Para los griegos, recuerda Arturo Fontaine en su departamento, el traidor no merecía ser enterrado y su alma estaba condenada a vagar por la tierra eternamente; jamás encontraría la paz. Para el Dante, continúa, la traición era peor y estaba asociada al propio demonio: quien traicionaba perdía su alma, que viajaba al infierno y era derechamente el diablo quien se apoderaba de su cuerpo mientras el traidor vivía en la tierra.
Lorena, la protagonista que traiciona en La vida doble, no es un demonio, pero está claro que jamás encontrará paz. Militante de un grupo extremista, traiciona dos veces. Primero al delatar a sus compañeros de la insurgencia y trabajar para la represión durante el gobierno de Pinochet. Después, al declarar contra los agentes de los aparatos de seguridad en las causas de derechos humanos, en los primeros años de la transición. Sobre Lorena recae un triple desprecio: el de sus antiguos correligionarios, el de quienes torturaban en la dictadura y el de ella misma.
¿Cuál fue el punto de partida de la novela?
Pensé escribir un reportaje sobre el carpintero Juan Alegría, uno de los casos más terribles: se mata a un inocente para inculparlo de un crimen que no cometió. Pero los datos que recopilé nunca me dejaron contento. Y me la ganó la ficción. Pero yo creo en la ficción que, de algún modo, alumbra la realidad.
Para construir el personaje de su protagonista, Lorena, es sabido que usted se basó en casos reales.
Sí, pero siempre tuve la imagen de mi Lorena en la cabeza. Sabía que había modelos reales. Leí libros de dos de ellas y hay un documental de Carmen Castillo que me impactó. Es más: pude conversar con una, cuya identidad mantengo en reserva. Pero mi personaje no es ninguna de las tres, aunque tenga esto o aquello de una o de otra. Lo que estas mujeres me dieron fueron los detalles, la atmósfera y la lógica de las conductas. La documentación provee puntos de apoyo para levantar la carpa. Pero es la imaginación la que permite que la carpa se levante.
¿Fue mucha la investigación?
Sabía demasiado poco… Poco de armas, de formas de lucha, de procedimientos de inteligencia… Necesitaba meterme en la cabeza de esta gente, averiguar cómo eran sus métodos, su vida íntima, sus deseos.
¿Siempre pensó que la novela debía ser narrada en primera persona?
No, eso fue parte de la búsqueda. Jugué con la idea de tener varios narradores que se entrecruzaran. Me gustaba que no calzaran mucho los puntos de vista. Pero perdía tensión. Escribí mucho que tuve que botar. Publicar es sacrificar, decía Donoso. Al final, me convencí de que el enigma de la novela era Lorena misma. El paso de una forma de vida a otra, la manera en que ella se da vuelta entera, tal como un guante, cómo quema todo lo que amó… son temas y motivos que me fueron atrapando. La novela es el relato que ella hace de sí misma, de su vida. Es también mi intento por comprenderla y su resistencia a ser comprendida. Para ella, toda comprensión es reduccionista y por eso duda de que su historia tenga sentido. Lo que ella quiere no es ser comprendida, es ser amada.
Hay una cierta complicidad con la protagonista.
Sí, no obstante que ya no puede estar más despedazada. Su yo ha sido apenas recompuesto, sin que las piezas calcen. Y aceptando que habla desde este descalce, yo quise al final arriesgar una apertura, un suspiro de esperanza. ¿Qué haces con tu vida cuando has dejado una embarrada de ese tamaño? Ella se arrepiente, hace actos de reparación, y no basta. Se siente víctima y lo es. Pero nada soluciona el problema. Nada lava sus culpas. No basta el arrepentimiento. En la tragedia clásica ni siquiera basta la inocencia (Edipo era inocente, pero igual se ciega; aquí, por cierto, no hay tal inocencia…). Pero Lorena de alguna manera termina aceptándose a sí misma. Acepta su vida tal cual fue y tal cual será. Sólo entonces -cuando ya le queda muy poco- siente estar preparada para vivir y para querer, quizás.
La novela plantea un tema de límites: hasta dónde podemos llegar sin disociarnos, sin dejar de ser…
Exacto. Lorena tiene dos planos. En el plano público, tiene un compromiso racional y emocional con la vía armada. Pero, por otro lado, está el subterráneo mundo de sus genes de mamá, que brota con una fuerza que nunca calculó. Vive una contradicción interna que es lo que explica en parte su transformación. Pero sólo en parte, sólo en parte… Porque ella pudo escapar. ¿Por qué empezó a odiar con tantas ganas a sus hermanos revolucionarios? En una zona, Lorena está sometida al destino, pero en otra también escoge con sus actos. La novela es una exploración de la condición humana cuando es sometida a presiones extremas.
El destino y elección es un doble eje muy presente siempre en la novela. Pero otro rasgo suyo es ser una mujer muy autoconsciente e intelectual.
Es una mujer intelectual, sí, inteligente: se ha graduado en literatura francesa, ha leído a Hegel, a Fanon, cita a Rimbaud, a Baudelaire, a Nietzsche, a Artaud, a los clásicos de la revolución. Es una mujer armada desde los libros. Y, claro, es un personaje muy reflexivo. Se mueve en un circuito intelectual, que es su "manto" bajo el cual opera como combatiente. Yo necesitaba un personaje lúcido -y también muy crítico-, que hubiera estado en los dos mundos y que me permitiera la mirada doble.
