Quienes fueron testigos de los años en que Pablo Neruda vivió o visitó con frecuencia Valparaíso, recuerdan que subía y bajaba cerros, revolvía tiendas de antigüedades y ferias y buscaba las excusas más disparatadas para convocar tertulias en sus restaurantes favoritos. Algunas de esas experiencias, cotidianas y joviales del poeta, son recordadas en los sitios que lo acogieron desde fines de los años 50 hasta poco antes de su muerte y que aun se mantienen vigentes.

El recorrido fue recuperado por un grupo de estudiantes de la Escuela de Ingeniería Comercial de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, a partir de las andanzas porteñas que recopiló Sara Vial en la obra Neruda en Valparaíso.

Uno de ellos es el restaurante Menzel, inaugurado en 1933 en calle Las Heras, en pleno centro de Valparaíso y a pocos metros de la Av. Pedro Montt. Estando allí, se pueden conocer los relatos de quienes le sirvieron uno de sus menús predilectos: el caldillo de congrio, acompañado de vino. "No es tan conocido, pero él venía a menudo aquí, a dos reservados, uno en el primer piso y otro en el segundo piso. Va quedando una garzona que lo atendía a menudo, que se acuerda de él. Neruda venía con amigos, con un buen vino y una buena conversa, porque le quedaba cerca, a unas seis cuadras de la casa", afirma su dueño, Renzo Peirano (43).

En dirección hacia la calle Independencia se puede hallar uno de los sitios predilectos de Neruda y buena fuente de las colecciones, adornos y cuadros que le sirvieron para adornar sus tres casas en Santiago, Isla Negra y Valparaíso, hoy convertidas en museo. Se trata del local de antigüedades El Abuelo, donde su actual dueño, Pablo Eltesch (67), rememora los permanentes trajines del vate para conseguir las piezas que más le gustaban.

"El era insistente, pero muy correcto", dice Eltesch, quien recuerda la que probablemente sea una de las últimas compras de Neruda para su colección. Se trataba de un molinillo de café de fierro, de casi 1,80 metro, que el padre de Eltesch -a quien Neruda llamaba "tocayo"- había instalado en la entrada de la tienda. "Primero llegó Carlos Altamirano y nos pidió que se lo vendiéramos, pero mi papá dijo que no. Luego llegó Neruda y dijo 'quiero comprarlo' también, pero mi papá le dijo que no. Vino la señora Marie Martner, que vivía en La Sebastiana, en los primeros pisos, y le dijo a mi papá 'Don Pablo, quiero que a su tocayo le dé el gusto, porque está muy mal, véndaselo". A mi papá le dio no se qué y se lo llevamos a Isla Negra y se lo vendimos", cuenta Eltesh.

Desde ahí, para reencontrarse con otro de los rincones de Neruda, hay que trasladarse al cerro Lecheros, al número 14 de la calle Cervantes, para conocer la casa que habitó en completo sigilo el poeta en 1948, cuando una orden de detención dictada en el gobierno de Gabriel González Videla lo forzó a vivir en clandestinidad. No era su casa, La Sebastiana, pero le sirvió para vivir. Allí, dos grandes placas recuerdan su paso y el período en que escribió parte de su obra Canto General.