Turistas y camioneros se detienen a sacarse fotos junto a ella y grupos de escolares corren desde sus buses, sintiéndose aún más pequeños al lado del macizo de hormigón en medio del desierto de Atacama. El fenómeno, tanto artístico como social, se repite también en Venecia, Madrid y Punta del Este. Todos quieren estar cerca de las manos que emergen de la tierra.

Las obras monumentales de Mario Irarrázabal (1940), autor de la famosa Mano del desierto, se inscriben en una tradición cuyo lenguaje y expresividad ha cobrado distintos matices desde mediados del siglo XX. Con el fin de recoger la historia de este arte en cambio permanente, la Galería de Arte Cecilia Palma lanza hoy a las 19.30 horas el libro de bolsillo 50 escultores de Chile y, simultáneamente, abre una exposición homónima, compuesta de obras de los artistas que dan vida a la publicación.

Como una especie de "ayuda memoria", según lo señala en el prólogo el escultor Gaspar Galaz, el libro de pequeñas dimensiones presenta los nombres más destacados en el panorama de la escultura nacional. Comenzando el recorrido con Lily Garafulic (1914) y concluyendo con Javier Arentsen (1975), la edición sintetiza en 107 páginas a color las biografías de 50 escultores chilenos vivos. La diversidad de temáticas y de sistemas de producción contenidas en el libro, pasando desde el fierro y la piedra de Palolo Valdés (1956), el papel y la cola fría de Juan Pablo Langlois (1936) a la madera y las ramas de Paola Vezzani (1968), brindan un completo panorama de posibilidades que ofrece el arte de lo tridimensional.

Se trata de autores de diversas edades, escuelas y generaciones. Federico Assler, Ernesto Barreda, Patrick Steeger, Francisca Cerda, Matías Vial, Gonzalo Cienfuegos, Iván Daiber, Lucía Waiser, Cecilia Campos y Alejandra Rudoff son algunos de los artistas que estarán presentes tanto en el libro como en la muestra.

De la mano de transformaciones sociales y políticas, el arte de la escultura en Chile ha experimentado cambios profundos en cuanto a tópicos y estilos. Ejemplo de ello son las obras de gran formato del ingeniero, poeta y escultor Abraham Freifeld (1922), las cuales se enmarcan en los inicios del afán escultórico por intervenir el espacio urbano. Llegado desde Rumania escapando de la persecución nazi, Freifeld creó en Chile grandes planchas metálicas, desarrollando un estilo riguroso y económico en cuanto a recursos empleados.

Otros ejemplos interesantes en esta suerte de línea de tiempo de la escultura chilena son Lucía Waiser (1940), quien aborda en sus trabajos la independencia de la mujer y su nivelación respecto del hombre. También destacan la ironía y el humor de las creaciones de Iván Daiber (1955), y la obra de Matías Vial, cuya inspiración se encuentra marcada por el arte precolombino.

Con textos de Cecilia Palma y Gaspar Galaz, el libro y la muestra 50 escultores de Chile abordan de modo sencillo la complejidad de este arte en manos chilenas. Sólo a simple vista, queda claro que éste ha encontrado en ellas un buen sitio para quedarse.