Anita (35) e Ignacio (37) estudiaban la misma carrera y para nadie fue extraño que pololearan y, más tarde, se casaran. Hoy tienen dos hijas y una diferencia de opinión que enciende con frecuencia las discusiones: mientras Ignacio le saca el jugo a su título de ingeniero comercial, a Anita no le gustó ejercer la profesión y prefiere hacer clases de vez en cuando. "El me dice que si estudié esto, le saque provecho. O sea, que traiga plata a la casa", cuenta ella.

La posición de Ignacio contraviene el convencionalismo del hombre que quiere que la mujer se quede en la casa cuidando a los hijos. No es el único. Es lo que también se lee en el estudio Lo que ellas quieren... Mitos y verdad, de Cadem Research. Ante la frase "prefiero una mujer que trabaje fuera de la casa a una que se dedique sólo al cuidado de la familia y de la casa", el 59% de las mujeres está de acuerdo y también el 55% de los hombres. Ellos quieren que ellas trabajen.

Para analizar los datos, Ana Cárdenas, socióloga de la U. Diego Portales, hace un alcance: la mayor proporción de encuestados pertenece al nivel socioeconómico ABC1 y los sectores económicos más acomodados muestran una mayor integración en el mundo del trabajo y están más abiertos a la participación laboral de las mujeres. Sin embargo, lo esperable, dice la socióloga, es que estos patrones de comportamiento se vayan extendiendo a toda la población. Uno, porque la población tiene como referente la integración de mujeres en el mundo del trabajo: ya no es un comportamiento atípico. Y dos, porque el país ha alcanzado niveles educacionales más amplios, y progresivamente las mujeres están teniendo más estudios que los hombres.

Hoy existen generaciones de mujeres plenamente integradas al trabajo después de la transición que se dio en la década de los 80. Y está demostrado que las familias no se desintegran cuando eso pasa. Un reciente estudio dirigido por la investigadora Anne McMunn, de la U. College de Londres, desecha la idea de que la ausencia de la madre en el hogar, por dedicarse al trabajo, afecte negativamente a los hijos. Tras un seguimiento a casi 19 mil niños hasta que cumplieron los cinco años, la investigación concluye que los hijos que crecen en un hogar donde el padre y la madre trabajan logran un mejor desarrollo y presentan mejor conducta.

Más es mejor

Los jóvenes de 30 años asumen que en sus relaciones de pareja a largo plazo no hay una dominación ni un empoderamiento como proveedor. No hay mesadas sobre la mesa ni cheques para el supermercado. Son generaciones más independientes en sus roles de género: cada uno paga sus cosas, pero aspiran juntos a una mejor calidad de vida. "Las generaciones actuales son bastante más ambiciosas y quieren sumar vivencias: viajes, participación social, mejores colegios para los hijos. Antes las personas se adaptaban a una calidad de vida y si alcanzaba el sueldo para hacer algunas cosas, bien, y si no, no. Eso cambió", comenta María Angélica Zulic, gerenta general de Laborum.com.

Pero en ese escenario donde los dos trabajan aún no hay una distribución equitativa de los roles domésticos: sigue siendo la mujer quien se lleva la mayor carga, aunque hay avances hacia roles más igualitarios. De hecho, en este estudio, un alto porcentaje de las consultadas (71%) piensa que pueden compatibilizar trabajo y familia. Pero lo que también se reparte de forma cada vez más equitativa, dice Zulic, es la culpa. "Las mujeres dejan a los hijos con una nana y el sentido de culpabilidad de dejarlos ahí es más colectivo, no individual".

Pese a que la encuesta muestra una apertura en la visión de los hombres sobre la incursión laboral de la mujer, puede haber una distancia entre la opinión vertida y las acciones efectivamente practicadas por las personas, advierte Cárdenas. Esto, porque hoy es esperable que en el espacio público una persona se declare favorable a la participación laboral femenina, pero otra cosa es que eso se lleve a la práctica, pues ahí se observa que aún persiste una cultura que no favorece totalmente la participación laboral femenina. Según cifras de la OIT, el promedio latinoamericano de participación laboral femenina llega al 49,7%, que en Chile se empina sobre el 45,3%.