Ricardo Siri (37), más conocido como Liniers, no se cansa de firmar libros. Al contrario, pareciera disfrutar sobremanera algo que para la mayoría de los autores es siempre una obligación y pocas veces un placer. El argentino está en la sede de Peñalolén de la Universidad Adolfo Ibáñez presentando la agenda de la institución, que el mismo ilustró, y a cada fanático que se le acerca - porque además de alumnos, son varios los entusiastas que han llegado la mañana de un viernes hasta los pies de la cordillera- le hace un dibujo con el mayor de los cuidados, casi como se tratara de una historieta más.

¿Hace siempre lo mismo, regalar dibujos así como así? "Sí, me identifico mucho con el otro lado porque yo hice cola por lo mismo", dice, sonriente y animoso. "Para que Quino me firmara un libro, para que Fontanarrosa me dibujara un Boogie, entonces sé exactamente lo que quieren, porque sé lo que yo quería. Yo cuando veía al autor de Mafalda no quería que me escribiera 'con cariño, Quino' y ya, quería que me dibujara a Felipe, porque si Quino te dibuja a Felipe, entonces tenés a Felipe", agrega quien 30 minutos después no tendrá problemas en aceptar pintar en vivo un mural, mientras alumnos del taller de rock de la universidad interpretan canciones de Los Tres, Nicole o The Doors. "Siempre dibujo con música, con que no toquen Coldplay, todo bien".

El día en que Liniers estuvo más tiempo haciendo dibujos a sus fans -sobre sus propios libros, sobre papeles en blanco, sobre servilletas o sobre lo que fuera- fue curiosamente en Santiago, hace dos años, cuando se instaló una tarde en una librería. "Llegué deseando que por lo menos hubiera 30 personas, para que no me dé vergüenza frente al librero. Pero estuve siete horas seguidas firmando. Fue divino, nunca más me pasó en ningún lado".

Lo que sí le ha vuelto pasar y seguido, es que se refieran a él como uno de los nombres fundamentales de la historieta no solo trasandina sino global. O que sus libros se editen en países tan lejanos como Checoslovaquia (donde también atiende a filas, aunque más pequeñas, de fanáticos que quieren hacerse de un dibujo original). O que colegas de la talla de Matt Groening, creador de Los Simpson, le declaren su admiración.

Quizás la clave de su éxito esté en la ternura, sentimiento tan universal como subvalorado, y que pocas veces ha jugado un rol tan revelador como en los dibujos de Liniers. En ellos, lo tierno, además de estar invadido de un carácter existencial, funciona como puerta de entrada hacia otros temas - a menudo, a lo absurdo, a lo grotesco, a lo incierto- y a la vez es lo que le da alma a cada uno de sus personajes.

Pingüinos con exceso de conciencia; el devenir de Oliveiro, una aceituna; las reflexiones de un pez desde su pecera; la extraña vida de unos duendes de sombrero puntiagudo, la nostálgica vida de Enriqueta, y su gato, Fellini; una vaca fanática del cine; ovejas que tienen mala suerte. Esos son algunos de los protagonistas de la en apariencia inocente obra de Liniers. Todo ellos también forman parte de Macanudo, nombre de la historieta con que se consagró y etiqueta bajo la cual publica diariamente en La Nación de Argentina desde el año 2002. De esa tira, cómica, por cierto (aunque a veces su humor sea tan radical como para darse el lujo de no hacer reír) han salido ya una decena de libros compilatorios, que sus coterráneos agotan hace años y que son atesorados hoy por seguidores en distintos rincones del planeta.

Ideas que flotan

"Sigo siendo súper perdedor", dice, como para matizar su éxito. "Está bueno que te vaya bien y todo, que hagas una charla y que te digan que grande eres, pero llegas a casa y ves que tienes el cierre abierto. Ese tipo de cosas me siguen pasando", explica. Aunque después de un paso atrás: "No sé si ser perdedor es el tema, el tema es el antihéroe. Me identifico mucho más con el tipo que no tiene la menor idea de cómo se levanta a una chica, que es lo que me pasó toda mi vida salvo la vez que levanté a mi mujer".

Son varios los motivos por los que hoy se considera a Liniers un tipo que ha colaborado a ensanchar los márgenes de la historieta en Argentina, un país con bastante tradición en la materia ("estoy parado sobre los hombros de gigantes", dice en referencia a gente como Quino, Fontanarrosa o Maitena). Casi todos tienen que ver con la libertad que el mismo inconscientemente se dio, porque llegó a este oficio sin mucha planificación. Como el hecho de que Macanudo no esté centrado en un personaje, sino en muchos que no tienen relación entre sí; que constantemente se incluya a sí mismo en las historias, aunque con apariencia de conejo; o que evite la estructura dramática, pasando por alto algo tan propio del género de la historieta como el remate final.

"No me quiero privar de contar algo por no tener un remate. O de arruinar una buena idea con un remate que es una tontera. Si tengo una idea que ya me parece interesante, que es original, que es rara, que no la había visto antes, digo, para qué voy a estar rematando con un chiste tonto cuando puedo dejar esa idea flotando en el aire y que cada uno haga lo que necesite hacer con esa idea".

Tanto como las de sus chistes, la cabeza de Liniers ha estado ocupada en otras ideas, mucho más pragmáticas, este último tiempo. Como la de crear una editorial (La Editorial Común), desde la cual está publicando, además de sus libros, obras de otros colegas y con la que pretende potenciar algo que en su país y en Latinoamérica no existe con la fuerza que en el resto del mundo, la novela gráfica: "Me gusta mucho como formato y queremos empujarlo. Voy a publicar a una chica de Colombia y ya estoy haciendo una con el escritor Mario Bellatin. Está rarísima. Es sobre un entomólogo japonés que se va a África. Escrita por un mexicano y dibujado por un argentino", dice antes de reír y volver a lo suyo.

Ya saben, Liniers no se cansa de firmar.