Corre 1913 y la "Negra Angustias", hija de un bandido generoso y revolucionario, ha rechazado a un hombre que pidió su mano. Acto seguido, en el caserío rural donde fue criada con una bruja, otras jóvenes tratan de lapidarla gritándole "marimacho". Tras acuchillar a un charro que intenta violarla, huye al monte, se enrola en la tropa zapatista y se convierte en audaz coronela.
La Negra Angustias (1950), de la mexicana Matilde Landeta, no tuvo en su tiempo gran eco, y mal iba a tenerlo en un oficio por entonces 100% masculino. Pero hoy una copia de VHS en Youtube permite descubrir un mundo propio y elaborado; una voz que dice y que muestra sin empachos. Una voz, la de Landeta (1913-1999), que se convirtió en símbolo del cine hecho por mujeres. Su segundo largo fue el último que dirigió por cerca de cuatro décadas y cabe preguntarse por qué es tan distintivo. ¿Porque lo hizo una mujer?
El uruguayo Jorge Ruffinelli, académico de la U. de Stanford, se hizo interrogantes de esta especie que derivaron en la escritura y publicación de Locas mujeres: 130 directoras en América Latina, que ahora desembarca en los escaparates locales.
"El proyecto partió del hecho de que nunca antes se advirtió no solo la gran cantidad, sino la notable calidad y la frecuencia con que las mujeres han hecho películas en América Latina", cuenta Ruffinelli en la introducción. "Sospeché que ese cine debía ser diferente al realizado por hombres en el mismo período, por circunstancias obvias y válidas: la experiencia de género es diferente, la experiencia vital de las mujeres es reconocidamente singular y específica, por encima de las diferencias de clases sociales y origen económico".
No es éste un diccionario, menos un panteón. Hay una secuencia de filmes, ordenados cronológicamente, donde los nombres no se repiten. No necesariamente figuran las películas que el autor considera la mejor de cada quien y en varios casos se trata de la primera y/o de la única realización. En cada una de las reseñas, señala Ruffinelli, intentó anotar algún elemento de la "diferencia específica" que supone el que haya habido una mujer tras la cámara".
De las 130 películas, 92 fueron estrenadas en el siglo XXI, cuestión que no pasó inadvertida para Antonella Estévez, directora del Festival de Cine de Mujeres, Femcine: "Además de lo complejo que es, en general, encontrar películas más antiguas, la invisibilización de las realizadoras anteriores es realmente impresionante a todo nivel".
Destaca Estévez en el libro la presencia de cineastas como Maria Luisa Bemberg, pionera del feminismo en Argentina, que aquí se anota con Señora de nadie (1982). Otros nombres inesquivables son los de Lourdes Portillo (Señorita extraviada, 2001) y María Novaro, acaso la más exitosa de las realizadoras mexicanas (Lola, 1989). Y en el ámbito brasileño, aún más desconocido localmente, cabe consignar a Ana Carolina (Sueño de baile, 1987) y Lucía Murat (Casi dos hermanos, 2004).
Numéricamente hablando, quienes más aparecen en la obra son las argentinas, con 31 producciones, incluyendo a creadoras esenciales de las últimas décadas, como Lucrecia Martel (La niña santa, 2004) y Celina Murga (Ana y los otros, 2003), a quienes se suma la aún más novel Milagros Mumenthaler, que en 2011 se impuso en Locarno con Abrir puertas y ventanas.
Asoman por su parte 18 directoras chilenas. La primera en aparecer es Angelina Vásquez, que interrumpió su exilio finlandés para rodar lo que terminó siendo Fragmentos de un diario inacabado (1983), proyecto documental que pareció condenado cuando la expulsaron del país, junto a su hijo. Hay en el libro colegas suyas que han trabajado parcial o totalmente en el extranjero, como Valeria Sarmiento (Amelia Lopes O'Neill, 1990), Carmen Castillo (La flaca Alejandra, 1994) y la penquista Cecilia Barriga (Tres instantes, un grito, 2013). Cabe sumar a este grupo a Alicia Scherson -cuya Play aparece en América Latina en 130 películas-, de quien se rescata su filme ítalo-chileno El futuro.
Otras directoras locales (Marialy Rivas, Dominga Sotomayor, Marcela Said, Tiziana Panizza, Lorena Giachino) se agregan a la lista, enriquecida a su vez con documentales y docuficciones regionales: de la peruana Metal y melancolía, de Heddy Honigmann (1993), a la uruguaya El Bella Vista (2012), de Alicia Cano.