"Deja la reja bien cerrada", le grita una vecina a otra mujer que está saliendo del Block 824 la tarde del viernes. No es que piense que le vayan a robar ni que algún "angustiado" pueda asomarse para husmear en lo ajeno. Allí todas las madres y los niños están aterrados. De verdad que tienen miedo. Es cosa de ver que los mismos 15 niños que antes jugaban sin preocupación, ahora no se separan de sus faldas. Allí en el Block 824 Francisca Silva (5) fue raptada, violada y luego arrojada viva al mar por Juan Saavedra (37), el sicópata que vivía en la puerta del lado.
"Después de lo que pasó, ya no lo dejaré salir, ni si quiera a jugar al patio", asegura Angelina Gallardo, una de las vecinas de ese conjunto habitacional de la población Las Palmas III del cerro Placeres, en Valparaíso. El odio y el terror se han hermanado en esta barriada de 2.000 habitantes, enclavada en lo alto de la colina vecina al Barón, inmortalizada por la canción de Lucho Barrios.
Odio, porque quieren ver muerto al asesino; miedo, porque durante un año convivieron con él. Dicen que este taxista era un hombre "extraño, drogadicto y huraño", pero no se imaginaron que fuera capaz de protagonizar uno de los crímenes más desalmados del último tiempo.
"Sabíamos que estaba metido en la droga, pero él se veía poco. Casi no pasaba durante el día. Y cuando estaba no tenía mucho contacto con los demás vecinos. Se lo veía cuando regresaba de su trabajo en la noche e iba a buscar a su pareja, Jocelyn, que lo esperaba en el negocio de la esquina", comenta un vecino.
Aquí mandan las mujeres
Hace una década el lugar donde Saavedra raptó a Francisca era un peladero. La población Las Palmas III fue inaugurada allí en febrero de 1999, con 720 familias de poblaciones vulnerables de Valparaíso, Viña del Mar y Quilpué. El típico conjunto Serviu, casas chicas con los típicos problemas, pero donde se vive con dignidad, dicen los vecinos.
Es que allí el 70% de los hogares está compuesto por jefas de hogar -según datos del Serviu- y eso se nota: durante el día, las calles se ven casi vacías. Ellas son, principalmente, empleadas domésticas, que trabajan en otros sectores de Valparaíso.
El sueldo promedio es de $ 150 mil y llega hasta $ 300 mil cuando ellas tienen pareja. El espacio es mínimo: departamentos de 46 m2 para familias de más de cinco integrantes, en promedio. Muchos de los hombres son choferes de locomoción colectiva y obreros. Son organizados y unidos, y fue por ello que decidieron protegerse del entorno, asolado por el microtráfico y el robo por sorpresa, instalando una gruesa reja que rodea los blocks.
"Y ahora uno piensa para qué tener tanta seguridad si el enemigo está adentro. Pero hay que hacerlo igual, para cuidarnos. Mi hijo de tres años era el que más jugaba con Juan (el asesino). Incluso, cuando lo vio por la tele me dijo 'mira, ahí esta mi tío'. Yo quedé helada", cuenta Angelina.
Aquí hay problemas, cierto, y los vecinos cierran las casas con doble chapa cuando no están, pero a las seis de la tarde el sector retoma su ajetreo. Los pobladores van llegando en oleadas por la única calle que accede al sector.
El viento y el frío se sienten con fuerza -las encajonadas quebradas parecen hacerlo más intenso-, pero no acallan la ira de la gente. La puerta del sicópata está agrietada, tiene marcas de patadas y golpes de los vecinos. "Como la niña le dijo a la abuela que el vecino le había preguntado por unos juguetes que eran de ella, desde un principio se sospechó de él. Pero Juan negaba todo. Hay mucha rabia entre todos, uno piensa, si hubiese hecho esto o hubiese hecho esto otro, quizás la niña estaría viva", asegura Rosa.
El caso les hizo reflexionar a los habitantes. Quieren reemplazar la chapa de las rejas y mejor definir protocolos de autocuidado. "Yo les puse internet y cable a mis dos hijas, porque no quiero que salgan más a la calle", dice Carmen Patricia.
Y piensan en los chicos. Saben que muchos consumen pasta base y alcohol en las esquinas y quieren alejarlos del vicio. Para hoy organizaron un día especial: celebrarán el Día del Niño con un homenaje a la pequeña Francisca, el "angelito" que hasta hace una semana corría junto a sus amigos en el patio trasero del edificio.