En 1990 y junto a tres socios franceses, Felipe de Solminihac compró 18 hectáreas a los pies de la Quebrada de Macul para crear una pequeña viña boutique. Entonces no existían las avenidas Los Presidentes y Consistorial, en Peñalolén, ni mucho menos condominios y stripcenters. Sólo campo y viñedos. "Nunca imaginamos que el desarrollo de la comuna sería tan rápido y que en menos de 10 años estaríamos rodeados (de casas)", dice De Solminihac, gerente general de Viña Aquitania.

Pese a que esa postal de 1990 no se conserva, las parras siguen ahí. Ahora, eso sí, pegadas a un condominio, Los Viñedos del Consistorial, y produciendo pequeñas partidas de vinos: cerca de 15.000 cajas anuales de las cepas Cabernet Sauvignon y Syrah (la estrella es el cabernet Lazuli). En esta viña trabajan actualmente 10 personas y la mayoría vive en el sector desde antes que se urbanizara, y conservan la costumbre de ir en bicicleta al trabajo. Para la vendimia, en abril, celebran con un asado, a la usanza del campo, pero en medio de la ciudad.

Como Aquitania, que puede ver edificios a los costados, hay dos más: muy cerca de ahí está la Cousiño Macul, la más grande de la capital, con 120 hectáreas, y más hacia el poniente, la Santa Carolina, en calle Rodrigo de Araya, que colinda con un conjunto de casas. De antigüedad centenaria, esta viña ofrecía tours por sus bodegas declaradas monumento nacional en 1973, pero el terremoto las dañó y estarán en reparaciones hasta el segundo semestre de 2011.

Fue a mediados del siglo XIX cuando algunas de las familias más pudientes de Santiago decidieron crear viñas en lo que entonces eran los "extramuros" de la ciudad y en las grandes extensiones de terrenos que les pertenecían: la Viña Cousiño Macul, fundada por Matías Cousiño Macul e Isidora Goyenechea; Santa Carolina, fundada por Luis Pereyra Cotapos en Macul; la viña Concha y Toro, que tuvo sus primeros viñedos en El Llano Subercaseaux; la Viña Undurraga, en Talagante, y la Santa Rita, en Buin. Pero a medida que la urbe fue creciendo y los enólogos fueron viendo potencialidades en otras zonas del país para cultivar otras cepas, se fueron quedando las menos. Así y todo, hubo dos que permanecieron en tierras capitalinas. "Estamos pegados a la cordillera, con altas diferencias de temperatura entre el día y la noche, en un suelo de pie de monte pedregoso, que produce uvas de muy buena calidad, especialmente para el cabernet y el syrah", dice De Solminihac.

Los inconvenientes, agrega, son cosas que no se pueden realizar en medio de la capital. En los 90, un avión desinfectaba las viñas Aquitania y Cousiño Macul, pero el ruido y polvo ya no lo permiten. "También están los riesgos de seguridad. Nos han entrado a robar materiales de trabajo, especialmente cuando se hacían construcciones vecinas y entraba mucha gente externa al barrio", dice.

El viñedo más grande que queda en Santiago es Cousiño Macul. Ubicado en plena calle Quilín, también en Peñalolén, sus tierras comienzan en la Estación del Metro Los Presidentes y terminan en la Estación Quilín, de la Línea 4. "Somos la única viña del mundo, junto con otra en Burdeos, que tiene una extensión de metro a metro", afirma Sebastián Aresti, export manager de Cousiño Macul.

Fundada en 1856, continúa en manos de la familia desde el siglo XIX y actualmente un 25% de la producción (75.000 cajas) viene de Peñalolén. "Algunos de nuestros mejores vinos, como Napa, crecen aquí en parras antiguas. Estamos hablando de un material genético traído de Francia en 1850, único en la zona", dice Aresti.

Los Cousiño tenían 450 hectáreas plantadas en la comuna, pero hace unos 12 años comenzó a reducir la extensión, porque el valor de las tierras para proyectos inmobiliarios se hacía mucho más rentable. "Sólo se conservó el corazón de la viña: las parras centenarias, las bodegas y el parque privado de la familia", afirma el ejecutivo. Algunos terrenos fueron vendidos y otros donados a la municipalidad, pero el gran grueso sigue perteneciendo a la familia, que ha desarrollado grandes proyectos, como Parque Cousiño Macul o el mall Plaza Quilín.

En la viña trabajan 60 personas. "La mayoría tuvo también a su papá y a su abuelo trabajando aquí. Es una viña muy familiar y funciona como en el campo. De noche pasan rondines a caballo para cuidar la producción", cuenta Aresti.

No pocas veces se ven turistas extranjeros arriba de la Línea D-17 del Transantiago, la única que sube por Consistorial desde el Metro Quilín. Van a las viñas Cousiño Macul o Aquitania con su libro o guía de viajes bajo el brazo. "Los gringos y europeos son más aventureros y les encanta llegar por su cuenta. Encuentran de lo más pintoresco el viaje en micro", comenta Blanca Venegas, encargada de turismo de Aquitania.

En los últimos 10 años ambas viñas se abrieron al turismo. En 2003, Aquitania comenzó a ofrecer tours por $ 7.000: un recorrido por las parras, las bodegas y degustaciones. Según Venegas, llegan unas 3.000 personas al año. "El 99% son de afuera. En invierno se llena de brasileños y a partir de noviembre llegan muchos europeos y norteamericanos".

El perfil de público es amplio: familias con niños, parejas en luna de miel, pasajeros de cruceros o mochileros que alojan en hostales. Algunos catadores experimentados prefieren saltarse el tour y pasar directamente a probar los vinos.

La viña Cousiño Macul también ofrece visitas guiadas de lunes a sábado por $ 7.000, además de tours gastronómicos desde $ 26.850 con menús preparados por el chef Guillermo Rodríguez. En total reciben unas 8 mil visitas anuales. "El terremoto nos afectó este año, pero después, con el rescate de los mineros, repuntó. Hay una locura por conocer la capital y sus vinos", dice Tatiana Kunstmann, encargada de eventos de Cousiño Macul.