Cuando internet recién partía en Chile, allá por 1997 (y yo todavía era un preadolescente), me esforzaba en convencer a mis papás de las bondades de este invento que hacía que tuviera ocupada la línea del teléfono por horas. No me interesaba que lo usaran, sólo quería persuadirlos de que era una herramienta útil y muy educativa, para poder tranquilamente seguir bajando juegos y chateando por mIRC, el estándar para sociabilizar en ese período paleolítico de internet.

Una vez desafié a mi mamá a preguntarme lo que se le ocurriera. Le dije que yo lo encontraría fácilmente en internet. Pese a que hizo una pregunta práctica, algo sin mucha complejidad, el buscador -AltaVista- no entregó ninguna respuesta óptima y me hizo quedar en ridículo. Con el internet de hoy no sólo me hubiese evitado el bochorno, sino que me habría lucido con cientos de resultados, entre los que -de esto no me cabe duda- habría elegido un video.

Gracias a los videos, en general los que suben usuarios comunes a YouTube, he aprendido cosas como ajustar los frenos de mi bicicleta. Planchar camisas. Hacer huevos pochados (los más difíciles). Preparar capuccino sin máquina ni espumador. Usar Photoshop a un nivel decente (¿quién tiene tiempo para leerse un manual?). Y tocar partes de canciones de Django Reinhardt, un guitarrista tan cautivador como difícil de imitar.

Cuando busco corroborar que las cuentas prácticas de YouTube más exitosas son aquellas relacionadas con cocina o instrumentos musicales, como las que me interesan, me doy cuenta de que estoy muy equivocado: son las de mujeres que enseñan cómo maquillarse e imitar ciertos looks. Al parecer, la demanda de niñas y adolescentes que quieren pintarse o verse lo más parecidas a Miley Cyrus o Angelina Jolie es simplemente gigantesca. Bien lo saben las muchas youtubers que pasaron de hacer esto por simple entretención a ser famosas y ganar mucho dinero.

El caso más exitoso es el de Michelle Phan. De ascendencia estadounidense y vietnamita, Phan comenzó a subir videos cuando tenía 20 años. Su primer post tenía mal audio, no muy buena imagen, pero enseñaba algo práctico: cómo lograr un look natural. Hoy, siete años después, Phan tiene un pequeño imperio: hace videos para Lancôme, tiene su propia línea de cosméticos, un acuerdo para publicar un libro y numerosos contratos publicitarios. Su video más popular es el que enseña a imitar el look de Lady Gaga en el clip de "Bad Romance". Ha sido visto 48 millones de veces, un número que ninguna marca de maquillaje ha podido alcanzar.

Populares son también los videos para aprender pasos de bailes (o incluso para aprender a bailar, desde cero), como lo atestigua la popular categoría "Dance" en Howcast.com, sitio dedicado exclusivamente a videos de este tipo. En YouTube, uno de los pasos más solicitados es el célebre moonwalk de Michael Jackson, y hay cientos de personas que se animan a enseñarlo. Pero nada como el propio Rey del Pop dando tips de este movimiento en un pasaje del documental Living with Michael Jackson.

Aunque es natural creer que estos videos son lo más parecido a tener a un tutor personal, hay quienes están convencidos de que son incluso mejores, más efectivos. Salman Khan, creador del sitio de aprendizaje gratuito Khan Academy, es uno de ellos. Pese a que lo suyo tiene un carácter educativo y científico (con contenidos más serios y ambiciosos que "cómo planchar una camisa"), este ingeniero da en el clavo respecto al verdadero atractivo y potencial de esta herramienta.

En su charla TED Usemos el video para reinventar la educación, Khan cuenta que el origen de su academia está en unos videos que hizo para ayudar a sus primos en matemáticas. Sus parientes no sólo quedaron satisfechos, sino que le dijeron que lo preferían en video antes que en persona. "Me estaban diciendo que preferían la versión automatizada de su primo a su primo. A primera vista es muy poco intuitivo, pero cuando lo analizas desde la perspectiva de ellos tiene muchísimo sentido. Pueden pausar y repetir a su primo, sin sentir que están haciéndome perder el tiempo. Si se aburren, pueden adelantar. Pueden verlos cuando quieran, a su propio ritmo".

