EL ORDEN, la limpieza y la seguridad son, en Singapur, materia de Estado. Esto le es advertido al visitante desde el momento en que hace ingreso a la ex colonia británica y no se le manda a decir con nadie. Advertencias como "pena de muerte para los traficantes de droga bajo la ley de Singapur", que reza en letras mayúsculas y de rojo furioso la tarjeta de inmigración, o absurdas y a la vez célebres leyes, como la prohibición de mascar chicle en espacios públicos, hacen pensar que la entrada al país será una lección magistral de abandono de las libertades personales.
Basta con salir del aeropuerto para darse cuenta del porqué de tanta restricción: Singapur literalmente brilla de limpia. Sus calles, su monumental centro financiero lleno de rascacielos, sus canales y su impecable sistema de transporte la transforman en una maqueta a escala real de la perfección. Ningún chicle en el suelo ni una colilla de cigarro amenazarán con destruir este panorama.
El "Tigre del Sudeste Asiático" se diseñó para ser como un modelo de buena salud en sólo 700 km2, tanto en materia económica como social. Si le gusta, sea bienvenido y si no, la puerta es ancha. Si opta por lo primero, se le encuentra fácilmente el encanto al derecho de vivir en paz.
Y esto va mucho más allá del sentido estético. ¿O acaso en otro país del mundo se ve viviendo de manera armoniosa y sin ningún tipo de altercado grave a colonias de inmigrantes indios, árabes, chinos, malayos e ingleses? El caso de Singapur es materia de estudio sociológico y el visitante lo puede experimentar en pocos días si se interna en sus guetos culturales, que conviven a muy pocos metros.
Piense que si no ha tenido la suerte de internarse en los mercados khalilis de El Cairo o de probar los curries y empanadas samosas de las picadas que abundan en los alrededores de la vieja estación de trenes de Delhi o tampoco de sufrir un pub crawl (irse de bar en bar) en Londres y mucho menos, de aperarse de las chucherías que ofrece la calle Nanjing Dong Lu de Shanghai, un paseo por Singapur es un primer y bastante fidedigno acercamiento a estas experiencias. Y para mejor, con toda la seguridad de sus barrios y la amabilidad de sus habitantes.
Todo comienza con un paseo por Little India, un verdadero resumen del subcontinente donde los mercados de frutas y de comida al aire libre se mezclan con música de los clásicos de Bollywood, tiendas de sahris y tecnología pirata. Es fácil llegar a este barrio de descendencia tamil, porque hasta tiene una estación de metro y porque el inconfundible olor a incienso lo guiará. Aunque no es simple elegir un restaurante donde almorzar o tomar un lassi, esa espectacular bebida india a base de yogur natural y fruta. Por eso no se dé más vueltas y vaya a saciarse al mercado Tekka Centre, con las 3 "B".
Terminado el recorrido, vuelva al impecable metro y diríjase a otra estación bautizada sobre la base de lo evidente: Chinatown, que queda a sólo tres estaciones de distancia de Little India. Aquí encontrará el barrio chino más pulcro del mundo, muy bonito, bien decorado con lámparas rojas y gatos de la fortuna por doquier, pero que puede ser un poco desabrido si se compara con sus pares de Nueva York, Hong Kong o Melbourne, donde el caos propio de las ciudades del gigante asiático se respeta a propia escala y se imponen las reglas de la colonia por sobre las de la ciudad que las acoge.
Aquí verá a los mismos tipos de inmigrantes y una completa muestra gastronómica, pero sin esa atractiva inseguridad de no saber qué es lo que uno se mete a la boca. También verá los mismos objetos multiuso que se venden normalmente en estos distritos, pero sin regateo de por medio. Olvídese de conocer esas mercancías de procedencia dudosa que sí valen la pena y normalmente se encuentran en una bodega perdida regentada por gángsters a la altura de las circunstancias. Esto es Singapur, y nada de eso jamás ocurre. Al menos a primera vista.
Hora de un café y qué mejor que viajar a Medio Oriente para encontrarlo. Por lo mismo, el recorrido étnico continúa en el barrio árabe -arab quarter, también conocido como Kampong Glam- donde brilla lo más ostentoso de la cultura mora. Los autos deportivos último modelo se pasean entre tiendas de alfombras, perfumes, lámparas, narguiles y, claro, cafeterías en donde los granos arábicos recién tostados impregnan el ambiente.
El barrio, uno de los más antiguos del país y ubicado a sólo un kilómetro de Little India, se constituyó como tal a principios del siglo XX, con una masiva inmigración desde Medio Oriente cuando los aventureros encontraron en Singapur el puerto perfecto para comerciar con el resto de Asia y Europa. Como los negocios se dieron bien, construyeron en este barrio mezquitas y palacios que están abiertos para la visita del público.
La cafeína ayuda, ya que la jornada está lejos de terminar. Tras una visita obligada al futurista hotel Marina Bay Sands, que ofrece la mejor vista de la ciudad, es hora de prepararse para la noche.
Hasta hace poco, Singapur parecía tenerlo todo: riqueza, cultura e integración, pero las críticas apuntaban a su "pasividad" durante la noche. Eso cambió y hoy los medios no temen en compararla con Bangkok al momento de hacer un recuento de los mejores destinos dentro de la ruta fiestera de Asia.
Y es cierto, aquí no falta dónde hacer de la noche día. Con precios mucho más elevados que el resto del sudeste asiático, aquí se paga la sofisticación y la escena primermundista. Los clubes de Raffles Place y de Clarke Quay se pelean con las terrazas en altura de Marina Bay Sands desde el lujo hasta la última movida trendy en materia discotequera, en donde el público es el mismo que de día se ve encorbatado o montado en tacones.
Nada está puesto al azar y es cierto que hay poco que envidiarle a la escena londinense o incluso a la mediterránea. No es lo mismo, claro, pero es un buen acercamiento. Y si al final del día saca la cuenta de que en menos de 24 horas ha recorrido prácticamente todo el mundo, el ofertón de Singapur se vuelve insuperable.