La semana pasada recibieron el Premio Nacional de Urbanismo Juan Honold y Pastor Correa. Tal vez usted no los conozca, pero si vive en Santiago, todos los días se beneficia de lo que pensaron y planificaron hace medio siglo, cuando formularon el Plan Intercomunal de Santiago (Pris), que luego consolidó Juan Parroquia (premio nacional de Urbanismo en 1996) con su Plan de Transporte Urbano de 1970. Hacia 1970 ya se habían trazado casi todas las autopistas urbanas de hoy y reservado la mayoría de las fajas de terreno para construirlas, legando obras notables, como la circunvalación Américo Vespucio, los sistemas viales Norte-Sur y Oriente-Poniente, la primera red de Metro y las zonas industriales exclusivas. En realidad, el Pris era tan visionario que hasta reservaba el lecho del Mapocho para construir lo que después se llamaría Costanera Norte.
Es difícil exagerar la importancia de estos planes. Las vías intercomunales permitieron distribuir a la población creciente de Santiago sin el hacinamiento típico de las ciudades del tercer mundo y desarrollar un programa masivo de viviendas sociales que, con todos sus defectos, les dio servicios básicos y su primera casa a millones de santiaguinos pobres. La reserva de fajas permitió materializar el plan de inversiones viales casi 40 años después mediante autopistas concesionadas y acomodar la masificación del automóvil. Y medio siglo después, los malls regionales, que siguen a las autopistas urbanas, están haciendo realidad la ciudad con múltiples subcentros que imaginaron Honold y Correa.
¿A qué se debe la presciencia del Pris? Los planificadores captaron que el crecimiento acelerado de Santiago, que había comenzado durante los años 30, transformaría su naturaleza. Santiago ya no crecería solamente en torno al centro tradicional, sino que se transformaría en una ciudad intercomunal y policéntrica que cubriría una extensión considerable y creciente. Por eso, era crucial planificar y construir vías para comunicar con fluidez a los distintos subcentros y comunas del área metropolitana sin pasar por el centro histórico. Y, por lo mismo, no pretendió evitar que la ciudad creciera a toda costa. Todo lo contrario, el Pris partió de la premisa de que, con el correr del tiempo, localidades autónomas como Puente Alto, San Bernardo, Maipú o Quilicura formarían parte de la misma conurbación.
Con todo, la influencia del Pris no se debe a que haya sido un acto de voluntad impuesto a la ciudad (aunque en cierta medida lo fue), sino a que se planificaron y materializaron inversiones que serían funcionales a la evolución de la ciudad real y al aumento de la población desde poco menos de dos millones en 1960 hasta los seis millones de hoy. En buena medida, las políticas urbanas todavía no recuperan ese vínculo entre planificación y realidad, principalmente porque se han dispersado en decenas de organismos públicos que operan descoordinados y sin el rigor de antaño.
La influencia del Pris de 1960 continuará durante este siglo. Gracias a él Santiago es una mejor ciudad y podrá recorrer con cierta soltura y naturalidad el camino hacia una megaciudad de país desarrollado. Este año celebramos el Bicentenario de Chile. Tal vez los santiaguinos debiéramos celebrar con similar algarabía y agradecimiento el cincuentenario del Pris de 1960. El Premio Nacional de Urbanismo otorgado a Pastor Correa y Juan Honold es un buen comienzo.
Los arquitectos del Santiago contemporáneo
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