Es una pregunta que a menudo atormenta a las personas tras una ruptura dolorosa: “¿Qué salió mal?”. A medida que intentan dar con una respuesta, la gente usualmente crea nuevas historias sobre su relación, analizando los eventos que llevaron al quiebre y usándolas para construir una narrativa cohesiva. En algunos casos, este tipo de relato puede ser positivo, ya que ayuda a que las personas le den sentido y acepten las cosas dolorosas que les suceden. Sin embargo, a veces ocurre que este proceso resulta negativo, agravando el dolor en lugar de aliviarlo.

Mi colega Carol Dweck, profesora de sicología de la Universidad de Stanford, y yo investigamos por qué algunas personas se ven atormentadas por los fantasmas de su pasado romántico, mientras otras parecen dejar atrás sus relaciones fallidas sin mayores dificultades. Durante el curso de nuestro trabajo, he leído cientos de historias personales sobre relaciones que se acaban y estos relatos ofrecen algunas pistas sobre qué impulsa a una persona hacia un grupo u otro.

En un estudio, Dweck y yo le pedimos a la gente que reflexionara sobre algún momento en que fueron rechazados dentro de un contexto romántico y que luego escribiera una respuesta a la siguiente pregunta: “¿Qué aprendió de ese rechazo?”. En algunas personas, las respuestas dejaban en claro que ese episodio había terminado por definirlos: asumieron que sus ex parejas habían descubierto algo verdaderamente indeseable sobre ellos. Por ejemplo, una persona escribió: “Las cosas iban bien y de pronto él dejó de hablarme. No tengo idea por qué, pero creo que se dio cuenta de que yo era demasiado apegada emocionalmente y eso lo asustó”. Otra persona dijo: “Aprendí que soy demasiado sensible y que alejo a la gente para evitar que ellos lo hagan primero conmigo. Este rasgo es negativo, vuelve locas a las personas y las aparta de mí”.

En estos tipos de historias, el rechazo descubrió un defecto oculto, uno que llevó a que las personas se cuestionaran o cambiaran la opinión que tenían de sí mismas. Además, a menudo describían sus personalidades como tóxicas, con características negativas propensas a contaminar otras relaciones. Uno de los participantes en los estudios escribió: “Aprendí que tengo una parte de mi personalidad que sabotea mi felicidad”. Otro confesó: “Me siento herido y rechazado. Intento decirme a mí mismo que no fue mi culpa y que la otra persona se lo pierde, pero no puedo evitar sentirme inadecuado”.

Muchas de estas historias eran similares a las que yo había escuchado de mis amigos tras sus propias rupturas. Las frases eran familiares: “¿Por qué no fui lo suficientemente bueno?” o “¿Pasa algo malo conmigo?”.  Cuando la gente ve a sus ex parejas en nuevas relaciones, a menudo se preguntan “¿Qué tiene ella o él que no tenga yo?”.

Tras una ruptura, puede ser saludable que la gente reflexione sobre lo que aprendieron de esa relación pasada y lo que quieren mejorar en la siguiente. Sin embargo, una conducta saludable puede volverse poco sana cuando las personas van demasiado lejos y empiezan a cuestionarse su propio valor intrínseco.

Mezcla de personalidades
La pérdida de una pareja puede facilitar la caída en la trampa del autodesprecio. Investigaciones realizadas por el sicólogo Arthur Aron, y sus colegas de la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook, muestran que cuando la gente está en una relación íntima, su personalidad se entrelaza con la de la pareja. En otras palabras, empezamos a considerar a nuestra pareja romántica como parte de nosotros mismos, confundiendo nuestros rasgos con los suyos, nuestros recuerdos con sus recuerdos y nuestra identidad con su identidad. De hecho, en una evaluación diseñada para determinar la cercanía de una relación, el equipo de Aron  le pide a las personas que se consideren a sí mismos como un círculo, a sus parejas como otro círculo e indiquen hasta qué punto ambas figuras terminan sobreponiéndose.

Hasta cierto punto, esta superposición de las dos personalidades puede ser una parte muy positiva de las relaciones. A medida que la gente va conociendo a su nueva pareja, a menudo pasa por un rápido período donde se sumergen en los intereses e identidades de la otra persona, adoptando nuevas perspectivas y expandiendo su visión del mundo. Uno de los grandes placeres de tener una relación es que se puede expandir la sensación de sí mismo que tienen las personas, al exponerlas a cosas que están fuera de sus rutinas habituales.

Pero esto también significa que cuando la relación termina, la pérdida de una pareja puede, hasta cierto punto, causar la pérdida de esa sensación de sí mismo. En un estudio, tras reflexionar sobre una ruptura, las personas a las que se les encargó escribir una breve descripción de sí mismos usaban menos términos únicos y particulares para referirse a ellos. Y mientras más sentían que habían crecido como personas durante una relación, más propensas eran a experimentar un golpe serio a su imagen tras la ruptura.

En nuestra investigación, la gente reportó una angustia más prolongada tras una ruptura romántica cuando ese episodio hacía que la imagen que tenían de sí mismos cambiara para peor. Las personas que concordaban en que el rechazo los hacía cuestionarse quiénes eran realmente también reportaban más a menudo que todavía se sentían molestos cuando pensaban en la persona que los había rechazado. El dolor generado por rupturas que habían ocurrido años antes todavía permanecía. Al escribir sobre lo que aprendieron de esos episodios, uno de los participantes señaló: “Mucho dolor emocional. Algunas veces me mantiene despierto en la noche… Han pasado 10 años y el dolor no se ha ido”. Si el rechazo parece revelar una nueva y negativa verdad sobre una persona, esta se vuelve una carga más pesada y dolorosa.

