera vez que Pierre Dubois se siente presa de una salud frágil. "Ingresé al seminario menor a los 11 años, el año 42, en plena guerra. El efecto más visible de la guerra físicamente para mí fue una descalcificación de las articulaciones por la mala alimentación. Me tomó cinco años recuperarme"
Francia se fracturaba entre los invasores, los colaboracionistas y la resistencia. "La división alcanzaba incluso a las familias. Los profesores del seminario trataban de mantenernos al margen de todo".
Pierre Dubois fue el segundo de seis hermanos, en una familia de clase trabajadora de la ciudad de Dijon. Maurice, su padre, se ganó la vida desde los 12 años en un depósito de neumáticos, del que sólo salió una vez jubilado a los 65.
"Mi padre no tenía conciencia de clase, pese a que era obrero. Nunca formó parte de un sindicato. Como muchos católicos franceses, era conservador, de misa diaria y les temía a los comunistas".
-¿Usted seguía esa línea en esos años?
-No, yo no me definía por ninguna línea política, pero iba descubriendo los hechos de la vida.
-¿Y qué le indicaban los hechos de la vida?
-Me mostraban una injusticia terrible.
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Dubois tiene una voz profunda y ese tono seco que suele atribuírseles a los franceses de las grandes ciudades. Modales que no dejan espacio al disimulo latinoamericano. La pulcritud de su casa, su habitación y escritorio desprovistos casi de cualquier intento decorativo parecen ser un eco de esa suerte de rigor de carácter.
María Rojas cuenta que en ocasiones Pierre Dubois se refugia en un pequeño espacio construido junto a la casa. Es una pieza minúscula de muros blancos con dos butacas. En uno de los muros una cruz de fierro. Es su pequeña capilla. "A veces hace frío, y él se queda ahí hasta tarde".
A pesar de todo, Dubois reza y trabaja. Recibe en su casa una vez al mes a la directiva del Movimiento Obrero de Acción Católica (MOAC), la organización que le dio sentido a su vocación religiosa.
"Me ordené en la Navidad de 1955 y conocí el MOAC durante 1956".
El MOAC había surgido luego de la Primera Guerra Mundial, cuando el catolicismo se enfrentó a la secularización europea y a las nuevas ideologías que captaban adherentes en la muchedumbre obrera que la Iglesia había descuidado. Esta organización trató de recuperar el terreno perdido entre los laicos. La Segunda Guerra le dio un nuevo aire al movimiento en Francia. Muchos sacerdotes jóvenes franceses fueron obligados a trabajar en fábricas, situación coyuntural que fue una oportunidad para estrechar vínculos con el mundo del trabajo. Uno de esos curas obreros fue Félix Cernesson, el sacerdote que le habló de la acción social a Dubois durante los almuerzos de la parroquia de Dijon a la que estuvo asignado en su primer año de sacerdocio.
"Hasta ese momento mi perspectiva de sacerdocio era de oración y piedad y no de orientación social. Félix me hizo descubrir esta nueva dimensión como fundamento para evangelizar".
-¿Usted trabajó como obrero?
-Yo no trabajé como obrero, pero mi abuelo materno era parcelero, era pobre, teníamos que trabajar todos, duro. Yo iba los jueves, cuando no tenía escuela, a ayudar en lo que se necesitara.
Durante los años 60, la Acción Católica Obrera amplió su horizonte al tercer mundo. El Papa Juan XXIII hizo un llamado a los religiosos europeos a misionar en los países pobres. El primer destino para muchos fue Africa. Dubois pensó que sería también el suyo.
"Un asesor nacional del MOAC me dijo: la urgencia en este momento es América Latina. Yo no sabía nada de América Latina. Me compré un curso de castellano en discos de vinilo con los que me despertaba cada mañana. Después de dos meses volví a ver al sacerdote. Me dio a elegir entre Chile y Brasil y como yo ya había empezado a aprender español, me decidí por Chile. En 1963 me vine".
Pierre Dubois fue primero destinado a las comunas del oeste de Santiago. Luego pidió irse al sur a la región del carbón. Vivió en Coronel en el sector de Lo Rojas. Miguel Muñoz, un obrero de 67 años que participaba del movimiento católico, lo conoció en esa época.
"El vivía en el sector más pobre de Lo Rojas. Eran casuchas de tablas. Pierre vivía tal cual lo hacía el resto. Una vez lo visitó otro sacerdote que se sorprendió de las condiciones en las que estaba y le regaló un juego de tazas de té. Una vecina vio las tazas y se enojó con Pierre. Le dijo que él en realidad no era pobre, porque al menos tenía quien le regalara tazas de té, 'usted no es como nosotros' le gritó la vecina. Eso marcó mucho a Pierre".