Marcelo Meneses, un estudiante de pedagogía en artes plásticas de Llay-Llay, es de los pocos chilenos que dedica buena parte de su tiempo a hacer videos prácticos (eso, descontando quienes hacen tutoriales de videojuegos o softwares). Tiene un exitoso canal de manualidades llamado Arte Visual, donde explica, por ejemplo, cómo hacer monos de películas (Monster Inc., Frozen) o una máscara de calabaza para Halloween. Lo ayudan dos primos menores; uno lo acompaña en cámara, el otro graba.

Llegó a esto por casualidad. Hace un par de años hizo videos para una práctica profesional, pensando en llamar la atención de alumnos cada vez más pendientes de su celular. Funcionaron, pero no los subió a YouTube hasta que uno de sus primos se lo sugirió. "Empezó a llegar gente de la nada", dice. "Y comenzó a pedir más cosas. Tanta gente, que dije por qué no seguir. Y entonces seguimos, me fui entusiasmando, se fue transformando el canal y no ha parado", cuenta quien hoy recibe mensualmente pagos por concepto de publicidad en YouTube. Una cifra pequeña, pero que le sirve para ponderar el potencial de su afición.

Quien sí se hace un sueldo es el argentino Mario Varia, que en su canal Uno Para Todos postea videos sobre cómo congelar agua de manera instantánea, cómo hacer helado en 10 minutos, cómo hacer un holograma casero y numerosos otros clips que mezclan ciencia, magia y entretención. "Si uno logra combinar educación y humor, el resultado es muy atractivo para cualquier persona", dice.

Vaira es bailarín y profesor de tango y se transformó en youtuber buscando vías para escapar a la frustración que le generaban las dificultades del mundo del espectáculo. "Me encanta todo lo que uno puede aprender de YouTube si sabes dar con los canales adecuados", afirma quien se declara además aficionado a consumir este tipo de videos. "Lo que más me gusta es que son personas, no son personajes ni estrellas y eso hace que uno pueda hablar, hacer preguntas y hasta entablar una amistad con el otro canal. En YouTube estamos todos en el mismo barco, todos remamos en la misma dirección. El éxito de uno no es el fracaso del otro".

Antes de haber escuchado el concepto de freemium, antes de que se popularizara, antes de que South Park le dedicara un capítulo, como ocurrió a principios de este mes, sin saberlo lo había experimentado. Pagué para acceder a un video de 25 minutos en el que un guitarrista de jazz enseña a tocar una versión de I'll See You in My Dreams que no podía aprender por cuenta propia. Pero si me atreví a pagar 10 dólares por un profesor de acento extraño y personalidad curiosa, como era el caso, fue porque antes pude ver una versión breve del mismo video, para evaluar si servía para aprender. Esa es la base del freemium: un contenido gratuito de utilidad limitada que funciona como carnada para pagar por algo completo.

Este sistema es cada vez más recurrente en videos. El sitio español Floqq, que ganó hace poco fondos para expandirse en Chile, es un buen ejemplo. Sus videos enseñan desde cómo hacer cup cakes hasta páginas web. Lo primero cuesta cuatro mil pesos chilenos, lo segundo, más de 300 mil. Lo lógico es preguntarse por qué pagar por algo que sabemos que podemos conseguir gratis en otro lado, pero un rápido vistazo a su sitio da varias respuestas: la calidad de los videos es superior, los profesores son expertos, el contenido está seleccionado, todo fluye con rapidez. Aquí es cuando es útil la metáfora que usa Netflix para defender su modelo: hay gente que teniendo agua gratis siempre encuentra buenas razones para comprar embotellada.

VidCon es una convención anual "para gente que ama el video online" hecha en el país que ama las convenciones, Estados Unidos. Se hace en California todos los años y hasta allá llegan entusiastas de YouTube, entre ellos, gente que se dedica a enseñar y hacer tutoriales. "Creemos que el video online es la fuerza cultural más importante desde el cine. Creemos profundamente que estamos en la etapa temprana de una poderosísima fuerza global", dicen.

Puede que sus cálculos vayan demasiado lejos, pero con internet nunca se sabe. En 1997 pensar que algún día aprenderíamos una infinidad de tareas gracias a los videos, era algo difícil de imaginar.