¿Un personaje más silvestre no habría servido?
No, porque no se habría visto a sí misma y tampoco a los demás. Los personajes que son puro instinto (y en esta novela los hay, como el Macha, por ejemplo) no me habrían servido. Necesitaba un ser capaz de examinar su vida, la de sus hermanos y de examinar el mundo de la represión. Necesitaba una Lorena… La quería bien intensa, bien mujer, bien mamá, bien sexual… No quería una mujer que se incorporara al mundo guerrillero en función de sus carencias emocionales o eróticas. Tampoco que fuera pura intuición, como la Nadja de Breton o la Maga de Cortázar. "Yo describo los ríos metafísicos y ella los nada" -dice el protagonista de Rayuela. Pues bien: yo no quería eso: quería una mujer que los describiera y los nadara.
Testigo no privilegiado
¿Por qué le fascinó este caso siendo de un mundo tan lejano al suyo?
Difícil… Es como cuando te preguntan por qué te gusta alguien. Cuando conocí a mis mujeres fuentes sentí mucho sufrimiento y mucha humanidad. Y sentí respeto: son vidas quebradas, donde hubo un sueño que se desmoronó. Al final, la vida de Lorena es misteriosa para ella y para mí. Hay algo que se nos escapa y que se le escapa a ella. Hay algo inescrutable ahí. Esta es una novela sobre el horror que podemos llegar a ser. Desde la perspectiva política es una novela sobre un mundo al que no queremos olvidar, pero al que por ningún motivo quisiéramos volver.
Es obvio que lo van a criticar por escribir de un mundo que no conoció.
Cierto, lo conocí sólo a través de conversaciones y documentos, lo cual, por otra parte, quizás podría darme alguna inocencia. Conversé con combatientes, con víctimas, con agentes de inteligencia de los organismos de la represión…y conocí hermanos, hijos, mujeres… sin embargo, lo único que cuenta es si la novela se para como novela o no. Manuel Puig siempre nos decía en su taller que había que escribir sobre un mundo del cual uno fuera testigo privilegiado. En este caso, me aparté de esa recomendación. He escrito una novela sobre un mundo respecto de cual no tengo ventajas. Fue parte de mi desafío.
Hay un momento en la novela, políticamente muy incorrecto, en que ella reivindica la acción armada y un comportamiento ajustado no a una lógica de víctimas, sino a una lógica de combatientes de una revolución que fracasó.
En el MIR y en el FPMR hay quienes reivindican esa lógica. Pudieron haber matado a Pinochet, pudieron haberse distribuido las armas de Carrizal, pudo haber habido una revolución de veras… A Lorena le molesta que la épica revolucionaria ahora devenga en un lamento. Con su transformación en víctima, el combatiente pierde su proyecto de vida. Es una conversión que le quita pólvora y justificación histórica; pierden sentido las chapas, las armas, los años de entrenamiento militar y, sobre todo, el sacrificio. Por eso, Lorena reivindica las protestas, que habrían sido exitosas gracias a las milicias, como una fase preliminar a otra posterior (la insurrección). Es lo que ella cree que nuestra transición abortó y traicionó.
Chile literario
Se van a cumplir casi 20 años desde la aparición de la Nueva Narrativa, de la cual usted fue parte. ¿Qué queda de eso, fue un verdadero movimiento?
Algo queda. No fue, claro, un movimiento articulado en torno a un manifiesto. Pero en un momento en que predominaba el realismo mágico, de segunda o tercera mano, o el relato de gueto académico, aparecieron una serie de autores que reivindicaron (yo creo que de manera casual, o quizás a raíz de ciertas lecturas que habíamos hecho) la fuerza de la trama, de los personajes, y la voluntad de tocar a un público ojalá amplio con novelas de factura literaria. Eso penetró y estas cosas yo creo que se han conservado. En esos parámetros se mueven con libertad y cada cual a su manera, no sé, un Zambra, una Andrea Maturana, una Andrea Jeftanovic, un Roberto Brodsky, un Missana, un Gumucio, un Bisama o una Alejandra Kúsulas… Discuto que haya sido un fenómeno de marketing, porque tengo la impresión contraria. Fue todo espontáneo. Es más: a diferencia de todos los grandes fenómenos editoriales chilenos que se hicieron afuera, lo novedoso de este es que fue hecho aquí.
Es inevitable: su opinión del nuevo Premio Nacional de Literatura.
Esto no les va a gustar a mis amigos escritores: creo que es un buen premio. Por supuesto Jorge Guzmán, Germán Marín y desde luego Antonio Skármeta eran excelentes candidatos y no me cabe duda que obtendrán el premio más adelante. Pero este era el año de Isabel Allende. Donoso dijo que le encantaba de ella su "alegría narrativa". Creo que esa es la clave. Los Cuentos de Eva Luna, Paula y, por supuesto, La casa de los espíritus son obras muy intensas, de una narradora innata, cuyas historias viajan muy bien a cualquier idioma. Por otro lado, este es también un premio a los lectores.