Limónov, de Emmanuel Carrère

Mientras la Unión Soviética se venía abajo, fue un poeta de aspiraciones malditas, rabiosamente disidente. Cuando conquistó los subterráneos de Moscú, Eduard Limónov lo dejó todo para empezar una nueva vida en Occidente: coqueteó con el glamour de la bohemia de los 70 en Nueva York, también fue un vagabundo que sobrevivió del comercio sexual. Al llegar a Francia, tenía un par de libros biográficos salvajes que sorprendieron a la vanguardia posestructuralista. En los 90, en el estallido en los Balcanes, Limónov fue un guerrillero serbio. Luego regresó a Rusia para fundar un partido bolchevique clandestino que lo llevó a la cárcel. Hoy bordea los 70 años y sigue en guerra contra Vladimir Putin. Agitada, contradictoria y enigmática, su vida fue contada magistralmente por el francés Emmanuel Carrère en un libro llamado simplemente Limónov. Es la historia de un hombre fascinante y detestable, narrada con un ritmo brutal y capaz de atrapar el ánimo de una época que se cae a pedazos: Carrère relata la huida de Limónov entre los escombros de los sueños rotos del siglo XX. Es un viaje desahuciado en las borracheras adolescentes de un ladrón que creyó en los poemas. Limónov, Anagrama, 396 págs. $ 19.000.

Mis Documentos, de Alejandro Zambra

Aunque llegó recién la semana pasada a librerías, el nuevo libro de Alejandro Zambra de inmediato pasó a ser una lectura indispensable para nuestros consultados. Algunos aventuran que es lo mejor que jamás escribió el autor de Bonsái. Quizás. En los cuentos de Mis documentos, Zambra cuenta historias de niños en Maipú, de jóvenes que por amor cruzan el Pacífico para que les rompan el corazón, de padres que no pueden entender a sus hijos, de computadores que llevan el pulso de una pareja, de escolares dejando de ser niños en el Instituto Nacional, de hombres que se inventan vidas y de fumadores que dejan el cigarro sin saber que lo están dejando todo. En todos esos relatos aparecen hombres solitarios y vacilantes, a veces traicioneros y cobardes, que en conjunto podrían hilar un retrato íntimo de la clase media chilena que nació en los 80. Como en sus tres novelas anteriores, acá Zambra también cruza todo por la experiencia literaria. Pero también lo supera, sobre todo hacia el final del volumen: lo que parte como la historia de la escritura de un cuento en Hacer memoria, termina sencillamente como la historia de la vida de una mujer. Mis documentos, Anagrama, 205 páginas. $ 10.000

Notas de un Ventrílocuo, de Germán Marín

A estas alturas ya lo sabemos: a Germán Marín le importan los retazos, las sobras. Después de contar historias de ladrones de poca monta (Dejar hacer, El guarén), ahora relata la de un artista del pasado: Notas de un ventrílocuo está formado por los apuntes dispersos del ventrílocuo sobre su vida. No fue una estrella, pero si alguna vez hubo glamour en la bohemia santiaguina, él la conoció por dentro. Es un solitario nocturno de edad conjetural, que desde los 40 hasta los 90, incluso hoy, estuvo activo con sus muñecos. Primero en las boats de moda, Tap Room, del Burlesque, del Tropicana Club, el Bim Bam Bum, el Lucerna, etc.; al final, en shows municipales para niños de escasos recursos. Termina aguantando el paso del tiempo, prácticamente solo, durmiendo en pensiones de barrios oxidados. Menos amargo de lo que nos ha acostumbrado, acá Marín es crepuscular. La vida de este ventrílocuo avanza morosa, casi hipnótica, deshilachándose, hasta asomarse hacia la desaparición y el olvido. Pieza de acompañamiento a las trilogías de Marín (Historia de una absolución familiar, Un animal mudo levanta la vista), esta novela es otro capítulo de su enciclopedia de miserables. Notas de un ventrílocuo, Alfaguara, 148 págs. $ 11.900.

Tránsitos, de Alberto Fuguet

A un año de publicar Cinépata, un libro sobre sus obsesiones de cinéfilo, Alberto Fuguet lanzó Tránsitos, una suerte de cara opuesta hecha de puras notas en torno a la literatura. Se trata de "una cartografía literaria", en la que el autor de Mala onda escribe con urgencia sobre José Donoso, J. D. Salinger, Joan Didion, Richard Ford, Juan Pablo Roncone, Mario Vargas Llosa, Germán Marín y Roberto Bolaño, entre muchos otros. Sin embargo, es bastante más que un libro de ensayos: como todo lo que viene escribiendo Fuguet en la última década, Tránsitos está cruzado soterradamente por un aliento autobiográfico, que acá lo lleva a revisar su ya larga historia en el mapa literario chileno. Desde su complejo y criticado arribo a la escena a inicios de los 90, hasta su reinvención con Missing bajo el brazo (2009), Fuguet termina en este libro por asegurar que ya, por fin, se siente cómodo en el lugar del escritor y no le avergüenza -alguna vez sí- que exista por ahí lo "fuguetiano". A la vez, Tránsitos es otra prueba de la incombustible intensidad que mueve a Fuguet. Tránsitos, Ediciones UDP, 540 páginas. $ 12.500.

Leñador, de Mike Wilson

Pocos gestos más inesperados en las letras locales que el de Mike Wilson este año. Poco más que escritor de culto, autor de libros de género -ciencia ficción, terror, etc.- como El púgil, Zombie y Rockabilly, superó por lejos todos sus extremos formales anteriores con una novela autista y misteriosa que, a la vez, anuncia su despedida de la literatura: Leñador es la historia de un hombre que decide dejarlo todo y dejarse llevar por la naturaleza. La historia es más o menos sencilla: un hombre llega hasta los frondosos bosques de Yukón, al norte de Canadá, para trabajar en la tala de árboles. "La hierba está quieta y las cosas siguen. Nada se acaba, nada se avecina. Aquí las cosas son, ocurren, siguen siendo, fluyen sin apuro, sin cuidado de nuestra presencia. Es libre de nuestras filosofías, de nuestros dogmas, de nuestras dudas", se lee en el libro, organizado como un diario, que muta sistemáticamente en algo parecido a una enciclopedia sobre la tala. Exploración límite de la novela y declaración de principios, Leñador es la inquietante despedida de Wilson. Leñador, Orjikh Editores, 540 páginas. $ 9.500.

Poco Hombre, de Pedro Lemebel

La rabia, la calle, el sudor y la pólvora. Antes que todos, ahí llegó primero Pedro Lemebel. Si a alguien se le había olvidado, para eso está Poco hombre. Antología de sus mejores crónicas curada por el español Ignacio Echevarría (el mismo de las obras completas de Nicanor Parra), el volumen reconstruye el insobornable lugar en el que Lemebel se ha mantenido por ya 20 años, desde La esquina de mi corazón (1995) hasta Háblame de amores (2012). Hoy convertido en una figura de relevancia internacional, a mediados de los 90 asaltó la narrativa chilena, que en esos días se extraviaba en planicies acartonadas: la intensidad y desgarro de su prosa descontrolada hacían que todo a su lado pareciera mojigato, artificial y cursi. Quizás no era sólo apariencia. Premiado este año con el Premio Iberoamericano José Donoso, Lemebel demuestra en Poco hombre que su look de loca de izquierda resentida es más que challa, mucho más que personaje: es una estética feroz que dispara insistentemente contra el tinglado de la normalidad. Poco hombre, Ediciones UDP, 284 páginas. $ 10.000.