¿QUE TIENEN en común Phil Collins, Pimpinela, Bon Jovi, García Lorca, Paolo Meneguzzi, Brian Adams y Lope de Vega? Todos tienen obras donde hablan de mirarse a los ojos. Es que, por siglos, el contacto visual ha supuesto un tipo de conexión más profunda, confiable y auténtica. Pero esta vieja costumbre parece estar pasando de moda. Y la culpa la tienen los teléfonos celulares, que nos tientan a bajar la mirada para revisar los mensajes, los mails o las actualizaciones de estado de nuestros contactos, todo el tiempo.
Se estima que durante el 60% o el 70% del tiempo que se dedica a una conversación debe mantenerse contacto visual para que los interlocutores logren una conexión emocional. Hoy, sin embargo, mirarse a los ojos ocupa cada vez menos espacio en los diálogos: apenas un tercio del tiempo, según datos de la compañía estadounidense Quantified Impressions y publicados por el diario estadounidense The Wall Street Journal. La investigación encuestó a 3.000 personas, observando que en promedio hacían contacto visual el 30% del tiempo que conversaban.
Jorge Sanhueza, decano de Sicología en la U. Adolfo Ibáñez, explica el impacto de este cambio: "Más del 80% de la comunicación entre humanos es analógica y se va regulando, durante la conversación, por los sentidos; si se le quita el contacto visual, se pierde una fuente de información muy significativa", dice.
"Miedo a perdérselo"
Este despiste se explica en un síndrome moderno conocido en la sicología como FoMO (acrónimo de Fear of Missing Out, algo así como "miedo de perdérselo"). Se trata de una mezcla de ansiedad, impotencia e irritación que lleva a los adultos jóvenes a revisar una y otra vez las actualizaciones de estado de sus amigos en Facebook, Twitter, Instagram o Foursquare. ¿El objetivo? Saber qué hacen o dejan de hacer y, en el fondo, ponerse al tanto sobre las oportunidades sociales que están dejando pasar. Aunque muchos de esos eventuales panoramas no les interesen en lo más mínimo. Un comportamiento que suele presentarse con más frecuencia en los que se sienten poco satisfechos con sus vidas o sus relaciones.
Una de las personas que más ha investigado este fenómeno es el sicólogo de la U. de Essex, Andrew Przybylski, quien en estudios sobre más de 2.000 personas, entre 22 y 65 años, descubrió que quienes sentían menor autonomía, competencia y conectividad en su vida cotidiana experimentaban una mayor necesidad de revisar sus teléfonos y que el nuevo síndrome era potenciado en los ambientes laborales. "Las relaciones en el lugar de trabajo son probablemente lo más importante en términos de satisfacción laboral, satisfacción con la vida y productividad. Hay muchas formas en que el lugar de trabajo puede frustrar estas necesidades, impulsando así a una experiencia de FoMO", dijo Przybylski a The Telegraph.
Y no se lo tome a la ligera. Otras investigaciones de este sicólogo han revelado que la simple cercanía de un teléfono, aunque no sea el suyo, entorpece las conversaciones. En un experimento, Przybylski pidió a parejas de extraños conversar por 10 minutos sobre un tema de interés mutuo. Antes de empezar, dejaron sus pertenencias en una sala de espera y entraron en una cabina privada con dos sillas y un escritorio que tenía un libro encima y otro objeto. Para algunas parejas era una libreta de bolsillo, para otras un celular cualquiera. Y acá está lo llamativo: las duplas que conversaron con el teléfono cerca reportaron haber tenido una menor conexión y sensación de cercanía que las que tenían la libreta.
Más adelante, Przybylski quiso saber en qué contextos los teléfonos entorpecían las conversaciones, para eso repitió el experimento del cuaderno y el celular, pero complejizó el ejercicio: un grupo debía conversar sobre algo intrascendente (su opinión de las flores de plástico) y otro sobre un tema relevante (los hechos más importantes en política del año anterior). ¿Los resultados? Cuando se hablaban trivialidades el teléfono no impactaba, pero en temas complicados su sola presencia hizo que los voluntarios catalogaran la relación como de peor calidad, con menor confianza y empatía. Estudios anteriores habían mostrado que los celulares sirven como un "recordatorio" de la amplia red de objetos a los que nos podemos conectar, restándole atención al contexto actual.
Malos entendidos
En The Wall Street Journal Noé Zandan, presidente de Quantified Impressions, dijo que este nuevo síndrome puede tener consecuencias nefastas al perpetuarse en una generación que comenzaría a concebir las conversaciones con un ojo en el interlocutor y otro en su teléfono.
Y no es irrelevante. La mirada entrega señales no verbales que se prestan para interpretaciones. "Al no mirarte te estoy enviando un mensaje no verbal que dice 'no te escucho, no me interesa'", dice María Elena Gorostegui, sicóloga de la UC, quien explica que por eso se vincula el mirar a los ojos con la franqueza: "La gente cree: 'me mira a los ojos, no tiene nada que esconder'". Sanhueza agrega que también hay una cierta asociación de no mirar a los ojos con timidez, inseguridad o falta de autoestima. Coincidentemente, Gorostegui recuerda que evitar el contacto visual también es una señal de sometimiento. En ese aspecto, un estudio publicado en el Journal Image and Vision Computing mostró que mientras hablan, las personas que hacen contacto visual con sus interlocutores son, por lo general, las que tienen mayor estatus.