¿Habrá algo más triste que un parque de diversiones en ruinas? Con razón el final de El fugitivo ocurre en uno. Los escenarios de Mundomágico -abierto en 1983 y cerrado en 2000- todavía dan para alguna película. Pero debería ser de terror: los rieles retorcidos del trencito que circundaba el recorrido por Chile en miniatura parecen las costillas de un fósil gigante. En la piscina que simulaba la costa chilena apenas se distinguen los archipiélagos del extremo sur y la Antártica; las imitaciones del volcán Osorno y las Torres del Paine, de hasta tres metros de alto, están con la nieve y el estuco descascarándose.
La zona donde estaban las fabulosas maquetas de San Pedro de Atacama, la refinería de Ventanas, la Torre Entel, La Moneda, la iglesia de Achao y hasta la roja iglesia de El Bosque, de Karadima, entre muchas otras, está cubierta de arbustos. No quedan ni los cimientos de las réplicas. Sólo se distingue el esqueleto de fierro de dos metros de la Torre Santa María y restos de las graderías del Estadio Nacional. También los resabios del Jardín Gigante, hecho a propósito del éxito de la película Querida, encogí a los niños, de 1989. Pero a los pies de los tréboles de cinco metros hoy vive el pitbull "Asesino", que no deja entrar a nadie. Ni siquiera a su dueño, Miguel Lamilla, propietario de la automotora que hoy ocupa los 300 estacionamientos de Mundomágico.
"Cuando fuimos a dar una vuelta", dice Roberto Lazcano (42), el actor que por años interpretó al personaje del Oso Willy, "nos corrieron lágrimas". Hizo un recorrido con Alejandro Castillo, el gerente del parque hasta su cierre. Los dos visitaron las ocho hectáreas como almas en pena.
Cuando Gerardo Arteaga, el dueño de Mundomágico y Fantasilandia, decidió cerrarlo y potenciar este último, donde contaba con más espacio para crecer, dejaron el parque de un día para otro. "Quedó todo tal cual estaba", dice Alejandro Castillo, "las maquetas, los árboles, las miniaturas, todo". Fue el 13 de noviembre de 2000. Pero a los días ya no había nada. Era tal el éxito del parque, especialmente después de 1991, cuando comenzaron el programa televisivo, que "la gente entraba en la noche a robarse las maquetas, las personitas de la Plaza de Armas. Era como un trofeo. Abrían los fierros de la reja. Se volvían locos".
Gerardo Arteaga, quien ya tenía Fantasilandia, había visto un parque de maquetas de Amsterdam y otros en EE.UU., pero relacionados a ciudades o pequeños lugares. Nunca un país completo. Aprovechando el acceso del Metro Pajaritos, se asoció con Enrique Ramírez Calvo y lograron un terreno en comodato de la Municipalidad de Lo Prado por 20 años. Varios arquitectos y diseñadores trabajaron en las maquetas, empezando por el Morro de Arica y terminando en la Antártica. Abrió el 7 de julio de 1983.
No era barato. Aún en una pared de las boleterías figura el precio: $ 3.800 adultos. Uno de los parques más caros de su época.
La última época fue un estallido de popularidad gracias al programa de TV y las animadoras Paula Arriagada, Lorna Soler y Carol Kresse, quienes bailaban en minifaldas. El Oso Willy recibía unos 200 llamados diarios. "Muchos pensaban que el programa de TV Mundomágico era publicidad. Pero era un espacio en sí mismo", dice Francis Sepúlveda, de 33 años, realizadora audiovisual que está por terminar un documental sobre el recinto.
Es curioso que este parque temático marcara la infancia de tantos santiaguinos. Incluso, muchos actores se iniciaron en Mundomágico, como Tamara Acosta, quien interpretó el rol de Pepegrillo cuando salió de cuarto medio.
Al actor que encarnaba al Oso Willy no se le puede salir la voz del personaje en un lugar público o en un bar. Si alguien lo recuerda, le empiezan a invitar whiskys. "Me gusta mi trabajo actual (en Fantasilandia)", dice, "pero si me dijeran que reabre Mundomágico, me voy altiro. Nada se compara con eso. Un país a escala de niño".