"Todos mis sueños están en las arpilleras", cuenta Patricia Hidalgo, 61 años, mientras rellena un pedazo de tela con una pelota de plumavit. Es para la cabeza de una muñeca a la cual bordará ojos y pelo de lana. "A través de esto cuento lo que siento, lo linda que se ve la cordillera nevada con un sol radiante o la pena que dan las colas en los hospitales", señala.

Las arpilleras son cuadros hechos de tela de colores provenientes de retazos de ropa, sábanas, colchas o telas usadas. Cuidadosamente lavadas y planchadas para luego ser recortadas, en la jerga moderna se les llamaría piezas recicladas, las que adquieren un relato luego de que se les pega con hilo, lana y aguja sobre una tela gruesa, similar en textura a la de un saco de papas. Así nacen estos cuadros hechos a mano de 40 x 50 centímetros.

Hace 37 años que María Teresa Madariaga y Patricia Hidalgo las hacen por encargo, en la casa de la primera de ellas, en la población Lo Hermida. "Empecé con arpilleras en 1976, cuando la situación económica en mi casa se puso difícil. En esa época había talleres en una capilla. Lo usaba también como escape para contar lo que pasaba en Chile", cuenta María, de 62 años.

Eran 200 mujeres haciendo lo mismo a la vez. Pero con la llegada de la democracia, según cuenta Patricia, fueron sólo ellas dos, "las más porfiadas", las que se continuaron haciendo estos cuadros.

Esa actitud les valió el reconocimiento de Tesoros Humanos Vivos en 2012, un programa de la Unesco que en Chile implementa el Consejo de la Cultura para conservar el patrimonio. Luego en 2009, María Teresa Madariaga fue parte de la delegación que acompañó a la entonces presidenta Michelle Bachelet a la India, donde ella mostró su oficio. "Allá pude ver otros tipos de arpilleras y también las de Violeta Parra, que son distintas, son bordadas", recuerda Madariaga.

Ahora les llegó el turno de exponer su arte el próximo 11 de septiembre en el Museo de la Memoria, a las 11 de la mañana de ese día, entregarán dos murales de 3 metros de alto por 1,5 de ancho, que llevan un buen tiempo armando, con la ayuda de las participantes de los talleres que han hecho en el lugar. Murales que quedarán permanente expuesto en la sala multiuso del recinto, donde los fines de semana se cuentan cuentos y que tienen la particularidad de que los muñecos ahí insertos, se pueden desmontar.

Al rescate de una tradición

Ninguna de las hijas de estas arpilleras se dedica al oficio. Pero saben cómo hacerlas. Sin embargo, es incierto el legado de su arte , pues no saben si su descendientes seguirán con la disciplina.

Ellas apuestan a que la tradición continuará con los talleres que están impartiendo en colegios de su comuna y que funcionan gracias a la ayuda del Consejo de la Cultura. "Hemos realizado varios en los centros de las juntas de vecinos de Peñalolén, en el mismo Museo de la Memoria y ahora estamos con uno en el Colegio Tobalaba, donde damos clases gratis para niños de sexto básico", explica Patricia.

"Cuando nos nombraron Tesoros Humanos Vivos me asusté por la responsabilidad, pero después me emocioné pensando en todas las mujeres que hay atrás; en mi mamá que me inició en esto, en una compañera que me enseñó y que luego murió", cuenta Hidalgo, quien domina al revés y al derecho el punto cruzado, que es básico para pegar las figuras sobre las arpilleras.

No tardan tanto en recortar las piezas ni en coserlas. En lo que sí se demoran, cuenta una de ellas, es en montarlas. "Somos tan perfeccionistas, que lar armamos y desarmamos varias veces hasta que queden tal y como las imaginamos", cuenta Madariaga.

"¡Cómo no va a ser lindo poder enseñarles a los niños a sacar sus emociones! Una de las niñas de un taller cosió su casa en llamas, porque se le había quemado. Sé que le ayudó a sacar lo que no había contado", asegura Patricia.