Paseos de curso, veranos en la playa o idas a la piscina. Jornadas que muchas veces terminaban con caras enrojecidas, hombros con ampollas y llantos de dolor. Las insolaciones eran parte de la vida de los niños en los 70 y 80. Un “mal” que casi todos sufrieron y una palabra que hoy nos suena lejana, casi pasada de moda.
El problema es que esos baños de sol -no siempre voluntarios- hoy están empezando a tener consecuencias. “Las quemaduras solares en la infancia, de esas con ampollas, aumentan al doble el riesgo de melanoma”, dice el doctor Pablo Uribe, Jefe de Dermatología de la Clínica UC San Carlos.
Así de simple y así de grave. El profesional asegura que hoy se observa mayor incidencia de cáncer a la piel en adultos jóvenes, lo que no era común hace algunos años, cuando los casos aparecían con más frecuencia después de los cincuenta. Según el estudio Cómo mejorar la prevención y detección del cáncer en Chile del Instituto de Políticas Públicas de la UDP, durante la última década, el diagnóstico de esta enfermedad en menores de 50 años aumentó en 20 por ciento. Lorena Báez, Jefa del Departamento de Manejo Integral del Cáncer del Ministerio de Salud, explica que esa institución no tiene datos nacionales sobre incidencia del cáncer de piel en ese grupo, por lo que no puede corroborar la cifra, pero dice que sí responde a las mediciones internacionales realizadas por la OMS.
¿Por qué esto ocurre ahora? Hay razones climáticas y conductuales. La primera tiene que ver con el debilitamiento de la capa de ozono que ha aumentado los riesgos de la radiación solar. “Por cada 1% de disminución de la capa de ozono hay un aumento de 3 a 6 % en la incidencia de cáncer cutáneo, que a su vez se incrementa en porcentajes similares anualmente en casi todo el mundo. Considerando que este tipo de cánceres aumentan en gran parte del mundo y que el daño cutáneo es acumulativo, quienes crecieron sin factor de protección solar y sin conciencia del daño al que se exponían tienen un mayor riesgo”, explica la dermatóloga de la Universidad Católica Montserrat Molgo.
Pero también hay un factor cultural. Antes de los 70 la piel pálida era indicador de estatus, significaba que una persona no tenía que trabajar en tareas duras en el exterior, por ejemplo, en el campo. Eso cambió hacia fines del siglo XX, cuando las familias más acomodadas comenzaron a ir de vacaciones a la playa, lo que hizo que el bronceado fuera asociándose a la buena salud y al nivel social, e incluso, a los deportes de invierno, signo absoluto de estatus. El bronceado se puso de moda y para intensificarlo las jóvenes y adolescentes de los 80 y 90 echaban mano a lo que hubiera: Coca-Cola, aceite emulsionado y ninguna protección.
La realidad
La historia de los bloqueadores solares comienza a fines del siglo XIX, pero estos productos sólo se masifican en Chile a fines de los 80. Pero aunque estos minimizan el daño, no son la panacea. “El Factor de Protección Solar (FPS) reduce la posibilidad de quemaduras y de lesiones cancerígenas, pero no es infalible. Muchas veces la gente no sabe aplicárselo y se crea una falsa sensación de seguridad. Mientras más alto el factor mejor, porque aunque más allá del 30 no escala progresivamente, los más altos tienen mejor filtro contra UVB y UVA. Yo siempre recomiendo más de 50”, explica el doctor Uribe.
Médicamente hablando, los cánceres a la piel se pueden dividir en dos categorías, los no melanomas y los melanomas. En el caso de los primeros, hay dos tipos: el carcinoma espinocelular y el basocelular, que es el tumor más frecuente en la raza blanca, afecta más a los hombres y aparece en la piel dañada por el sol. Tiene una evolución lenta y alta recurrencia, pero no es común que se propague a otros órganos en el proceso conocido como metástasis. Por lo mismo, es poco común que produzca la muerte.
A diferencia del anterior, el carcinoma espinocelular sí puede producir metástasis. En Chile ha doblado su incidencia en los últimos 40 años y se presenta más en los hombres que en las mujeres en una proporción de tres a uno.
El melanoma es, sin duda, el más peligroso y agresivo de los cánceres a la piel. Mientras en las mujeres se da con más frecuencia en las piernas, la zona más común para los hombres es el tronco. Su presencia representa alrededor del 5 por ciento de todos los cánceres en países desarrollados. “En la Red de Salud UC, por ejemplo, se ha incrementado siete veces el número de casos diagnosticados entre 1998-2002 y 2008-2012”, dice el doctor Pablo Uribe.
La incidencia del melanoma aumenta más rápido que cualquier otro cáncer en Estados Unidos, y el riesgo personal de tenerlo ha crecido de uno en 500 a uno en 75. “Uno de los factores de riesgo más comunes para la aparición de melanoma es la exposición solar intermitente y quemaduras en la infancia. Y eso no sólo incluye a los niños que no usaron bloqueador solar, sino que a un gran número de mujeres jóvenes que hace un par de décadas acostumbraban a quemarse con bebidas cola, aceite de coco o sustancias acelerantes”, dice Uribe. La doctora Montserrat Molgo apoya esa afirmación y agrega que “el melanoma, especialmente en mujeres jóvenes, es uno de los cánceres más frecuentes”.
Aunque para muchos un cáncer a la piel puede parecer “menor”, lo cierto es que los melanomas pueden complicarse si no son detectados a tiempo. Según el Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Diego Portales, la tasa de mortalidad de este cáncer ha subido debido al envejecimiento poblacional: de cada 100 mil muertes en 1999, 1,1 se debieron a cáncer a la piel. El 2006 esa cifra aumentó a 1,6 y podría seguir creciendo de forma crítica si se toma en cuenta que a los 18 años, muchos chilenos ya se han expuesto al 80 por ciento de la dosis vital recomendada de rayos solares ultravioleta.
Por lo mismo, hay que estar atentos. Si se trata de un “melanoma in situ”, es decir, con menos de 1 mm de profundidad, es curable. Pero existen otros, como el de tipo medular, que crece rápidamente y hace metástasis. Lo más importante es estar atentos a las señales que envía el propio cuerpo, y aplicar una técnica de autocontrol conocida como el ABCDE que busca ciertas características en los lunares: Asimetría, Borde irregular, Colores múltiples (dos o más), Diámetro (mayor de seis mm) y Evolución (de tamaño, forma, color, superficie o síntomas). Ojo, porque los lunares más feos, carnosos y llamativos no son necesariamente los más peligrosos y hay que estar también atentos a los más discretos.
Y si hablamos de fotoprotección, el rol de los padres es fundamental: los niños menores de dos años deben evitar la exposición solar; los que aún no cumplen seis meses no pueden usar bloqueador, y el resto no debe exponerse entre las 10 y las 16 horas. Además, hay que tener cuidado con las superficies como la arena, agua, nieve y pavimento que aumentan el riesgo de quemaduras y usar factor incluso cuando hay nubes porque estas no impiden que un alto porcentaje de la radiación ultravioleta que llegue a la piel.T