En el mundo del cine, la vieja expresión de que no existe la mala publicidad es una regla de oro. Para el director danés Lars von Trier no hay peor comentario que la indiferencia y es probable que le haya dolido más la escasa atención que recibió su penúltimo filme, El jefe de todo (2006), que el epíteto de "gran erupto de cine-arte" otorgado por la revista Variety a Anticristo, su última película.

Niño terrible del cine escandinavo en los 90 y encantador de serpientes, Lars von Trier es como los tiburones: si no se mueve, muere. Desde que estrenó su cinta Europa y ganó el Premio del Jurado en Cannes 1991, el realizador danés se ha preocupado una y otra vez de dar golpes a la cátedra, seduciendo a algunos, irritando a muchos, pero llamando la atención a como dé lugar. No contento con el reconocimiento del festival más importante del mundo (que en ese año le dio la Palma de Oro a los hermanos Coen por Barton Fink), Von Trier le levantó el dedo grande de la mano al jurado a modo de insulto en la ceremonia final.

A 18 años de aquella rabieta y tras obtener su correspondiente Palma de Oro el año 2000 con el musical Bailarina en la oscuridad, Von Trier parecía estar demasiado abandonado en la noche del anonimato, lejos de la controversia, de los focos de atención y sin que nadie creyera mucho en su Dogma, el movimiento fílmico que predica la austeridad extrema. Ni el propio Von Trier respetó demasiado las reglas de este código y ya en Bailarina en la oscuridad utilizó música, trabajó con costosos sets de rodajes y reconstruyó períodos históricos: es decir, quebró sus propias normas.

La leyenda de payaso inconsecuente comenzó a perseguirlo desde entonces y peor reputación obtuvieron sus acólitos, súbitamente burlados por su propio demiurgo. Entre éstos se encontraban compatriotas talentosos, como Thomas Vinterberg (La celebración, 1998) o norteamericanos hábiles, como Harmony Korine (Julien Donkey-Boy, 1999).

Tras el fracaso de El jefe de todo, el director entró en una seria depresión. Por lo menos así es como él rotuló los tres años que separaron aquel trabajo de Anticristo, el filme que lo hizo retornar a la marquesina de los famosos y provocadores, con abucheos y aplausos por doquier.

Pero, ¿qué es Anticristo? En términos simples, es la historia de horror de un matrimonio (Charlotte Gainsbourg y Willem Dafoe) que carga con la pérdida de su pequeño hijo y se refugia en una cabaña en el bosque. En ese escenario silvestre, el mal con mayúsculas se aparece: los esposos se dan cuenta que el jefe del mundo no es Dios, sino que el demonio.

El filme incluye laceraciones corporales, escenas de sadomasoquismo y, según gran parte de los críticos, la mayor dosis de misoginia capaz de venir de Von Trier, con continuos tormentos soportados por el personaje de Charlotte Gainsbourg. No faltaron quienes supusieron que la Palma de Oro a la actriz fue más una medalla de honor a una profesional herida en el combate de trabajar con este hombre, que un reconocimiento interpretativo. En Cannes, el Jurado Ecuménico (asociación que condecora a un filme por sus valores humanitarios) quedó tan asqueado que le entregó un "anti-premio".

El mejor del mundo

Publicista de sí mismo, se puede aventurar que Von Trier planificó perfectamente su regreso con Anticristo. Lo que nunca estuvo diseñado de antemano fue el recibimiento de la cinta, auténtico evento en Cannes este año. En ese sentido, una vez más el director ganó la apuesta del impacto y los medios jugaron a su ritmo y bailaron la danza que él quiso.

Por ejemplo, ¿qué dijo Von Trier cuando alguien cuestionó la calidad y la ética de su película? Respondió fríamente que él hacía la cinta que le daba la gana: "Ustedes son mis invitados, no al revés", sentenció. "No tengo por qué justificarme por mis películas, sobre todo si disfruto al hacerlas". Acto seguido, se autodeclaró "el mejor director del mundo" y remató así: "Todo el resto de los cineastas está sobrevalorado".

Es cierto que la película provocó rechazos airados, pero una prueba irrefutable de su poder fue la Palma a la Mejor Actriz para Charlotte Gainsbourg. El diario Le Fígaro la consideró "pueril, pretenciosa y grotesca", pero Roger Ebert (el crítico más influyente de Norteamérica, con su propia estrella en el Paseo de la Fama) se llamó a sí mismo orgullosamente "un abogado del diablo" al defender el largometraje. Y desde el británico The Daily Telegraph fue calificada de "valiente y honesta". Von Trier, al parecer, nuevamente ganó el round de la popularidad.