Si la biblioteca personal es un espejo de nuestros gustos, influencias y filiaciones, entonces el ranking de los libros más vendidos podría ser el indicador de lo que nuestra sociedad siente, necesita, anhela y, por omisión, rechaza. También podría reflejar, lamentablemente, el nivel educacional al que hemos llegado. ¿Somos hoy capaces de leer historia, filosofía, biografía y ciencia, aunque sea a un nivel divulgativo? Parece que sólo en dosis homeopáticas.
Hace mucho tiempo que no existía una diferencia tan notoria entre la calidad de los libros más vendidos en ficción y no ficción. Operados del vampirismo de Stephenie Meyer, que el 2009 dominó la imaginación literaria con su serie Crepúsculo, este año han entrado con aplomo obras de mayor calidad, como las novelas policiales de Stieg Larsson, La elegancia del erizo de Muriel Barbery y, hace un par de semanas, las antologías de Gabriela Mistral y Pablo Neruda preparadas con ocasión del Congreso de la Lengua. Esperemos que al menos en este segmento la situación se mantenga estable, porque la no ficción está dominada hace demasiado tiempo por lo peor de la autoayuda: atajos para encontrar la felicidad, recetarios para educar a los hijos, saqueo de citas de autores clásicos, estrategias para conquistar (dominar) al sexo opuesto y fórmulas para mejorar las relaciones laborales (es decir, para sobrevivir en el cada vez más duro mercado del trabajo). Por qué los hombres aman a las cabronas figura ahora en el tope de la lista. El puro título delata su aproximación simplista a la afectividad entre hombres y mujeres. Su autora, la estadounidense Sherry Argot, elaboró 100 principios que definen a una cabrona, o sea, a la mujer independiente, con sentido del humor, conforme con su cuerpo, gran autoestima... La lista es larga, larguísima, pero podríamos definir a esa mujer en una, tres o siete palabras: invulnerable, autosuficiente, única. No sé qué resulta más agotador: si intentar cumplir con esa imagen o la búsqueda misma de esa mujer ideal. Perdón, imposible.
La memoria es traicionera e injusta, pero es evidente que los títulos de auténtica calidad que lograron colarse en los últimos meses son escasos. Recuerdo el de Antony Beevor y su relato sobre el desembarco de Normandía (El día D), el trabajo ejemplar que Pilar Donoso realizó con los diarios de su padre (Correr el tupido velo), la freudiana búsqueda de Obama (Los sueños de mi padre), el oportuno libro de Alvaro Fischer a raíz del bicentenario de Charles Darwin (La mejor idea jamás pensada). Ahora se habla mucho del impacto de la crónica, aunque sólo El factor humano, de John Carlin, se codea con los libros de Pilar Sordo, Isidoro Loi, Héctor Velis-Meza y Pedro Carcuro. Las vitrinas de las librerías o los mesones de novedades, por su lado, ofrecen los títulos en los que cualquier sociedad adulta debiera detenerse, partiendo por El origen de las especies y terminando, ya que el piso no deja de movérsenos, en la investigación de Manuel Fernández Canque sobre el terremoto y tsunami que afectó a Arica en 1868. ¿No es la historia la disciplina que nos ayuda a comprender lo que somos en función de lo que hemos vivido?
Considerando el nivel al que hemos caído, Daniel Goleman y su Inteligencia emocional parecen hoy paradigmas de refinamiento intelectual. Se diría que ya nadie acepta entrar en un libro que nos obligue a levantar los pies del suelo, que plantee preguntas, incomode y muestre con realismo las contradicciones de la vida. Estamos sometidos al imperio de la farándula psicológica y vemos la historia como una variante de la estadística. La experiencia, eso lo sabemos todos, está llena de matices. A ratos incluso es dramática, injusta y absurda, como lo refleja la mejor narrativa del siglo XX.
Ya en la década del 30, el crítico de arte Clement Greenberg advertía que una de las consecuencias de la industrialización era el kitsch, el sucedáneo de la cultura verdadera. Se trata de productos (pinturas, películas, piezas teatrales o libros, da igual) cuya principal característica es la claridad, al punto de que la identificación es tan evidente que no conlleva ningún esfuerzo para el espectador. Ochenta años después, el proceso no ha hecho más que agudizarse con la deserción cultural de las elites. La indiferencia de nuestra propia clase dirigente hacia el pensamiento, la historia y la biografía explica por sí sola el éxito de ventas de tanto libro mentolatum.
Resistir la decadencia cultural de la sociedad actual no es un signo de superioridad ni de soberbia. Al contrario, ese rechazo, esa oposición, es un signo de esperanza.
Los libros más vendidos: adonde hemos llegado
<br>