No había una persona más indicada para el desafío. Corría 1971, llevaba sólo unos meses exiliado en Chile luego de escapar de la dictadura de su país, cuando el crítico de arte brasileño Mario Pedrosa asumió la presidencia del Comité Internacional de Solidaridad Artística con Chile (Cisac), que tenía como misión formar un museo con obras donadas por artistas de todo el mundo en apoyo al gobierno de la Unidad Popular. La idea había nacido de él mismo y de otros intelectuales extranjeros, como el español José María Galván y el italiano Carlo Levi, quienes con el favor del propio Salvador Allende dieron marcha al proyecto.

En Brasil, Pedrosa ya tenía una historia ligada a la política. Además de haber colaborado en la creación del Museo de Arte de Río de Janeiro y haber organizado la segunda edición de la Bienal de Sao Paulo, donde logró exhibir el Guernica de Picasso, el crítico de arte también defendió con fervor los manifiestos del Partido Comunista, hasta que fue expulsado en 1929 por pasarse al bando trotskista. Sin embargo, Pedrosa defendía la "libertad completa del arte", postura que impregnaría a la colección en apoyo a la UP. No quería arte panfletario sino ejemplos de la más pura vanguardia de esos años.

Para su tarea comisionó a varios curadores y críticos que lo ayudarían a conseguir las obras. Una de ellas fue la crítica de arte de The New York Times, Dore Ashton, quien se hizo cargo del envío estadounidense. No fue fácil, los artistas exigían respaldos de que las obras estarían bien. "¿Quién las cuidará? ¿Dónde se colgarán? ¿Qué sucederá con ellas mientras se construye un museo? Muchos artistas aquí han tenido problemas con comités, han perdido obras...", le escribía Ashton a Pedrosa. Así y todo logró reunir piezas de Robert Motherwell, Harvey Quaytmann, Dolly Perutz, Carl André, Frank Stella y Sol LeWitt, entre otros, que fueron enviadas a Chile a fines de 1972. Como temía Ashton, algo pasó en el camino.

Una carta escrita por Pedrosa y fechada en enero de 1973, le advertía que varias de las obras no habían llegado. Unas estaban aún en la embajada en Nueva York y debido al Golpe de Estado nunca salieron de allí. Con la de Sol LeWitt pasó algo peculiar. "La obra venía en la misma caja que la de Quaytmann, pero no se dieron cuenta. Era demasiado conceptual, dos cuadrados de metal y tres tiras de plástico que no sabían cómo montar. Pedrosa le pidió a Ashton que le enviara un diagrama de cómo hacerlo", explica Caroll Yasky, conservadora del Museo de la Solidaridad.

LeWitt envió un boceto con las instrucciones; Pedrosa le agradeció en una carta, pero luego se le perdió la pista a la obra. "Simplemente no está en los depósitos", dice Yasky.

Desde el 9 de abril, la historia de esta pérdida se exhibe en el Museo de la Solidaridad: estará el dibujo enviado por LeWitt y los documentos que acreditan la existencia de la pieza. No será la única. En la sala continua habrá otra obra que acaba de ser rescatada.

Se trata de la escultura 8 Leaden Ring, donada por el estadounidense Carl André, que por su peso fue enviada en el barco Imperial en abril de 1973 con destino a Valparaíso. Nunca salió de la aduana. En 2014, André de 80 años, fue contactado por Claudia Zaldívar, directora del MSSA, quien le pidió restituir la obra. El escultor, quien a fines de 2015 fue protagonista de una gran retrospectiva en el Museo Reina Sofía, aceptó que se reeditara la misma obra que donó en los 70 y que fuera incorporada a la colección. El próximo 9 de abril será inaugurada por su esposa, Melissa Kretschmer, quien hace de vocera del artista, ya que éste no sale de los EE.UU.

Figura clave del arte minimalista y compañero de generación de Frank Stella, en los 70 Carl André era reconocido por utilizar la pureza del material sin aspavientos, algo que demostró en Element Series, en la que extendió sus obras a lo largo de la tierra en lugar de levantar volúmenes. La monumentalidad vendría entonces de la expansión del material a ras de suelo sin esculpir y que define el comportamiento espacial del público. Esa lógica tiene la obra que se instala ahora en el MSSA: ocho planchas de plomo dispuestas una tras de otra hasta formar una gran alfombra.

Esta no es la única obra que se ha recuperado. En 1993, la fallecida ex directora del museo, Carmen Waugh, gestionó el retorno de las piezas donadas por Gran Bretaña, las que deberían haber viajado en septiembre del 73. Algunos artistas como Anthony Hill, Dennis Bowen y John Plumb accedieron a la petición, pero otros como Henry Moore y David Hockney no lo hicieron.

Se tienen indicios de que existió un envío rumano, pinturas y esculturas que salieron desde la embajada en Bucarest hacia Chile -hay una boleta de traslado de la Empresa Marítima del Estado fechada el 25 de septiembre de 1973-, pero nunca se recibieron. "Tenemos documentos sobre obras enviadas desde Japón, de las que tampoco se sabe. Este es el tercer año que ganamos un Fondart, más de $ 12 millones, para ahondar en estos documentos y rastrear otros. Estamos desarrollando la investigación sobre el envío mexicano y el británico", cuenta Caroll Yasky.

Sin embargo, hay otra gran cantidad de obras que aunque se sabe su paradero, no están en poder del museo. En 1973 la colección Solidaridad no tenía ningún edificio que la albergara, por eso las obras se guardaban en el de la Unctad III, hoy el Centro Gabriela Mistral. Para que no quedaran a la deriva tras el Golpe de Estado, fueron inventariadas dentro del acervo del Museo de Bellas Artes, que hoy todavía está en posesión de esas 33 obras. En los 90, Carmen Waugh intentó recuperarlas sin éxito: un decreto de 1987 las declaró Monumento Histórico perteneciente a la Dibam, lo que impide su devolución. "Estamos en conversaciones con Roberto Farriol (director del Bellas Artes) para recuperarlas y él tiene la voluntad de hacerlo", dice Yasky. Entre ellas también hay algunas del envío de EE.UU, piezas de Nancy Graves, Robert Motherwell y Jack Youngerman que el público chileno nunca ha visto.