Estoy a punto de entrar a esas cuevas gigantescas, donde durante el siglo XVI se realizaban unas reuniones clandestinas conocidas como akelarres.

Pero ¿por qué su fama? Se aseguraba que un hombre, que se cubría el rostro con una máscara de un macho cabrío con grandes cuernos, lideraba a un grupo de brujas en una especie de "misa satánica".

Los rumores sobre una supuesta secta seguidora del demonio corrieron, como un hilo de polvora, por toda la comarca del Baztán y llegaron hasta los oídos de los inquisidores. Esto tuvo como consecuencia el juicio a 53 personas que fueron encarceladas, torturadas e interrogadas por el Tribunal del Santo Oficio en Logroño, que finalmente anunció el famoso auto de fe a "Las brujas de Zugarramurdi", una manifestación pública de la Inquisición. Y esta en particular, que tuvo lugar el 7 de noviembre de 1610, resultó ser un espectáculo masivo. Unas 30.000 personas procedentes de distintas partes de Europa llegaron a Logroño para ver cómo se impartía "justicia divina" contra ese puñado de almas perdidas. Finalmente, 11 de ellos fueron quemados públicamente en la hoguera.

Mi interés hacia las brujas de Zugarramurdi surgió cuando fui con un viejo amigo al restaurante Akelarre, en San Sebastián, uno de los pocos en España con tres estrellas Michelin.

¿Qué significa ese nombre?, le pregunté. Frente a un mar Cantábrico embravecido, él esbozó una sonrisa entre misteriosa e irónica. Me comentó que muy cerca de San Sebastián existía ese lugar donde se celebraban esos akelarres, las reuniones de las brujas.

Akelarre. Aquella palabra me quedó sonando toda esa tarde. Pero me produjo una fascinación mayor, cuando al llegar al hotel la busqué en el diccionario. Efectivamente, descubrí que era una palabra en euskera (idioma vasco) y que en español había sido traducida como aquelarre. El significado que le atribuía la RAE era "reunión de brujas". No obstante, en el idioma vasco, tenía un significado todavía más oscuro: prado del macho cabrío.

Al día siguiente, tomé el auto para ir al encuentro del enigmático Zugarramurdi.

El trayecto de una hora, desde San Sebastián, bien valió la pena sólo por recorrer los hermosos caminos del valle del Baztán. Hasta que divisé Zugarramurdi en medio de ese paisaje bucólico; un pueblito de 250 habitantes encerrado entre colinas verdes, bosques y ovejas blancas esparcidas sobre los prados.

La Inquisición debió haber puesto un grito en el cielo cuando escuchó que en esos encuentros las sorginak (brujas en español) no sólo consumían alcohol y alucinógenos en exceso, también danzaban frenéticamente alrededor de una fogata y practicaban el sexo masivo.

Estas supuestas reuniones de brujas, incluso, inspiraron a genios como Goya que, en un período extremadamente religioso en Europa, se atrevió a retratar los akelarres en su famosa serie de Pinturas negras. Además, se afirmaba que las sorginak poseían en sus casas unos calderos enormes donde mezclaban alas de muerciélago, patas de araña, lenguas de víbora y ¡corazones de niños! (muertos prematuros), para la elaboración de los brebajes de sus hechizos.

Sigo caminando por las cuevas y me resulta curioso ver unas láminas que muestran a las mujeres vascas, hace 400 años, vistiendo un turbante cónico en la cabeza. Un turbante que, tal vez, inspiró al sombrero de las ilustraciones de la bruja del famoso cuento de los hermanos Grimm Hansel y Gretel o a las que hoy vemos en disfraces de Halloween.

Pero ¿las sorginak eran o no esas brujas malvadas? El Museo de las Brujas de Zugarramurdi nos muestra hoy la visión ancestral de este pueblo vasco. Desde hacía muchos siglos las sorginak eran las personas que mejor conocimiento tenían de la naturaleza y sus beneficios. Preparaban los remedios para aliviar los dolores de parto y los ungüentos para cerrar las heridas. Desarrollaron una poderosa medicina basada no en el conocimiento científico, sino en el empírico. Las madres transmitían toda esta sabiduría doméstica a sus hijas. Una suerte de chamanismo vasco que se transmitía de generación en generación y que hoy sigue existiendo en América, Asia y Africa.

De esta manera, más que la estereotipada atribución de brujas malvadas, las antiguas vascas eran curanderas y parteras, a quienes el pueblo recurría, dado que no existía la medicina como hoy la conocemos. Es más, si vemos el origen de la palabra sorginak, en euskera, podemos ver que está libre de esa connotación negativa que posee la palabra "bruja". Dentro de sorgin hay dos palabras escondidas: sortu, que significa "nacer", y el sufijo "gin" del verbo "egin", que significa hacer. Una palabra que tiene mucho que ver con la labor de una partera, quien es la persona que "ayuda a nacer".

Ahora, ¿los akelarres eran esas reuniones diabólicas que se hacían en las cuevas? Los antiguos vascos celebraban estos ritos donde se pedía a la naturaleza para que la huerta dé sus mejores frutos y que el rebaño tuviera buenas crías. Las lideraba el aker, un hombre que se ponía una máscara de macho cabrío, el animal que ha simbolizado desde tiempos remotos la fertilidad.

Dos ejemplos. En Roma se celebraban las lupercales, rito que invocaba la fecundidad de las antiguas romanas; los hombres corrían desnudos alrededor del monte Palatino y golpeaban a las mujeres con correas de piel de macho cabrío. En Egipto, el toro Apis era una de las principales divinidades. Según relata Herodoto, las doncellas de Menfis desnudaban su vientre ante Apis para "exponerlo así al influjo fecundante del dios".

¿Por qué realizar, entonces, una reunión clandestina si se trataba de una celebración de la fertilidad? El akelarre, quizá, antes de la Inquisición, debía haber sido una manifestación pública. Pero la Inquisición era ese organismo autónomo que, para un mayor control de los dominios de los reyes, se encargaba de velar por la homogeneización ideológica de sus pobladores. Es decir, que todos sean cristianos sin excepción.

Con la Inquisición estas prácticas ancestrales debieron haber pasado a ser celebradas a escondidas, dentro de esas grandes cuevas. No podemos negar, tampoco, que esas alegres señoras hayan celebrado la fiesta de la fertilidad con alcohol y música, pero tampoco se puede afirmar que hayan sido unas bacanales. Evidentemente todo lo escondido siempre despierta el morbo, y más todavía si se trataba de las sorginak, cuya influencia en el pueblo, dado el conocimiento ancestral que tenían, siempre fue germen de envidias y suspicacias.