El encuentro de Ron Mueck (1958) con el arte contemporáneo fue tan casual como fulminante. A fines de los 90 su suegra, la artista visual inglesa Paula Rego, le pidió que hiciera una miniatura de Pinocho para una exposición de dibujos que ella haría en Hayward Gallery de Londres. Un visitante de la muestra se fascinó especialmente con el muñequito de 76 centímetros: era Charles Saatchi, el prestigioso galerista que por esos días planeaba la primera versión de la exposición Sensation, con los nuevos talentos del arte británico.
Sin pensarlo mucho, Saatchi fue a la casa de Mueck y vio su segunda obra, Papá muerto, una escultura un poco más pequeña al natural, de un cadáver masculino desnudo y pálido que asombró al coleccionista y que terminó compartiendo lugar con las obras de Damien Hirst, Tracey Emin y los hermanos Chapman, en la mítica muestra de 1997.
De un día para otro, el australiano pasó de ser un discípulo de titiritero a artista contemporáneo. Nacido en una familia de fabricantes de muñecas, en su juventud aprendió el oficio junto al guionista y director Jim Henson, creador de Los Muppets y Plaza Sésamo. Mueck trabajó para ambos programas y luego hizo los efectos especiales de Laberinto, el filme de fantasía de Henson protagonizada por David Bowie.
A los 37 años, sin embargo, Mueck se alejó de su lucrativa carrera y no se supo de él hasta tres años después. Hoy es una de las figuras más originales del arte contemporáneo y sus muestras acumulan elogios de la crítica y del público, quienes se impresionan con sus figuras realistas.
Con estas credenciales, llegaron hace unas semanas a la Fundación Proa de Buenos Aires, nueve piezas del artista, por primera vez en Sudamérica. La muestra viene desde la Fundación Cartier pour l'art contemporain, en París, y en ella destaca una pareja de ancianos de 3 x 4 metros, recostados bajo una sombrilla.
"El es universal, nos habla de la vida cotidiana y de todo tipo de personas, por eso es tan fácil conectar con sus obras", dice a La Tercera Grazia Quaroni, curadora de la muestra, junto a Hervé Chandes. "Ningún otro artista está haciendo lo de Mueck. El hace grandes esculturas de humanos, pero no son monumentos, también hay pequeñas figuras, pero no son miniaturas. El visitante olvida pronto las dimensiones, porque estas figuras nos son muy familiares".
Aunque es alabado por el impacto emocional de sus obras, el australiano evita hablar de sentimientos o de lo que significan sus esculturas. Eso sí, no tiene problemas en revelar su técnica: modelado en arcilla para luego cubrir con fibra de vidrio y silicona.
Los resultados no dejan indiferentes. En Buenos Aires, se puede ver a un hombre desnudo en un bote, o una mujer llevando una guagua entre sus ropas mientras carga bolsas en ambas manos (las dos de un poco más de un metro), también hay una pareja de adolescentes de 83 centímetros, que parecen contarse un secreto. Ya lo dijo Colin Wiggins, curador de su primera muestra en la National Gallery de Londres, en 2003: "Mueck es algo raro. Es un artista contemporáneo que no necesita críticos o curadores que expliquen su obra. El arte comunica su misterio directamente y con un gran poder emocional".