Cuando el rechazo está íntimamente ligado a la idea que tienen las personas de sí mismas, también es más probable que le teman. La gente reportó estar más a la defensiva cuando lograban tener una nueva pareja, y un participante escribió: “Siento como si tuviera que contenerme constantemente en relaciones futuras por miedo a que me vuelvan a dejar”. La creencia de que el rechazo revelaba un defecto llevaba a que la gente se preocupara de que esa falla volviera a resurgir en otras relaciones. Temían que esas relaciones volvieran a fallar, manifestando temores de que sin importar cuánto se esforzaran no serían capaces de encontrar a alguien nuevo que los amara.

En algunos casos, el rechazo también parecía cambiar fundamentalmente la visión que tenían las personas sobre las relaciones románticas, dejándolos con visiones pesimistas sobre la naturaleza fundamental de la vida en pareja. Como escribió una persona: “Para mí, este rechazo fue como abrir la caja de Pandora, porque conceptos como el amor y la confianza se volvieron fantasías que nunca existieron en realidad”.

Diferencias de personalidad
Entonces, ¿qué hace que una ruptura sea sana y que la persona siga adelante con un mínimo daño emocional? En nuestras investigaciones, algunas personas establecieron conexiones mucho más débiles entre el rechazo y su propia identidad, describiendo la ruptura como una fuerza arbitraria e impredecible en lugar de ser resultado de algún defecto personal. Una persona escribió: "Algunas veces las chicas no se interesan. No tiene nada que ver contigo mismo, es sólo que no se interesan". Otro precisó cómo el rechazo no reflejaba su valor como persona: "Aprendí que dos personas pueden ser individuos de calidad, pero eso no significa que son el uno para el otro". Otras personas vieron el rechazo como una experiencia universal: "A todos los rechazan alguna vez. Simplemente es parte de la vida".

Otro grupo de personas vio la ruptura como una oportunidad de crecimiento, mencionando a menudo habilidades que habían logrado aprender a partir del rechazo. La comunicación era un tema recurrente: las personas describían cómo una ruptura las había ayudado a entender la importancia de tener las expectativas claras, a identificar las diferencias en los objetivos de cada uno y a expresar lo que querían de una relación. Otros participantes escribieron que las rupturas los habían ayudado a aceptar que no podían controlar los pensamientos y acciones de los demás y que también habían aprendido a perdonar.

Así que separar el rechazo de la identidad y la sensación de uno mismo tiende a lograr que la ruptura sea más llevadera, mientras que enlazar ambos factores hace que el proceso sea más difícil. Pero, ¿qué hace que la gente sea más propensa a seguir uno u otro camino? Estudios anteriores hechos por Carol Dweck y otros investigadores muestran que la gente tiende a aferrarse a una de dos visiones sobre sus propias cualidades personales: unos asumen que los rasgos se mantienen fijos durante toda la vida y otros creen que son maleables y pueden ser desarrollados hasta cierto punto. Estas creencias impactan en la forma en que la gente responde a los contratiempos. Por ejemplo, cuando las personas consideran la inteligencia como algo inamovible son menos propensas a persistir ante un fracaso que la gente que cree que la inteligencia se puede desarrollar.

Y cuando le preguntamos a la gente que reflexionara sobre sus rechazos pasados, encontramos un nexo entre quienes creían que la personalidad era fija y aquellos que pensaban que el rechazo había expuesto su verdadera identidad. Si alguien cree que sus rasgos son inmutables, el descubrimiento de una característica negativa es como una sentencia de por vida. Sin embargo, creer en el potencial del cambio podría significar que el hallazgo de una cualidad negativa propicie el crecimiento personal.

En otras palabras, las historias que nos contamos a nosotros mismos sobre el rechazo pueden moldear cómo y cuán bien lidiamos con él. Investigaciones previas han ilustrado la importancia del relato en otros ámbitos, como por ejemplo en los alcohólicos en rehabilitación. Aquellos que contaban historias redentoras en las cuales aprendieron algo de su sufrimiento eran más propensos a mantener la sobriedad que aquellas personas que contaban historias sin ese ingrediente. Las narraciones que explicaban decisiones esenciales -incluyendo casarse, divorciarse o cambiar de trabajo- como pasos hacia un futuro deseado, en lugar de escapar de un pasado indeseable, se asociaban a una mayor satisfacción con la vida.

Entonces, una estrategia para lograr que las rupturas sean más fáciles podría ser considerar conscientemente esas historias que creamos sobre nuestras experiencias. Una persona podría pensar: “No era bueno a la hora de comunicarme en la relación, supongo que no puedo abrirme a otra gente”. Otra historia podría ser: “Era malo comunicándome en la relación, pero eso es algo que puedo mejorar y en futuras relaciones lo haré mejor”. Tal vez el hábito saludable de cuestionarnos nuestras propias historias puede ayudarnos a crear otras que sean mejores, relatos que promuevan la resiliencia ante el dolor.