Sin embargo, lo que más le llamó la atención al sacerdote francés no fueron las condiciones de vida en la zona del carbón, sino que muchos obreros cambiaran de actitud cuando alcanzaban el rango de empleados. "En Schwager un militante me contaba que una vecina había ido a la carnicería a pedir "cazuela para empleado", porque suponía que era diferente a la que le vendían a los obreros. Yo recuerdo haber peleado, discutido en contra de esa idea de pasar del otro lado de la frontera".
En julio de 1973 Pierre Dubois tomó vacaciones. Viajó a Francia al matrimonio del menor de sus hermanos. El 11 de septiembre en una calle de París se encontró con un sacerdote que le dijo "derrocaron a Allende". El Arzobispado de Santiago intentó prevenirlo para que no volviera; sin embargo, el 4 de enero de 1974 estaba de vuelta. En el Arzobispado lo designaron párroco de Clara Estrella, muy cerca de la población de La Victoria a la que llegó a principio de los 80. Asignarle una parroquia era una manera de protegerlo.
"Cuando volví, nos dedicamos a ubicar personas con las que habíamos perdido contacto. Fue un trabajo de hormigas. No era un trabajo fácil, yo me dedicaba fundamentalmente a poner aceite en las ruedas de la máquina para que todo funcionara sin peleas. En un ambiente de represión, es fácil acusarse mutuamente. La gente descubrió que este trabajo humilde de persona a persona a la larga consigue transformaciones".
En este punto, Pierre Dubois se entusiasma: explicar la manera en que una organización modesta puede empujar un gran cambio con acciones pequeñas le sienta bien. Aclara: "Si yo estoy aquí es por el Movimiento Obrero de Acción Católico. Yo no soy protagonista de nada".
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El viernes 28 de septiembre María Rojas se levantó a las 6 de la mañana. Tenía que acompañar al sacerdote al oftalmólogo. Cada mañana sus tareas consistían en ayudarlo en el baño, recordarle tomar sus pastillas -cerca de 20 en el día- y prepararle un yogur con fruta picada.
María bajó y llegó hasta la habitación que en lugar de puerta mantiene una sábana verde a modo de biombo. El sacerdote estaba de rodillas en el suelo, con el cuerpo tumbado sobre la cama y el rostro boca abajo. Pierre Dubois había muerto.
La noticia se esparció por La Victoria, por sus calles estrechas con nombres que parecen ser declaración de intenciones: Esfuerzo, Primero de Mayo, Ramona Parra, Unidad Popular, Carlos Marx. Sobre los muros con graffitis con cristos obreros aparecieron globos blancos y velas. La población se volcó a la parroquia, un edificio de estructura ligera hexagonal en donde nadie parece ocupar un lugar de privilegio, ni siquiera el cura. La población organizó una vigilia de tres días y en la esquina se reencontraban amigos, se hacían recuerdos y la pena por la muerte de 'el Pierre' -así a secas- se mezcló con una especie de entusiasmo melancólico. Los vecinos -organizados, respetuosos- instalaron un diario mural callejero con recortes de prensa que refrescaban la memoria: allí estaba de nuevo Pierre Dubois, el cura acusado de conflictivo, zamarreado por las autoridades del momento, el que se interponía entre las balas y las piedras, el que lloraba la muerte de sus amigos, el que fue expulsado de un país que no era el suyo en 1986 y sin embargo volvió apenas pudo en 1990.
Hasta La Victoria llegó gente de poblaciones vecinas y de fronteras distantes de otro Santiago. Uno de esos afuerinos era el camarógrafo Pablo Salas, documentalista y coautor del documental Andrés de La Victoria, sobre la muerte de Jarlan. Salas conoció a Dubois en 1983, lo recuerda en su renoleta recorriendo la población. El camarógrafo destaca lo que vio una tarde de protesta:
"La situación era delicada. Pierre recibió una llamada de la Guarnición de Santiago advirtiéndole que iban a proceder. El aviso lo desesperó, porque la gente estaba muy exaltada. Trató de calmarlos, les pidió que dejaran de lanzar piedras. Los vecinos no escuchaban, entonces comenzó a insultarlos, a garabatos. Eso surtió efecto entre los jóvenes. Pero no sirvió de mucho, porque los militares abrieron fuego. Dubois se paró de espalda a los militares mientras la gente corría o se arrojaba al suelo. El permaneció de pie, con los brazos abiertos".
La mañana del lunes 1 de octubre, a las 11.13, partió desde la parroquia de La Victoria el cortejo fúnebre rumbo a la catedral. Lo encabezaba un estandarte de un Cristo crucificado en una cruz formada por un azadón y una pala. La marcha fue lenta. Cuatro horas más tarde miles de personas llegaban al centro de Santiago a la despedida final. Era la tristeza de una partida y la alegría de estar juntos. Era la Victoria de Dubois.